1.334 – Las insaciables madres de los neuróticos hijos en las podridas Dinamarcas

 Después de una agotadora noche de amor, Gertrudis le exigió a Claudio una nueva prueba de amor. Claudio no era ningún atleta sexual. Desesperado, salió y mató al marido de Gertrudis y padre de Hamlet.

Marco Denevi
Falsificaciones. Thule ediciones S.L. – 2006

1.231 – La verdad sobre Medusa Gorgona

 Anterior a la escritura, el mito depende de la memoria de los hombres. Pero la memoria de los hombres es frágil y colma los agujeros del olvido con imposturas fantasiosas. Así es como Medusa, una especie de Cenicienta, terminó transformada en un monstruo. Mi paciente investigación le devolverá ahora sus verdaderos rasgos.
Eran tres hermanas, las Gorgonas. Dos de ellas, Esternis y Euríale, compensaban su irrebatible fealdad con un carácter perverso, disimulado tras una máscara benévola. Envidiosas de la belleza de Medusa, la menor, no le permitían salir a la calle porque, según propalaron por toda la ciudad, petrificaba a los hombres con sólo mirarlos en los ojos.
Algunas personas expresaron sus dudas.
«Ah, no nos creen'», gimoteó Euríale retorciéndose las manos, «vengan a casa y se convencerán». Sin que Medusa se enterase, porque estaba ocupada barriendo, fregando y remendando, las dos malignas mostraban a los visitantes una estatua de piedra:
«¿Ven? Así quedó su último pretendiente».
Y ponían un rostro compungido: «¡Se dan cuenta, qué desgracia nos ha caído encima!».
Una tarde Esternis y Euríales salieron a hacer compras y olvidaron cerrar la puerta con llave. La cuestión es que Medusa pudo, por primera vez, asomarse y echar un vistazo a la calle. Inmediatamente la calle quedó desierta: todos habían huido a esconderse y a espiar por los intersticios de puertas y ventanas o a través de cerraduras, de catalejos y de cristales ahumados. Admiraron la belleza de Medusa, pero el poder maléfico de sus ojos les infundía tal pánico que no se atrevieron ni a moverse.
Entonces, por uno de los extremos de la calle, avanzó Perseo, desnudo. Acababa de naufragar su navío y él venía a pedir socorro. Se maravilló de no ver a nadie, como si la ciudad estuviese deshabitada. Golpeó en una puerta y en otra, pero no le abrieron. Siguió caminando y llegó frente a la casa de las Gorgonas.
Se detuvo.
Los que espiaban se estremecieron, pensaron: «Pobre joven, tan guapo y se convertirá en piedra». Reconstruyamos la escena: Medusa, sentada en el umbral; Perseo, de pie, desnudo. Ella es hermosísima y púdica; él es apuesto y ardiente. Ambos son jóvenes. Ella no se atreve a alzar los párpados. El se esponja en las dilataciones del amor. Ella, adivinando que algo sucede, mira por fin los pies de Perseo, las pantorrillas musculosas, los muslos estupendos. Los que espían, tiemblan: «Un poco más», se dicen, «y ese buen mozo será granito».
Pues bien: Medusa levanta un poco más la mirada y la petrificación ocurre.
Perseo se quedó diez años a vivir en casa de las Gorgonas. Para felicidad de Medusa y desdicha de sus dos hermanas, durante aquellos diez años él anduvo con el miembro viril hecho piedra dura y no había forma de que se le ablandase. De esta portentosa demostración de amor conyugal derivó la mala fama de Medusa que ha llegado hasta nuestros días.

Marco Denevi

1.129 – La prudencia en la mujer

 Requerida de amores al mismo tiempo por un pastor y por el rey Salomón, la Sulamita no duda. Alguna tonta, borracha de romanticismo, elegiría al pastor, con lo que, al cabo de la luna de miel, empezaría a soñar con las riquezas y los palacios del rey Salomón y ese sueño le estropearía su vida junto al pastor. La Sulamita opta por Salomón y después, cuando sueñe con el pastor, sus sueños de contigo pan y cebolla la enaltecerán ante sus propios ojos.

Marco Denevi

1.038 – Ingenuidad

 Tespio tenía cincuenta hijos gemelos, tan parecidos entre sí que no había manera de identificarlos. El mayor, Clístenes, viajó a la gran ciudad de Tebas, ahí conoció a una joven llamada Filis, se enamoró perdidamente de ella y la pidió a sus padres en matrimonio. Los padres consintieron, no sin advertirle a Clístenes que Filis había sido educada en los rigores de la castidad y que nada sabía de las prácticas amorosas. «Deberá tenerle un poco de paciencia», añadió la madre, «pero con el tiempo aprenderá».
Para alardear de su potencia viril y, de paso, apresurar la educación de aquella inexperta, Clístenes ideó un plan: la noche de bodas satisfizo por siete veces consecutivas el débito conyugal y después abandonó la alcoba con el pretexto de ir a beber un vaso de agua. Entonces sus cuarenta y nueve hermanos fueron reemplazándolo, uno por vez, en las funciones de marido. Filis creyó que era siempre Clístenes el que entraba y salía, de modo que a todos los acogió con entusiasmo.
Al amanecer, Clístenes se dispuso a dormir. Filis rezongó malhumorada: «Vaya, te duermes. Si en la noche de bodas te muestras tan remolón, lindo porvenir el mío». Clístenes huyó a Macedonia, donde se hizo sacerdote de Vesta.

