Cuando llegó a la mayoría de edad, el poeta se mudó de la mansión familiar sobre la avenida T. S. Eliot a una casita modesta en la calle Pablo Neruda casi esquina Miguel Hernández, es decir, frente a la plazoleta La Pasionaria. Allí vivió largos años dichosos, mantenido por sus padres mientras escribía cantos de protesta contra la intervención estadounidense en diversos países. También militaba en otras causas nobles, generalmente africanas. A consecuencia del affaire Heberto Padilla comenzó a apartarse de sus primeras convicciones, por lo cual creyó conveniente mudarse a un piso de clase media en el paseo Paul Claudel. Después de varios cambios de gobierno que le acarrearon merecidas condecoraciones, un gobernador locuaz le ofreció la Secretaría de Cultura de su provincia. Pensó entonces que su residencia no estaría a la altura de sus nuevas obligaciones, por lo cual decidió adquirir un departamento en el Bulevar Marítimo José María Pemán, con sauna propia y piscina en la terraza. Allí, les confió a sus amigos, comenzaría para él una nueva etapa de felicidad.
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3.580 – El extraño
Lo encontró de pronto en el salón, abriendo y cerrando cajones. Ella dio un grito. Luego se ajustó el batín y, conteniendo la voz, dijo que quién era, que cómo había entrado y que por favor no le hiciera daño. Él, sin dejar de rebuscar desesperado, la miró un instante, le contestó que si se había vuelto loca y que cerrara la boca, anda; seguido, que si no había pilas para el mando a distancia en esa puta casa. Desconcertada se alejó. Fue en busca de la foto de su boda, la miró largamente. Entonces, después de vestirse, se dirigió al juzgado y allí presentó una demanda de divorcio contra ese extraño que era ahora su marido.
Miguelángel Flores
De lo que quise sin querer – Ed. Talentura – 2014
3.573 – Una flor cada día
Según las creencias de los antiguos quiyús, si alguien deja cada día una flor sobre la tumba de la amada, al cabo de un cierto número de días (la cifra es secreta), la amada se levanta de la tumba, le revela una verdad al amado, y regresa a la tierra.
Así lo hice. Durante años, cada día, con sol o con lluvia, con nieve o con escarcha, dejé una flor sobre la sepultura donde descansa el cuerpo de mi amada.
Hoy, finalmente, apenas dejé la orquídea, la tierra se abrió y mi amada, resplandeciente y lozana, se elevó sobre la grava, me miró gravemente y me dijo:
—Vos siempre igual, Mauricio, seguís perdiendo el tiempo con supersticiones ridículas! ¿Cuándo vas a sentar cabeza? Me escupió y volvió a la tumba.
Fabián Vique
3.566 – Lo que yo quiero
Yo lo que quiero es coger, sí, coger con usted; así nomás, porque sí, como si nada, como quién no quiere la cosa. Coger sin nada más, sin “quieres ser mi novia”, sin “déjame pensarlo”, sin esperar meses o años. Ni ramos de flores o chocolates, sin enormes y patéticos osos de peluche que van a parar al frente, para adornar, del camión de la basura. Así, coger, sin pudor y sin recato. Sintiendo los cuerpos, el calor, el tacto. Sin ritos civiles ni religiosos, sin orquesta ni motivos en blanco. Pasar la noche cogiendo, una hora o nomás un rato; sentir que la cama se hace grande enorme y que aquí nadie, ni Dios, podrá molestarnos. Coger sin promesas de para siempre, sin lágrimas de impotencia, sin palabras de despedida. Coger conocernos en el cuerpo, sin contratos ni apellidos, sin embarazos ni descendencias, sin pensión alimenticia, sin odios ni juzgados. Coger, “sentir bonito”, “morir chiquito”, “tocar el cielo”, “como un columpio”… arriba, abajo, por un lado por el otro. Sin miedos ni preservativo, sin pastillas al día siguiente. Sin consciencias ni culpas. Coger con la embriaguez de la pasión con el ardor del deseo, coger sin nada más, aunque no nos volvamos a ver, aunque no sepamos después donde volver a encontrarnos. Aunque no me acuerde ni cuál es su nombre.
Pilar Alba
3.559 – Abecé
3.557 – Final feliz
Inventé la mujer perfecta y me enamoré perdidamente de ella. También en la obra le concebí un romance de final feliz con el protagonista, un hombre pelirrojo y carismático que la hacía reír como loca. Ebrio de celos, antes de entregar el borrador a mi editor, en una noche reescribí el final en que ella, muerta de hastío, lo envenena y regresa conmigo.
El drama de mi novela póstuma estriba en que antes de salir a la luz pública, morí misteriosamente envenenado. Ahora mi viuda cobra las regalías que gasta a raudales con su instructor de aerobics, un joven pelirrojo y divertido.
