977 – Le cirque rouge

 La caravana del circo arribó al pueblo aburrido, anunciando un espectáculo diferente. Entre el show de malabaristas y las bromas del viejo payaso, se presentaba, en el círculo de arena, un auténtico vampiro. Su acto consistía en fascinar a un enano, para luego beber la sangre de su cuello, frente a la mirada magnetizada de los pueblerinos. La rutina era escalofriante, pero muy original. El éxito del show fue tan contundente, que el circo debió extender su estadía en aquel sitio por toda la temporada. Pero, por desgracia, el stock de enanos se acabó rápidamente, y en las funciones siguientes, el pálido artista debió someter a su rutina a cada uno de sus compañeros del circo, incluido el dueño y los miembros de la orquesta. Ya sin música ni presentador, el exitoso vampiro anuncia el espectáculo de esta noche con una novedad. Por primera vez,solicitará la colaboración gentil y desinteresada de alguien del público.

Martín Gardella
Instantáneas (Buenos Aires, Andrómeda, 2010)

976 – Conquista de la nueva España I

 En la Nueva España, los soldados españoles llaman esmeraldas a las piedras calchihuíes, papas a los sacerdotes, Huichilobos a Huitzilopochli, leones a los pumas, no tienen palabras para tanto pájaro y a Cempoal bautizan Almería. Su lengua los protege contra la extrañeza y la locura, luchan para no hundirse en el barro primigenio, previo a la Creación en el que todo se confunde, en el que nada existe porque nadie todavía lo ha nombrado.
Sus descendientes los recordarán con desprecio y usarán el español para llamarse a sí mismos aztecas y mexicanos.

Ana María Shua

975 – Ladrón de sábado

 Hugo, un ladrón que sólo roba los fines de semana, entra en una casa un sábado por la noche. Ana, la dueña, una treintañera guapa e insomne empedernida, lo descubre in fraganti. Amenazada con la pistola, la mujer le entrega todas las joyas y cosas de valor, y le pide que no se acerque a Pauli, su niña de tres años. Sin embargo, la niña lo ve, y él la conquista con algunos trucos de magia. Hugo piensa: «¿Por qué irse tan pronto, si se está tan bien aquí?» Podría quedarse todo el fin de semana y gozar plenamente la situación, pues el marido -lo sabe porque los ha espiado- no regresa de su viaje de negocios hasta el domingo en la noche. El ladrón no lo piensa mucho: se pone los pantalones del señor de la casa y le pide a Ana que cocine para él, que saque el vino de la cava y que ponga algo de música para cenar, porque sin música no puede vivir.
A Ana, preocupada por Pauli, mientras prepara la cena se le ocurre algo para sacar al tipo de su casa. Pero no puede hacer gran cosa porque Hugo cortó los cables del teléfono, la casa está muy alejada, es de noche y nadie va a llegar. Ana decide poner una pastilla para dormir en la copa de Hugo. Durante la cena, el ladrón, que entre semana es velador de un banco, descubre que Ana es la conductora de su programa favorito de radio, el programa de música popular que oye todas las noches, sin falta. Hugo es su gran admirador y. mientras escuchan al gran Benny cantando Cómo fue en un casete, hablan sobre música y músicos. Ana se arrepiente de dormirlo pues Hugo se comporta tranquilamente y no tiene intenciones de lastimarla ni violentarla, pero ya es tarde porque el somnífero ya está en la copa y el ladrón la bebe toda muy contento. Sin embargo, ha habido una equivocación, y quien ha tomado la copa con la pastilla es ella. Ana se queda dormida en un dos por tres.
A la mañana siguiente Ana despierta completamente vestida y muy bien tapada con una cobija, en su recámara. En el jardín, Hugo y Pauli juegan, ya que han terminado de hacer el desayuno. Ana se sorprende de lo bien que se llevan. Además, le encanta cómo cocina ese ladrón que, a fin de cuentas, es bastante atractivo. Ana empieza a sentir una extraña felicidad.
En esos momentos una amiga pasa para invitarla a comer. Hugo se pone nervioso pero Ana inventa que la niña está enferma y la despide de inmediato. Así los tres se quedan juntitos en casa a disfrutar del domingo. Hugo repara las ventanas y el teléfono que descompuso la noche anterior, mientras silba. Ana se entera de que él baila muy bien el danzón, baile que a ella le encanta pero que nunca puede practicar con nadie. Él le propone que bailen una pieza y se acoplan de tal manera que bailan hasta ya entrada la tarde. Pauli los observa, aplaude y, finalmente se queda dormida. Rendidos, terminan tirados en un sillón de la sala.
Para entonces ya se les fue el santo al cielo, pues es hora de que el marido regrese. Aunque Ana se resiste, Hugo le devuelve casi todo lo que había robado, le da algunos consejos para que no se metan en su casa los ladrones, y se despide de las dos mujeres con no poca tristeza. Ana lo mira alejarse. Hugo está por desaparecer y ella lo llama a voces. Cuando regresa le dice, mirándole muy fijo a los ojos, que el próximo fin de semana su esposo va a volver a salir de viaje. El ladrón de sábado se va feliz, bailando por las calles del barrio, mientras anochece.

