934 – Alegoría del amor senil

  Enamorado de ella hasta los hígados, Apolo le prometió acceder a todo lo que le pidiese.
-¿De veras? -palmoteó Deófilis, una joven bellísima recién admitida de la mano (es un decir, de la mano) del dios en la ciencia amatoria-. Entonces te pido que jamás se apague en mis venas el fuego que tú encendiste.
-Está bien. Concedido.
-¿Puedo pedirte una cosa más?
-¿Qué cosa?
-Vivir tantos años como granos de arena caben en mi puño.
-De acuerdo. Pero no te hagas ilusiones conmigo: pasado un tiempo, tendrás que buscar otros amantes.
-Comprendo. Por suerte, no faltan hombres. Y ahora, un último favor.
Apolo se encolerizó:
-Todas las mujeres son iguales. Cuanto más generoso se es con ellas, más pedigüeñas se ponen. Basta, se acabó. Adiós.
Y se fue volando por los aires.
Se presume que la tercera gracia que Deófilis quería pedirle era la de mantenerse siempre joven. Setecientos años después Eneas se topó con esta vieja inmunda, que vagaba por los caminos de Italia mendigando el amor de los hombres. Como todos la rechazaban, asqueados, el horrible esqueleto vomitaba injurias atroces, y enseguida vertía lágrimas de un fuego inextinguible.
Varias veces se intentó matarla. Pero aquel espantajo sobrevivía a las lapidaciones, a las horcas, a las hogueras, a los puñales, a los venenos, a la crucifixión, a las dentelladas de los lobos, a las temperaturas hiperbóreas, sobrevivió a un ahogo de tres días bajo el mar.
Como se ignora cuántos granos de arena caben en el puño de una muchacha, tampoco se sabe cuántos años vivió Deófilis.
Un rumor que corría por las tabernas y por los lupanares de Roma sostiene que Eneas, el más misericordioso de los héroes troyanos, se compadeció de ella y satisfizo, por una sola vez, sus apetitos.
De esa unión habrían nacido las moscas.

Marco Denevi

933 – Santas visitadas desde el cielo

 Santa Mechtilde de Magdeburgo: Señor, ámame con fuerza, ámame con frecuencia y por largo tiempo. Te llamo, abrasada de deseo. Tu ardiente amor me inflama a todas horas. Soy sólo un alma desnuda y Tú, en ella, eres un huésped ricamente ataviado.
Santa Margarita María Alacoque: Un día que Jesús se puso sobre mí con todo su peso, respondió de esta forma a mis protestas: «Quiero que seas el objeto de mi amor, sin resistencia de tu parte, para que pueda gozar de ti».
Santa Ángela de Foligno: Era como si fuese poseída por un instrumento que me penetrase y se retirase rasgándome las entrañas. Mis miembros se quebraban de deseo… Y para este tiempo, Dios quiso que muriera mi madre, que era un gran impedimento para mí.
Al poco tiempo, mi marido y todos mis hijos murieron. Sentí un gran consuelo. Dios hizo esto por mí, para que mi corazón estuviese en su corazón.

Eduardo Galeano
Espejos, Una historia casi universal. Ed Siglo XXI, 2008

932 – El grafógrafo (A Octavio Paz)

 Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.

Salvador Elizondo
Por favor, sea breve. Ed. Páginas de espuma – 2001

931 – El aborto

 El joven matrimonio anunció inesperadamente que se iba a Londres, a disfrutar de unos días de permiso, aprovechando los ventajosos precios que ofrecía una agencia de viajes. Dejaron a los niños al cuidado de los abuelos, que por cinco días no pusieron dificultad alguna. Pero el supuesto día de su regreso, llamaron por conferencia telefónica, advirtiendo que habían sufrido un accidente automovilístico cerca de Cambridge, sin consecuencias graves afortunadamente, pero que ella debía guardar unos días de completo reposo. Toda la familia se conmovió y también la empresa donde él prestaba sus servicios. Al cabo de veinte días, volvieron. Ella visiblemente pálida y ojerosa. Había perdido mucha sangre, pero, ciertamente, el accidente no le había dejado huella alguna visible. Todos intuyeron lo ocurrido realmente, excepto los abuelos, que entendían era una locura alquilar un coche en Inglaterra, «donde todos conducen al revés…».

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010

930 – La medida del poder

 El gobernador Jackson estaba seguro de que tampoco en esta ocasión vacilaría. Entre conceder un indulto al condenado a la cámara de gas o permitir que la ejecución siguiera adelante, sentía que su poder se medía mucho más por las vidas que quitaba.

