966 – Los novios

 Veinticinco años de noviazgo eran muchos años. Así lo estimaban los dos, es decir, el novio y la novia. Sólo tenían una alternativa: casarse o separarse. Probaron la separación. Imposible. Ella prorrumpió en llanto al doblar la esquina, ante el asombro de los peatones. Él la llamó por teléfono ansiosamente por la noche a su casa, jurándole que no podía vivir sin ella. Decidieron casarse. La noticia conmovió a la madre de la novia. Lloró, sollozó sin tregua ni pausa. «Mi hija, mi pobre hija -decía-, casarse así… tan de repente».

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010

954 – El fusilamiento

 ¿Era válida, resultaba moralmente lícita aquella manera que tenía el Coronel P de divertirse con los prisioneros? Cierto era que los días resultaban eternos en aquel páramo, donde el sol apretaba sin piedad, que el Coronel P se aburría en extremo y deploraba el hecho de que en la capital no se ocuparan de su anhelado traslado (el día que lo solicitó besó la carta, antes de enviarla) y que tampoco la vida de aquellos reclusos tenía gran importancia… pero hay bromas que pasan de la raya. Por ejemplo, el fusilamiento «acuático». Llamado así por el Coronel P. El primero que soportó la broma se murió del susto. Todo consistía en sacar de la celda a un prisionero escogido al azar, colocarlo en el paredón frente a un pelotón de ejecución, vendarle los ojos para que no viera el truco y gritar «¡Agua!», en lugar de «Fuego». De los fusiles no salían balas, ni tan siquiera perdigones, sino sendos chorritos de agua, al igual que en ciertas pistolas de juguete. La broma dejó de ser tal cuando, con su repetición, harto numerosa, los reclusos se enteraron y dejaron de asustarse. Lo malo fue cuando el Coronel P, dispuesto a seguir la broma hasta el final, gritó «fuego» un día y los fusiles vomitaron balas. El desgraciado recluso, que se sintió más listo y bromista que el propio Coronel P, murió en traje de baño, con los ojos redondos como platos, víctima de la sorpresa…

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010

945 – El reglamento

 Llevaban casados tres años y pasaban estrecheces económicas. Es por ello que, cuando en su empresa convinieron en admitir a diez nuevas secretarias, se lo dijo a su mujer. Ésta superó las pruebas de aptitud y obtuvo la plaza. Al rellenar los impresos declaró ser «soltera» y dio como domicilio el de sus padres. Estaba prohibido terminantemente en la empresa que trabajaran marido y mujer. Todo fue bien. Se ignoraban mutuamente cuando se veían en los pasillos y despachos y se evitaban a la salida. Cada uno iba a su casa por caminos diferentes. Un día de verano no pudieron resistir la tentación y fueron sorprendidos por una compañera en el sofá de la sala de visitas, en la hora de descanso asignada para el almuerzo, en postura muy comprometedora. La empresa juzgó que la culpable era ella (él llevaba quince años en la misma, demostrando una conducta intachable) y la despidió. Él siguió en su puesto, aguantando las miradas irónicas y sonrisas maliciosas de sus compañeros y sobre todo las cartas anónimas que le dirigían a su mujer. «Tenga cuidado. Es un sinvergüenza», decía una de ellas. Y contaba lo ocurrido…

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010

931 – El aborto

 El joven matrimonio anunció inesperadamente que se iba a Londres, a disfrutar de unos días de permiso, aprovechando los ventajosos precios que ofrecía una agencia de viajes. Dejaron a los niños al cuidado de los abuelos, que por cinco días no pusieron dificultad alguna. Pero el supuesto día de su regreso, llamaron por conferencia telefónica, advirtiendo que habían sufrido un accidente automovilístico cerca de Cambridge, sin consecuencias graves afortunadamente, pero que ella debía guardar unos días de completo reposo. Toda la familia se conmovió y también la empresa donde él prestaba sus servicios. Al cabo de veinte días, volvieron. Ella visiblemente pálida y ojerosa. Había perdido mucha sangre, pero, ciertamente, el accidente no le había dejado huella alguna visible. Todos intuyeron lo ocurrido realmente, excepto los abuelos, que entendían era una locura alquilar un coche en Inglaterra, «donde todos conducen al revés…».

