3.608 – Auto-stop

  Le aseguraban que la práctica del autostop entraña muchos peligros, pero él se negaba a admitirlo. ¿Cómo podía ser peligrosa, por ejemplo, la presencia de aquella dulce muchacha de ojos azules que llevaba sentada a su lado, recogida quince kilómetros antes? Quería llegar a Venecia. «¿Conoce usted Venecia?». No, no conocía esa ciudad ni cualquiera otra de Italia. Jamás había estado en Italia. ¿Era normal?, se preguntó. No, no era normal. Fue un viaje maravilloso, turbado solamente por el recuerdo de la mujer, suegra e hijos que había dejado atrás. Intentó explicar lo ocurrido por carta, antes de afrontar el regreso.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/

3.607 – AMORaTERAPIA

  Me dispuso a lo largo, es la mejor postura para reconocer ese tipo de aflicciones. La Ciencia, qué duda y deuda cabe, alumbraría vértebra a vértebra el futuro. Siempre me llamó la atención el diagnóstico hecho a base de golpecitos y de hundir dos dedos en mi barriga. No puedo evitar sentirme culpable al recordar las veces que mentí «sí» al médico que aseveraba «te duele aquí, ¿verdad?»;
probablemente por aquel entonces ya había comenzado aquella racha de fingir orgasmos que no finalizó hasta que conocí la perversidad sin límite de una verdad. El bajo cero del fonendo entre la camiseta de algodón y el pecho prepúber, también el metro desmayado de la modista, sinuoso por los brazos, las caderas, las piernas, por la cintura; eso y las aristas severas del escalón entre las nalgas mientras las meriendas de invierno, se encuentran entre los mejores fríos de mi niñez. Todos estos aspectos resultan relevantes para entender el alto poder curativo de aquella intervención.
Desde la primera vez me atendió en casa y no dejó de advertirme de la importancia de un tratamiento continuado. No hizo falta el termómetro entonces, supo que la fiebre subía al ponerme los labios en la frente. O yo con mis otros labios entre sus dedos y sus labios, no sé si me explico. Y es que las manos de un médico, esa su forma, quirúrgica, de tentar entre las costillas, de alzarte por los brazos, de agarrarte la cabeza, son algo más que las manos de un hombre. Aman siempre como buscándote un ganglio.
Acabó exhausto el reconocimiento, recostado en mis piernas, ovillado en mis rodillas. Allí y así se me antojó que auscultaba, sin utillajes, lo redondo y hueco de mi menisco, como si fuera una caracola. «Ahí a veces se escucha el mar», le dije. No creo que entendiera.
Mi médico me cuenta que aún no se siente del todo curado. Que por eso vuelve, cuando acaba la consulta y lee luego algún artículo de investigación, a su terapia de tumbarme y tomarme en grageas e ingerirme por varias vías y rehabilitarse arrastrándome por los tobillos, en esta diálisis que le refresca la sangre y le orea humores.
Se automedica. Dice —y ahí le noto que es verdad que todavía no está del todo sano— que sólo cree en la Ciencia y que son malsanos estos otros remedios y sus entresabores. «Mi única fe es la medicina», insiste, grave, cabecea.
Miente. Lo sé porque el otro día le escuché decir no se qué de las diosas y el sonido del mar.
Y porque a menudo me pica la corva.
Es por su barba.

Carmen Camacho

3.606 – Gräfemberg

  Vincenzo y Giulia Puppo, dos investigadores del departamento de Biología de la Universidad de Florencia, recientemente aseguraron que el filosofal Punto G no existe. Así las mujeres durante años nos dividimos entre clitorianas y vaginales. Después de esta noticia continuamos divididas, entre las que creen en la ciencia o las que creemos en la magia.

Gabriela Ortiz Quintero

3.605 – Los cuentos, 4

  Comió el corazón que le trajeron, tal y como ordenaba la tradición, pero esa noche no pudo dormir. Inquieta, ordenó llamar al cazador, que le aseguró que el corazón era de la princesa, y como prueba le mostró también su cabeza. La reina sonrió, apaciguada.
Odiaba la carne de ciervo.

