1.110 – Centrifugado

 La cabeza del hombre que amó da vueltas en el interior de la lavadora, acompañada de una colada de desquiciadas bragas viejas. Ella sonríe cuando se encuentra con sus ojos de ahogado iracundo anegados de jabón, al otro lado del bombo. Ya verás cómo pronto se te pasa el enfado, amor, le dice mientras añade un cazo de suavizante aroma frescor de primavera y programa media hora más de centrifugado.

Patricia Esteban Erlés
Por favor, sea breve 2. Ed páginas de espuma

1.109 – Infusiones

 Todas las mañanas, discuten por cualquier cosa. Si ella prepara té, él quiere café. Si sirve café, él lo encuentra demasiado dulce, frío o muy pequeño, o se le antoja con leche, o prefiere que le cebe un mate. Pero, a partir de hoy, ella no quiere discutir más. Satisfará obedientemente todos los gustos de su esposo en el desayuno. Total, cualquiera de las infusiones servirá para esconder el sabor del veneno.

Martín Gardella
http://www.cuentosymas.com.ar/blog/?p=8146

1.108 – Diestro y siniestro

 Esta es la historia de dos hermanos siameses, irremediablemente unidos por el costado. Diestro, el hermano bueno, ocupa la parte derecha del cuerpo doble. Siniestro, de perversa índole moral, la parte izquierda. Movido siempre por impulsos malévolos, Siniestro cometió desde niño múltiples fechorías, llegando a convertirse con el tiempo en un delincuente de renombre. Por su parte, Diestro no tuvo otro remedio que hacerse abogado, a fin de atenuar los problemas de su pérfido hermano con la justicia y garantizarle en todo momento una defensa consistente. La destreza como letrado que Diestro desplegaba ante los tribunales pronto le otorgó fama mundial. Por difícil que fuera el caso, todo delito fraterno quedaba finalmente impune. Hasta que un mal día, Siniestro intentó estrangular a Diestro con su único brazo, movido por la envidia. “Síndrome de estrés agudo”, alegó Diestro en el juicio.
De nada sirvió. Actualmente comparten celda.

Javier Puche
http://puerta-falsa.blogspot.com/2008/10/diestro-y-siniestro.html

1.107 – En la cárcel

 He sido conducido al locutorio porque tengo una visita sorpresa, según me ha adelantado el funcionario. A través del cristal, observo un bello rostro adornado con una sonrisa. Es una muchacha joven, esbelta, con unos ojos claros… «¡Hija mía!», musito. Hace quince años que no la veía, que no quería verme. Y ahora está aquí. En unos segundos acuden a mi mente bellos recuerdos en tropel. Cuando la tenía amorosamente en brazos y me pedía la Luna, y yo le daba la Luna. El día que la llevé a la escuela por vez primera, con su batita blanca, su lazo y su pelo rubio recogido en una graciosa coleta. Lloraba tanto ante la puerta que nos volvimos a casa. Mi mujer se indignó conmigo y tuve que llevarla de nuevo. De repente, unos leves toques del funcionario en la espalda me hacen volverme. Me indica que no estoy en el locutorio adecuado y que esa muchacha no es mi hija. La que ahora tengo enfrente, con gafas y gesto fruncido, no me aviva recuerdo alguno.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010

1.103 – El porqué de las cosas

 En medio de un claro, el caballero ve el cuerpo de la muchacha, que duerme sobre una litera hecha con ramas de roble y rodeada de flores de todos los colores. Desmonta rápidamente y se arrodilla a su lado. Le coge una mano. Está fría. Tiene el rostro blanco como el de una muerta. Y los labios finos y amoratados. Consciente de su papel en la historia, el caballero la besa con dulzura. De inmediato la muchacha abre los ojos, unos ojos grandes, almendrados y oscuros, y lo mira: con una mirada de sorpresa que enseguida (una vez ha meditado quién es y dónde está y por qué está allí y quién será ese hombre que tiene al lado y que, supone, acaba de besarla) se tiñe de ternura. Los labios van perdiendo el tono morado y, una vez recobrado el rojo de la vida, se abren en una sonrisa. Tiene unos dientes bellísimos. El caballero no lamenta nada tener que casarse con ella, como estipula la tradición. Es más: ya se ve casado, siempre junto a ella, compartiéndolo todo, teniendo un primer hijo, luego una nena y por fin otro niño. Vivirán una vida feliz y envejecerán juntos.
Las mejillas de la muchacha han perdido la blancura de la muerte y ya son rosadas, sensuales, para morderlas. Él se incorpora y le alarga las manos, las dos, para que se coja a ellas y pueda levantarse. Y entonces, mientras (sin dejar de mirarlo a los ojos, enamorado) la muchacha (débil por todo el tiempo que ha pasado acostada) se incorpora gracias a la fuerza de los brazos masculinos, el caballero se da cuenta de que (unos 20 o 30 metros más allá, antes de que el claro dé paso al bosque) hay otra muchacha dormida, tan bella como la que acaba de despertar, igualmente acostada en una litera de ramas de roble y rodeada de flores de todos los colores.

Quim Monzó
http://www.monzo.info/