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010

921 – Mendigos

 

 Algunos mendigos son monótonos en sus peticiones callejeras. Todos los carteles que escriben dicen lo mismo v los transeúntes terminan por aburrirse y pasan indiferentes. Tengo una idea. No expondrían problemas personales, ni situaciones angustiosas. Un cartel, renovado cada día, indicando el título del espacio más interesante que la televisión emitirá por la noche, así como su hora de proyección y el canal. Sería algo útil, provechoso v llamaría la atención. Un cartel que diga, más o menos: «Hermano, estoy sin trabajo y sin televisor. Esta noche no podré ver la película tal y tal, protagonizada por fulano y zutano… y usted sí. Ayúdeme, por favor». ¿Les conmoverá?
Temo que aprieten el paso para llegar a tiempo y no perderse el comienzo del film anunciado.

Alonso Ibarrola

910 – Hombre-pájaro

 Su trabajo básico se desarrollaba regular e invariablemente en la Oficina Municipal de Impuestos. Pero tenía una afición secreta, una ambición oculta: volar. Por sus propios medios, se entiende. Tras cinco años de trabajos y afanes, logró fabricar, en su pequeño taller de carpintería, un ingenio volador. Una mañana fría de domingo planeó con éxito por la ciudad, sin que, al parecer, nadie se percatara del hecho. Loco de alegría lo contó en la Oficina. Ante la indiferencia y escepticismo de sus compañeros, se ofreció a repetir la hazaña. A las once de la mañana de un lunes laborable, planeó y dio varias vueltas al edificio que albergaba la susodicha Oficina, a la altura de la planta undécima. Éstos no daban crédito a sus ojos. El Jefe de Negociado, irritado por la algarabía provocada, le descontó un día de sus vacaciones y le prohibió volar en horas de oficina.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010

905 – La bofetada

 «Escucha, la vida se nos va y no hemos tenido ocasión de abrir la boca. De niños era diferente. ¿Te acuerdas cuando cantábamos en el coro y el director, con ojos de odio, aguzaba el oído, intentando localizar al causante del desafinado? Una bofetada indicaba el fin de las investigaciones. Te confesaré que yo entonces abría la boca y no profería nota alguna por miedo. Ahora hago lo mismo».

Alonso Ibarrola

 No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010

Ahorrador

alonso-Ibarrola2 Con muchos sacrificios había conseguido ahorrar una apreciable suma de dinero, a lo largo de muchos años. «Para la vejez», se decía. Un amigo le aconsejó que, no lo tuviera en una libreta porque el dinero se depreciaba… También había visto él unos grandes anuncios en los periódicos y en la televisión, de una inmobiliaria que ofrecía un elevado tipo de interés. Canceló la cartilla e invirtió su dinero en la inmobiliaria. Creía en los valores inmobiliarios, en las cosas tangibles, en las piedras, en los ladrillos. No supo a ciencia cierta por qué, pero el hecho es que la inmobiliaria quebró y se quedó sin sus ahorros. Afortunadamente el cáncer evitó que llegara a la vejez.
Alonso Ibarrola

El emigrante

alonso-ibarrola2-300x200 Volvió al pueblo con la carta de despido de la fábrica alemana donde había trabajado durante siete años, en el bolsillo. No le hicieron el mismo recibimiento que en anteriores ocasiones. Le preguntaron, en la taberna, sarcásticamente, por el reloj de oro y el coche. El primero lo vendió, el coche era alquilado… Y por lo que respecta a sus ahorros y la indemnización percibida, lo había invertido todo en un piso en la ciudad. Lo malo es que su cuñado se lo alquiló en un precio superior al que le correspondía, ya que era de «renta limitada». El inquilino denunció el contrato y se negó a pagar. Finalmente, el emigrante tuvo la suerte de colocarse en la misma taberna del pueblo, en la cocina. Trabajaba doce horas diarias, incluidos los domingos. Se quedó con el apodo de «el alemán», y él, entre dientes, solía decir: «¡Qué más quisiera Yo!»

Alonso Ibarrola

Ileso

alonso-ibarrola2-300x200 El autobús cayó, repleto de pasajeros, por un precipicio al perder su conductor el control del volante. Se hundió en las frías aguas de un torrente y pasaron varios días hasta que todos los cadáveres pudieron ser recuperados. En total: ciento cinco muertos v un superviviente que, milagrosamente, se salvó al ser despedido violentamente del autobús en el primer encontronazo. Un periodista le hizo una entrevista, la gente le felicitaba por su suerte v una «nueva vida se abría ante él…». Esto lo dijo el cura de su parroquia en la plática de la misa que su mujer ofreció en acción de gracias. Pasaron los meses, siguió trabajando en su modesto puesto de funcionario v murió, años más tarde, tras una larga y cruel enfermedad, lamentando su mala suerte.
Alonso Ibarrola