Espido Freire
Antología del microrelato español (1906-2011). Ed. Catedra.2012

3.603 – Últimamente ocurren cosas extrañas en casa

  Últimamente ocurren cosas extrañas en casa. Por ejemplo, giro la llave de la luz y las paredes tiemblan. Las bombillas se prenden poco a poco, sin convicción, como si necesitaran tener algo hermoso delante para proyectar su claridad. Si llega mi hija mayor de visita, resplandecen como focos de un teatro ante la primera actriz. Es imposible hablar por teléfono sin que otras conversaciones se crucen con la nuestra y a menudo aparece la voz de una anciana que, cuando discuto de asuntos bursátiles con mi corredor, interviene indignada:
—¡Todo lo que usted dice son tonterías y se va a arruinar! ¡Venda esas acciones, desgraciado! —me grita.
He perdido mucho dinero por hacer caso de las advertencias de la vieja.
Los tenedores se niegan a pinchar, el papel de las paredes muda de formas y colores diariamente y el cuadro de cacería del salón un día amaneció con ríos de sangre procedentes del pobre ciervo atacado por los perros. Mi bufanda trató de estrangularme y sólo pude zafarme de su abrazo criminal gracias a la ayuda de los criados, que vieron cómo daba tumbos y rodaba asfixiado en el recibidor.
Estos trastornos y otros más, han surgido desde que cambiamos la instalación eléctrica. Yo sospecho que, al igual que en las clínicas devuelven la vida con electrodos a los que sufren un colapso, nuestra vieja casa, la que heredamos de mis abuelos y llevaba tanto tiempo aletargada, ha resucitado gracias a la nueva instalación y se ha dado cuenta de que somos unos intrusos. Nos odia.

Óscar Esquivias
Antología del microrelato español (1906-2011). Ed. Catedra.2012

3.602 – Giros

  Anoche discutimos por el mando de la tele. Pero luego, en la cama, nos acariciamos un poco y susurró mañana eliges tú el programa, amor. Y también: puede que tengas razón y sea buen momento. Me subió el camisón y por una vez no alargó la mano hasta el primer cajón de la mesilla, sino que entró desnudo y tembloroso, como un adolescente, y siguió invocando con palabras al hijo que no sabíamos imaginar.
Esta mañana nos levantamos a las siete. Mientras me duchaba, hizo el café. Al salir del baño me extrañó no oírlo silbar. Me acerqué a la cocina a medio vestir, con el pelo mojado. Pero estaba vacía: solo encontré la jarra de leche dando vueltas en el microondas.
Me he quedado un rato mirando la puerta de cristal. Fijamente. Como quien se asoma a su futuro. La leche burbujeó, lamió el borde del recipiente y se ha desparramado en dibujitos que igual significan algo. Aunque yo, francamente, no entiendo nada.

Nuria Mendoza

3.601 – El regalo

    Mi hijo quiere una peonza por su cumpleaños. —»¿Nada más?» pregunto yo, conmovido ante una petición tan modesta. —»Nada» —responde él sin la menor vacilación. A pesar de ello decido comprarle el castillo normando, provisto de almenas y puente levadizo; el tren eléctrico de vagones articulados, con su túnel y su estación de pasajeros; el disfraz, el sombrero y la espada del hombre enmascarado, y un balón de reglamento. El crío lo acoge todo con entusiasmo y pasa la tarde entera jugando en casa como un poseso. Ya en la cama, al darle el beso de buenas noches, quiero saber si le han gustado sus regalos. —»Mucho» —me dice, iluminando su rostro con una sonrisa llena de ternura. Luego añade: —»¿Y la peonza?».

Pedro Herrero
Los días hábiles. Serial Ediciones. 2016

3.600 – Leyóse en Cuenca…

  Leyóse en Cuenca el edicto de la Inquisición, y entre otras cosas dícese en él que quien supiere de hechicerías y supersticiones las declarase.
Una mujer casada fuese otro día a ver a un inquisidor, y díjole muy afligida que se acusaba de haber aconsejado a una vecina suya que si quería que sus lluecas le sacasen pollos muy crecidos y que se le lograsen todos, que los echase encima algunas veces una capa de un cornudo. Díjole el inquisidor:
—Pues, hermana, ¿cómo sabéis vos que es provechoso ese remedio?
—Señor —respondió ella—, helo probado muchas veces con la capa de mi marido y hame salido muy bien.

Juan de Arguijo
Cuentecillos para el viaje – Editorial Popular – 2011

3.599 – Rapto

  Lo raptaron cuando salía, por la mañana temprano, de su casa camino del trabajo. Lo metieron en un coche a la fuerza y no tuvo oportunidad alguna de reaccionar. Quiso protestar, al tiempo que le colocaban la venda en los ojos, la mordaza en la boca y las ligaduras en las muñecas, pero un fuerte codazo en el vientre le hizo desistir. Les advirtió que no tenía dinero en cantidad apreciable en su cuenta corriente, pero los secuestradores no dieron importancia alguna al hecho. Ellos pretendían una buena suma de la empresa donde trabajaba y ocupaba un alto cargo… Y lo consiguieron. Cuando lo liberaron, corrió a abrazar a su mujer, a sus hijos, a los amigos y compañeros de trabajo. El abrazo más emocionado lo dedicó al Presidente del Consejo de Administración de la empresa, que días más tarde, cuando la emoción de los momentos vividos se hubo disipado, le comunicó que el importe de su secuestro corría en su mitad a cargo de la empresa, pero que de la otra mitad se haría cargo él, por supuesto en cómodas mensualidades a descontar de sus emolumentos. En diez años dejaría saldada la deuda. También le aconsejó que fuera armado en lo sucesivo.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/