Juan Pedro Aparicio
Por favor sea breve 2. Edición de Clara Obligado. Ed Páginas de Espuma. 2009

928 – La peste de los recuerdos

 Quedan ensimismados, silenciosas las roldanas de los aljibes, endureciéndose la masa levada en las artesas. Los pájaros devoran los granos de trigo demasiado maduro y hasta los bebés se olvidan de llorar, recordando la oscuridad del vientre de su madre, el pezón en los labios.
Nada se logra hablándoles de los placeres de la vida, pero a veces es posible persuadirlos de la necesidad de atesorar nuevos recuerdos.
Entonces se ponen en movimiento lentamente y de a poco (los jóvenes primero, los muy viejos nunca más) comienzan otra vez a vivir sólo para darle gusto a la memoria, como todos los hombres.

Ana María Shua
Cazadores de letras. Minificción reunida. Páginas de espuma, 2009

 

927 – Un ‘melange’ mitológico

 Brama se enamoró deshonestamente de la joven Tilottama. Zeus raptó a Europa convertido eventualmente en toro y engañó a Leda, Ganímedes y Dánae transformándose, respectivamente, en cisne, águila y lluvia de oro. Shiva cometió adulterio titánicamente con más de dos mil ermitañas. Ixión satisfizo considerablemente su deseo con Néfele, nube creada por Zeus a semejanza de su esposa Hera. Prajapati le hizo el amor premeditadamente a su propia hija. Bóreas se enamoró de un grupo de yeguas jóvenes y se mudó en caballo para poder montarlas óptimamente. El Dios del viento fornicó jovialmente con una mona… ¿por qué entonces ha de abstenerse un escritor inexperto de yacer a voluntad con los adverbios acabados en mente?

Angel Olgoso
La máquina de languidecer, Ed. Páginas de espuma,2009

926 – Cuestión de números

 Quince veces hizo el mismo movimiento de manos, deshaciendo obstáculos, para llegar a él. Catorce súplicas sirvieron para acabar su resistencia, sobre un terreno abonado por trece caricias, que de puro insolentes, no pudieron pasar desapercibidas.
Fue entonces cuando doce mentiras salieron a relucir y once verdades fueron enterradas para justificar la situación.
Los diez mandamientos saltaron por los aires, justo en el momento en que nueve vergüenzas asomaron en el rostro de los amantes y ocho consejos espirituales se fueron al traste. Aparecieron los siete pecados capitales montando un gran alboroto, siempre demasiado tarde: seis intentos fueron los previos a los cinco espasmos y cuatro jadeos, mientras las tres virtudes teologales sobrepasaban volando.
Dos segundos duró el momento máximo. Un solo gemido.

Carmen Peire
  Horizonte de sucesos, Ed. Cuadernos del vigía, 2011

 

925 – Un caso de alcoholismo

 Conozco a un editorialista que nos explica el mundo cada día desde las páginas de su periódico, pero que no es capaz de comprender lo que le pasa a su mujer.
-Hace cosas rarísimas -me cuenta-. El otro día se le cayó al suelo una taza de café y se echó a llorar como si hubiera sucedido un drama.
-¿Estaba llena o vacía? -pregunté para ganar tiempo.
-No sé, creo que tenía agua.
Le sugerí que quizá no fuera agua, sino ginebra. Muchas mujeres beben detrás de las puertas y sienten por ello una culpa insoportable. Mi amigo reconoció que había descubierto varias botellas vacías bajo el fregadero, aunque negó la posibilidad de que su mujer fuera una alcohólica clandestina. Fíjense: un hombre al que le parece verosímil que Clinton bombardee Afganistán para desviar la atención del caso Lewinsky, no era capaz de entender que su mujer bebiera a escondidas.
Comimos juntos y me hizo un análisis minucioso del panorama nacional e internacional. Me costó mucho entender la devaluación del rublo y la caída de las bolsas asiáticas. No me excité con los arrebatos pasionales de Pujol por Duran, ni de Marqués por Cascos, o viceversa, pero asentí a todo para que dejara de analizar, pues se trata de un analítico compulsivo y despieza la realidad con la misma crueldad que un niño un juguete.
-Lo que no entiendo -dijo al fin- es que mi mujer se haya dado a la bebida. Si tiene todo lo que quiere.
-Clinton también, y se ha entregado a los bombardeos porque las felaciones no le llenan. La gente es muy rara.
-No compares a mi mujer con Clinton -respondió-. Ella no mataría ni una mosca para ocultar un adulterio.
Sin embargo, pensé yo, lo mismo se mete dos botellas de ginebra al día para soportar los razonamientos de su marido. Unos atacan hacia fuera y otros hacia dentro. Le sugerí que escribiera un editorial intentando explicar lo que le pasaba a su mujer, a ver si eso le ayudaba a comprenderlo. Pero no me ha vuelto a llamar.

Juan José Millás