Fiel al oficio secular, trabajadora todo el año, bajo el pico trae su viejo hatillo con un niño dentro, dormido, que a la vez bajo el brazo trae un pan. Un pan de yemas y boniato. Demasiado peso para ave tan nómada y torrontuda. Gran desgaste del espinazo, supones al vislumbrarla, como los arcoíris, lenta y cargada desde la rayita del horizonte. Pero las gratitudes que despierta esa supina abnegación de recadera menguan, y cómo, al descubrirse un buen día cuán cruel puede llegar a ser la cigüeña con sus propias crías más débiles: si una cigüeñita aún casi sin plumas no da oportunas señales de vitalidad, si se muestra apocada y remisa ante la comida, la mamá la echará fuera del nido con una seca patada, sin advertencias, desde lo alto del campanario. ¡Abusadora! Vamos a ver, qué carajo pasará por esa cabeza cuando rige a partes iguales la conducta de una buena comadrona y la de una mala madre.
3.444 – La piel de oso
3.443 – Reverberación
3.442 – Ciertos pescadores sacaron del fondo una botella
Ciertos pescadores sacaron del fondo una botella.
Había en la botella un papel, y en el papel estas palabras: “¡Socorro!, estoy aquí. El océano me arrojó a una isla desierta. Estoy en la orilla y espero ayuda.¡Dense prisa. Estoy aquí!”
–No tiene fecha. Seguramente es ya demasiado tarde. La botella pudo haber flotado mucho tiempo –dijo el pescador primero.
–Y el lugar no está indicado. Ni siquiera se sabe en qué océano –dijo el pescador segundo.
–Ni demasiado tarde ni demasiado lejos. La isla “Aquí” está en todos lados –dijo el pescador tercero.
El ambiente se volvió incómodo, cayó el silencio. Las verdades generales tienen ese problema.
Wislawa Szymborska
3.441 – El teniente me dijo
El teniente me dijo que yo era un negro roñoso. Le contesté negro sí, no lo niego, pero yo me aseo todos los días, mi teniente. El teniente me dijo que me había desacatado y me condenó a tres días de calabozo. Cuando salí, el teniente me volvió a decir lo de negro roñoso y no contesté nada. Después el teniente me dijo algo sobre mi hermana, que había venido del interior a visitarme. Le pedí con todo respeto que no hablara así de mi hermana. FA teniente me dijo entre risas que él me hablaba como quería, y que ya éramos cuñados. Entonces sentí en la mano el fierro que llaman arma reglamentaria y apreté el gatillo. El teniente no volverá a decir nada nunca más.
David Lagmanovich
El límite de la palabra. Ed. Menoscuarto – 2007
3.440 – Brújulas
3.439 – Niño modelo
Todas las mañanas el muchacho, huérfano de madre, antes de ir a la escuela, preparaba el desayuno para su padre, postrado en el lecho desde hacía varios años, víctima de una enfermedad incurable, y sus hermanitos. Al volver al mediodía, preparaba la comida y por la tarde, lavaba, planchaba, cosía, y al anochecer, cuando todos dormían, hacía sus deberes. También estudiaba idiomas. Era el muchacho más bueno del pueblo. El párroco se interesó por él y consiguió que le nombraran «el muchacho más bueno del año», en un concurso patrocinado por la emisora regional. Todas las vecinas se brindaron a ayudarle para que pudiera disfrutar del premio, «un viaje a París de diez días, para dos personas». Le acompañó la maestra. En un mes no dieron señales de vida. Luego, su padre, en el lecho leyó lloroso una carta, del hijo, pidiéndole perdón, y advirtiéndole que se quedaban en París.
Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/
3.438 – Madres e hijos
Algunos padres serán hijos de sus hijos en el Cielo. Los esperarán, absurdamente jóvenes, como lo eran cuando los despidieron a la puerta de casa para ir a una guerra o al viaje que los mataría. O cuando los besaron por última vez, en una cama de hospital, tragándose las lágrimas, pensando «qué será de ellos cuando yo me vaya», mirando ansiosamente hacia el Futuro en esos ojos asustados por el beso demasiado largo y demasiado intenso.
Pero ellas, sobre todo, no podrán entenderlo. Las que se fueron cuando eran casi niñas y los parieron con su propia muerte. Esos bebés, pequeños como muñecos, a los que abrazaron apenas un momento, llegarán con una fotografía, un retrato, un camafeo, entre las manos incrédulas. Viejos o viejas, encorvados, renqueantes, con dentaduras postizas, con dedos deformados por la artritis, las encontrarán por fin entre la multitud de madres muertas y se apretarán contra su pecho y buscarán el latido remoto de su corazón y el olor inconfundible que nunca más se repitió sobre la tierra.





