3.713 – Los cerdos*

  El primero que encontró el papel fue el barbero. Lo halló tirado sobre el alcor, cerca del viejo molino. Recogió la hoja, que el viento y la lluvia parecían haber respetado, y leyó los gruesos caracteres dibujados con caligrafía enérgica. De allí bajo, ya con forma de cerdo.
El hecho alarmó a la mujer del barbero, quien subió luego al alcor acompañada por su suegra. Encontraron el papel, lo leyeron y comenzaron a dar pequeños gruñidos: ¡Coin! ¡Coin! El maestro de la escuela se dio cuenta del asunto, y subió; también bajo corriendo y dando de gruñidos. Después fue el policía, quien llegó al pueblo con su gorra de uniforme trabada entre las grandes y peludas orejas. Más tarde, el carpintero, el molinero, la modista, el boticario, cuatro niños, once niñas, el inspector sanitario, etc. El último fue el cura, y su caso el más patético: la negra sotana no alcanzaba a cubrir la cola rizada, que flotaba como una bandera a medida que el animal corría por las calles de la aldea, perseguido ya por millares de cerdos. Apenas se salvaron unos cuantos campesinos viejos y analfabetos.
La hoja de papel amarillento quedó sobre el alcor. Funcionarios de la capital del Estado, delegados de la Universidad, científicos y periodistas extranjeros y curiosos de los pueblos vecinos, se mantienen a prudente distancia sin atreverse a leer el texto mágico. De vez en cuando lo hace algún desaprensivo, sin que los oficiales del ejército federal puedan impedirlo; entonces corre otro cerdo colina abajo, hasta llegar a las calles del pueblo, que es hoy una inmensa porqueriza.

Álvaro Menén Desleal
*A Julio Cortazar

3.712 – Una despedida

  Parker no había muerto al día siguiente, septiembre 16, pero estaba muy dolorido. Ya no lo calmaba la morfina; no podía comer ni beber. Nos costó acomodarlo en la parte de atrás del camión. La bala, que lo atravesó de un lado a otro, le había destrozado el estómago. Afortunadamente el camino era bastante liso, de modo que el ajetreo del camión no era intolerable.
Había una luz muy clara y un sol radiante. Estábamos ahora en el desierto, no sin alguna mata o arbusto, pero demasiado lejos del agua, para el hombre y su ganado.
Bajo un arbusto vi una enorme hiena, dando vueltas y vueltas, como un perro antes de echarse a dormir; una hora después vi una pareja de órix. Las pesadas bestias, grandes como novillos, de pelaje blanco como la nieve y grandes cuernos curvos, pastaban en las matas de olor dulzón. Detuvimos el camión para mirarlos, porque ninguno de nosotros habíamos visto nunca animales así, ni volvimos a verlos. Lo ayudamos a Parker a incorporarse, para que él los viera también. Nos pareció importante que los viera antes de morir.

Vladimir Peniakoff

3.711 – Historia del joven celoso

  Había una vez un hombre joven que estaba muy celoso de una joven muchacha bastante voluble.
Un día le dijo: «Tus ojos miran a todo el mundo». Entonces, le arrancó los ojos.
Después dijo: «Con tus manos puedes hacer gestos de invitación». Y le cortó las manos.
«Todavía puede hablar con otros», pensó. Y le extirpó la lengua.
Luego, para impedirle sonreír a los eventuales admiradores, le arrancó todos los dientes.
Por último, le cortó las pierias, «De este modo —se dijo— estaré más tranquilo».
Solamente entonces pudo dejar sin vigilancia a la joven muchacha que amaba. «Ella es fea —pensaba—, pero al menos, será mía hasta la muerte».
Un día volvió a la casa y no encontró a la joven muchacha: ella había desaparecido, raptada por un exhibidor de fenómenos.

Henri Pierre Cami

3.708 – Un individuo humilde, modesto

  ¡He decidido dejar de ser pedante y engreído! ¡A partir de ahora, seré un individuo humilde, modesto, ya verán! ¡Seré el hombre más humilde y modesto del mundo; triunfaré en los principales torneos internacionales de modestia y humildad; accederé a los más altos estrados para exhibir mi nueva condición y nadie, pero nadie, será más humilde y modesto que yo: lo juro!

Armando José Sequera

3.707 – La Gioconda

  Una vez en Barranquilla existió un hombre que dedicó su vida a estudiar el fenómeno de la sonrisa de la Gioconda.
Luego de muchos años de estudio e investigaciones, descubrió que Leonardo no pintó sobre el rostro de la mujer ninguna sonrisa. De su pincel surgió un rostro adusto con ojos del dulce color de las nubes del vino. Es el espectador quien al mirarla y quererla sonríe primero. Ella lo hace después.

Jairo Aníbal Niño

3.706 – No tengo nada contra usted

  No tengo nada contra usted, se lo aseguro. He frecuentado a muchos como usted, me he encariñado con algunos, y ellos me han acompañado a lo largo de la vida. Si le restrinjo el acceso a mis escritos no es por hostilidad, sino más bien para no fatigarlo, para que después no se me acuse de abuso o de falta de consideración. Es cierto que en mi juventud recurría mucho más que ahora a sus servicios. Pero la vida me ha enseñado que para mí su utilidad, perdóneme que se lo diga, no depende de que esté siempre dando vueltas a mi alrededor, sino de un factor que podemos llamar eficacia. Con esto no quiero ofenderlo ni hacerlo a menos: mi respeto por usted es absoluto. Podemos decir que lo considero indispensable, pero en dosis moderadas. Un gran poeta dijo que usted, cuando no da vida, mata. Y yo no quiero que me mate ni que mate mis textos, señor adjetivo.

David Lagmanovich

3.705 – Microporno

  A continuación viene un microrrelato pornográfico, por lo que os recomiendo que lo leáis como los ciegos, pasando suavemente las yemas de los dedos por cada línea, con los labios entreabiertos, que os detengáis unos instantes en la cavidad de una “o” y en las hendiduras de una “m”, que recorráis repetidamente con el tacto el mástil de las letras altas, que busquéis con atención en los espacios, en los silencios, sin los cuales no habría tensión ni vértigo, que no desdeñéis las conjunciones ni todas esas palabras supuestamente menos importantes pero imprescindibles para alcanzar el placer; que, sin embargo, al llegar a lo esencial, lo hagáis sin prisa pero con pasión, que no os importe el temblor de la mano ni que escape algún sonido incontrolado de vuestra boca, eso es, con el dedo ya casi horadando el papel, deseosos de llegar al final y también de demorarlo. Así. Así.

José Ovejero

3.704 – Argumentación de un bandolero

  Un bandolero refería en rueda de compinches: “Yo soy un hombre honesto, de palabra. Cierta vez use con una víctima la estúpida frase que nos atribuyen los literatos: “¿La bolsa o la vida?”. —La vida— me contestó el mocito—, valiente como el que más. Y tuve que quitársela. Luego, para respetar mi palabra, y ya que lo había dejado escoger entre la bolsa y la vida, deje al pie de su cadáver una cartera repleta de billetes: su bolsa.
Desde entonces, cuando trabajo interrogo así al candidato a interfecto: “¿La bolsa o la bolsa y la vida?”. Para dejar las cosas claras.

José María Méndez