Al principio, me preocupaba que mi propia imagen no se reflejara en el espejo del baño. Luego me tranquilicé cuando una mañana descubrí, que, a pesar de esa ausencia, el otro lado me devolvía el eco de mi voz.
Las sirenas eran el indicio de ir en la vía correcta. Necio Ulises que nos mandó taparnos los oídos, y él, amarrarse al mástil. Nosotros nunca las oímos y él nunca pudo desatarse. Nos perdimos.