Gabriel García Márquez

 

 

 

974 – Se vende

 Al salir esta tarde del cine, me he quedado de una pieza al oír a una vendedora de cigarrillos que ponía en venta mis lágrimas. No daba crédito a sus gritos que, sin embargo, no parecían impresionar a los demás transeúntes. Levanto el cuello de mi abrigo y camino hasta casa tratando de no darle importancia. Pero en la carnicería de la esquina ha llamado mi atención una brillante asadura que lucía colgada de un gancho de acero y ostentaba en un mugriento cartelito su procedencia: era mi nombre. Subo las escaleras de dos en dos y, ya en casa, entreabro temerosa mi abrigo: descubro un hueco donde debía estar mi vientre. Como ya me parece demasiado corro a buscar confirmación en el vecino de enfrente. Después de aporrear su puerta me abre y, con un ejemplar del ABC en la mano me dice encantado que vaya suerte la mía, resulta que mi esquela es la más grande y ostentosa del diario.

Natalia Pérez

973 – Dragón

 Todos los hombres que visitan esta casa más de un par de noches seguidas quieren quitar el mueble del pasillo. Tienen una fijación con la bestia oscura que nos limita el paso entre la cocina, el baño y el salón. Al principio todos proponen la misma idea-objeto: hacha. Los que perseveran (en seguir entrando en casa) refinan un poco la violencia del método: desencolar, serrar, desencajar. Hubo quién, tras acechar al monstruo día tras día, descubrió que estaba hecho igual que los de IKEA, y ducho en la materia, se ofreció en cuerpo y alma para acabar con él en los tres días mágicos (viernes-sábado-domingo) de que gozan los mortales para las tareas sobrehumanas. Prometió que así la luz llegaría a este reino.
El dragón sigue en el pasillo.
El caballero se rindió, dejó de luchar con el dragón y, con ello, de entrar en la casa.
En su huida perdió, además de nuestra admiración, la clave para matar al animal. Pero aún no nos hemos puesto manos a la obra, por si acaso no vuelven hombres a esta casa cuando ya no tengan ninguna bestia que aniquilar.

Elena García de Paredes
Relatos relámpago, Editora regional de Extremadura. Mérida, 2007

971 – IV Centenario

 Desde que leyó que al Quijote le sobraban cuatrocientas páginas, las que van desde en un lugar de la Mancha hasta se murió cuerdo, anda un poco malamente. Ahora le ha dado por arrancar páginas. Del Quijote y de otros libros. Dice que no ha leído en su vida una crítica más certera.

Pilar Galán
Relatos relámpago, Editora regional de Extremadura. Mérida, 2007

969 – Amores cansados

 Érase un mascarón que vivió en la proa de un barco viajando a lo largo y a lo ancho de los mares. No hubo rincón ni playa ni paraje alguno que pasara desapercibido a sus ojos ávidos de todo. Pero a lo largo de los años comenzó a sentir el deseo de asentarse en tierra firme, de conocer a alguien que llenara con besos el vacío que no llenaban ya los mares. Para entonces, su hermoso traje azul y sus ojos soñadores habían perdido el color consumidos por la sal.
Cierta vez, en uno de los puertos a que arribó la nave, descubrió en un pequeño escenario de titiritero a una hermosa marioneta que soñaba con viajar. Había vivido siempre en ese puerto mirando llegar y partir los barcos, y había soñado con conocer a alguien que la llevara a recorrer el mundo, a visitar con sus ojos lo que sólo visitaba con la imaginación. El viento marino despeinaba sus cabellos lacios y su cuerpo de madera repetía, mecánicamente, las palabras del titiritero.
Así se conocieron el mascarón y la marioneta. Se besaron. Visitaron la playa cercana y se amaron en la arena, prometiéndose una colección de muñequitos de madera a los que darían un nombre y llevarían a la escuela, ayudarían a crecer y a ser felices. Y así durante varias noches, en las que el barco estuvo anclado en la bahía a la espera de buen tiempo y después durante varios inviernos, hasta que el cansancio del mar y el cansancio de la tierra les trajeron la indiferencia y el desamor.

Fernando López
El límite de la palabra. Ed. de Laura Pollastri. Editorial Menoscuarto 2007