Marco Denevi

994 – La historia viene de lejos

 El primero que lo dijo no fue Diógenes el cínico sino el cíclope Polifemo.
Interrogado por Ulises sobre las razones de su misoginia, Polifemo pronunció el famoso discurso:
«Tener relaciones sexuales con una prostituta cuesta dinero y puede costarte la salud. Tenerlas con una virgen te hace correr el riesgo de que los padres te obliguen a casarte. Amar a tu propia mujer es aburrido. A la ajena, peligroso. A un hombre, repugnante. Yo me libro de todos esos inconvenientes gracias a mi mano derecha».
Y añadió: «Te aclaro, por las dudas, que mi mano derecha no practica el adulterio».
Ulises bromeó: «¿Y tu mano izquierda?».
Polifemo bajó la voz: «No lo repitas, pero soy bígamo».
Las carcajadas del risueño Ulises interrumpieron la siesta de los dioses.

Marco Denevi

934 – Alegoría del amor senil

  Enamorado de ella hasta los hígados, Apolo le prometió acceder a todo lo que le pidiese.
-¿De veras? -palmoteó Deófilis, una joven bellísima recién admitida de la mano (es un decir, de la mano) del dios en la ciencia amatoria-. Entonces te pido que jamás se apague en mis venas el fuego que tú encendiste.
-Está bien. Concedido.
-¿Puedo pedirte una cosa más?
-¿Qué cosa?
-Vivir tantos años como granos de arena caben en mi puño.
-De acuerdo. Pero no te hagas ilusiones conmigo: pasado un tiempo, tendrás que buscar otros amantes.
-Comprendo. Por suerte, no faltan hombres. Y ahora, un último favor.
Apolo se encolerizó:
-Todas las mujeres son iguales. Cuanto más generoso se es con ellas, más pedigüeñas se ponen. Basta, se acabó. Adiós.
Y se fue volando por los aires.
Se presume que la tercera gracia que Deófilis quería pedirle era la de mantenerse siempre joven. Setecientos años después Eneas se topó con esta vieja inmunda, que vagaba por los caminos de Italia mendigando el amor de los hombres. Como todos la rechazaban, asqueados, el horrible esqueleto vomitaba injurias atroces, y enseguida vertía lágrimas de un fuego inextinguible.
Varias veces se intentó matarla. Pero aquel espantajo sobrevivía a las lapidaciones, a las horcas, a las hogueras, a los puñales, a los venenos, a la crucifixión, a las dentelladas de los lobos, a las temperaturas hiperbóreas, sobrevivió a un ahogo de tres días bajo el mar.
Como se ignora cuántos granos de arena caben en el puño de una muchacha, tampoco se sabe cuántos años vivió Deófilis.
Un rumor que corría por las tabernas y por los lupanares de Roma sostiene que Eneas, el más misericordioso de los héroes troyanos, se compadeció de ella y satisfizo, por una sola vez, sus apetitos.
De esa unión habrían nacido las moscas.

Marco Denevi

918 – Tormento de un marido engañado

 Palacio real de Tebas. Medianoche. Alcmena, desvelada, mira el cielo raso del dormitorio. Su marido, Anfitrión, anda lejos, guerreando con el enemigo de turno. Lenta, silenciosa, la puerta se abre y aparece Anfitrión. Bien, no es Anfitrión, es Júpiter que ha tomado la figura de Anfitrión. En ayunas de la superchería, Alcmena se levanta, corre a abrazarlo.
-¡Has vuelto! Señal de que terminó la guerra.
-La guerra no terminó -dice él mientras se despoja del uniforme-. Me tomé unas horas de licencia para estar contigo. Pero al amanecer debo irme.
-¡Qué gentil eres! –gorjea Alcmena. -Basta de conversación. Vayamos a la cama.
Júpiter es un dios, el más libertino de todos y el más sabio en cuestiones amatorias. Cuando a la madrugada se despide, Alcmena no lo saluda porque todavía boga, sonámbula, por el río de la voluptuosidad. Se comprende que el verdadero Anfitrión, a su regreso, sufra: por más que se empeñe en complacer a Alcmena, ella tendrá el rostro siempre crispado en un rictus de nostalgia y de melancolía.
Cualquier otra mujer, en su lugar, se habría mostrado exigente y después desdeñosa, y recordando los esplendores de la noche jupiterina le habría gritado finalmente a Anfitrión: «Ya veo. Se te agotó pronto el vigor».
Pero Alcmena es una criatura delicada y honesta que hasta el fin de sus días atormentará a Anfitrión con aquel triste semblante de esposa defraudada.

Marco Denevi

907 – Multiplicación y muerte de Narciso

 Se cuenta que Vulcano inventó el espejo para que Venus pudiese apreciar su propia belleza. En una de las tantas trifulcas entre marido y mujer, Vulcano hizo  añicos el espejo y los trozos cayeron a la Tierra.
El primer hombre que los vio fue Narciso. Al aproximarse, entendió que varios jóvenes de extraordinaria hermosura lo miraban. A todos se les encendió en los ojos el mismo fulgor lascivo, después todos mostraron la misma inflamación del sexo, por fin todos le tendieron los brazos en un mismo ademán de oferta y de demanda.   Entonces Narciso corrió hacia ellos y todos, también él, desaparecieron.

Marco Denevi