Daniel Sandoval Barba
3.545 – El vestido
Las hueveras de alpaca relucían en la mesa y el café humeaba igual que una chimenea, pero eso no era lo que en realidad llamaba la atención a Prudens, no, ciertamente no eran esas relucientes hueveras sobre la mesa con mantel bordado…, El vestido de rosas rojas y mangas bombachas estaba listo; ella lo habría recogido a primera hora del día, realmente eso era lo que la hacía feliz, lo que la exaltaba, de modo que allí estaba pendiendo de una percha en su habitación, cada cual lo habría visto y alguien habría dicho que era un vestido superfluo, anodino. El dolor que sintió Prudens cuando oyó eso fue el mismo dolor aquel, que Helena le produjo cuando le perforó el lóbulo de las orejas, si, realmente fue ese pinchazo el que la habría hecho derramar lágrimas en silencio…,
Hubiera preferido recibir mil azotes; hubiera preferido asentir a las tediosas clases de costura los miércoles y los viernes, pero no fue así; realmente el suelo se hundió bajos sus pies mientras retumbaba en las paredes de la sala el desprecio absoluto y la negación de lo que, para ella era evidente; por lo tanto la tarde habría caído y la noche habría llegado y Prudens habría derramado otra vez aquellas lágrimas en silencio.
María Gladys Estévez
3.538 – Lección extraprogramática
Los niños vieron a los policías en la puerta del aula y al profesor haciéndoles señas para que se esperaran un momento y lo dejaran terminar de decir lo que estaba diciendo. Pero los policías entraron y se lo llevaron. Y los niños asustados fueron a la señorita Aurora: no deje que se lo lleven. Y la señorita Aurora indicándoles con las manos que se apaciguaran, y asiento, asiento, que si yo intento hacer algo me llevan a mí también y ustedes se quedarán sin saber lo que les voy a decir. Y contó apresurada la historia inmemorial de los que luchan por el bien de todos y, apuntando discretamente con los ojos al profesor del aula del fondo que llegó hasta la puerta, se saltó al tema del descubrimiento de América, y los niños, con el corazón heroico, la vieron buenísima y enorme y le pidieron que también les hablara del viaje a la luna.
Jorge Díaz Herrera
Más por menos. Sial Ediciones.2011
3.531 – La casa que se robó a la luna
Los ladrillos se desprenden de los cimientos. La casa avanza con lentitud, como un dinosaurio viejo. Cruza la calle, es un buque de dos pisos que se aleja. Por unos segundos pienso que se derrumbará, pero sigue moviéndose como si nada. Desbarata los patios, revienta los tendederos donde la ropa blanca intenta sostenerse. Su torre cuadrada se lleva los cables de luz. Parte en dos la calzada y captura a las palmeras. Se aleja de mí. Sólo entré una vez y el recuerdo también se va, viaja con ella, lo puedo ver en el balcón central, es una mancha llena de imágenes que con los minutos se van desvaneciendo.
No puedo creer que ya no esté en su lugar, duró tantos años quieta, muy quieta, haciéndose vieja, tan familiar para los vecinos. Víctima de abandonos, de maltratos, de restauraciones. Quiero seguirla, pero avanza rápido y se pierde en las espaldas de los edificios. Desciende la noche, a pesar de la negrura, ahora es más fácil verla. En su andar la luna se atora en la torre, una mujer de lentes intenta liberarla. La casa no deja de avanzar. Puedo verla porque lleva su propio, inmenso foco encendido, todo lo demás es oscuridad. Es codiciosa porque en ella navegan los fantasmas que se fueron refugiando, con el tiempo, sobre las macetas del patio, dentro del sótano, entre la ropa del closet, en el horno cálido de la cocina.
Ya no la veo, sólo a la luna que desistió de luchar por zafarse, se resigna a perder su rumbo y sigue el mapa que va dejando la casa por toda la ciudad. Ahora yo formo parte del caos que dejó a su paso, mi mente está vacía, mis pensamiento se fueron con ella.
Gabriela d’Arbel
3.524 – La tertulia
Los catorce de cada mes acudía a una tertulia de partidarios de la república. Un día sintió un escrúpulo de conciencia y se lo comentó a su amigo Alfonso. «Creo que no volveré más. Me duele que los compañeros se engañen conmigo, porque, aunque la república me parezca teóricamente la forma más racional de gobierno, nos está yendo tan bien con esta monarquía recién instaurada que no daría un suspiro por derrocarla, más bien todo lo contrario.» «¡Ah, con que es eso! —le replicó Alfonso—. Me habías asustado. Tranquilízate y sigue viviendo. Piensa que si viviéramos en una república, dado nuestro peculiar talante, con toda probabilidad tú y yo iríamos a una tertulia de monárquicos.»
