En el andén del metro F. y N. se buscan las miradas. F. encuentra la mirada de nieve de ella, la atrapa y la encierra en un cofre bajo dos vueltas de llave. N. encuentra la mirada de fuego de él, la atrae y la encierra en una habitación oscura, tenuemente iluminada por el ojo de un ventanuco. Allí la somete a un arduo interrogatorio y, quemándose los párpados, recorre el historial de la visión de F. para descubrir dónde puso la llave.
Categoría: Antonio Serrano Cueto
1.240 – Entre Gatos y perros
Pedro y Juana conviven desde hace cuarenta años en un minúsculo apartamento. No han tenido hijos, pero sí perros y gatos de variado pelaje. Más por Juana que por Pedro, porque a él los animales le traen sin cuidado. En realidad, hace días que ya todo le trae sin cuidado. Sin embargo, a ella siempre le gustó acariciar lomos hirsutos y sentir bajo la piel caliente del animal el fluir somero de la sangre, y susurrar zalamerías en oídos que parecían agradecerlas. Algunos ya murieron, y a los más pequeños, como eran fácilmente transportables, Juana los fue enterrando en un bosquecillo en las afueras de la ciudad, bajo humildes letreros de caligrafía primorosa. Ahora moran en la casa tres gatos y un perro triste, ojeroso, que se encariñó tanto de Pedro, que hace una semana que no se aparta del viejo arcón.
Antonio Serrano Cueto
http://antonioserranocueto.blogspot.com/
1.193 – El semáforo
De la mano de su padre, el niño espera en el semáforo. Muñeco rojo, no pasar. Muñeco verde, sí pasar. Le gusta ver cómo el muñeco verde acelera el paso paulatinamente a medida que transcurren los treinta segundos y, sobre todo, cómo corre en los últimos cuatro. Ahí empieza la carrera, y el niño siempre gana entre risas al muñeco verde. Ocurre al menos dos veces al día, en el trayecto de ida y vuelta de la guardería, y no pasa de ser un juego inocente. Pero el muñeco verde no perdona. Medio siglo después una furgoneta le ayudará en la revancha.
Antonio Serrano Cueto
http://antonioserranocueto.blogspot.com/
1.064 – El suicidio *
La causa de la muerte de Rogelio Pastrana fue el suicidio, mas no porque él hubiera resuelto, en plena cuarentena, poner fin a su existencia, sino porque vino a caerle encima un suicida. Nada extraño en aquel barrio de extramuros, donde cada cierto tiempo la desesperación, no pocas veces instilada en el veneno de la droga, empujaba un cuerpo al vacío. Rogelio había oído hablar de los suicidios de altura en los relatos de su madre, pero aquellas historias de perdedores no iban con él, que había logrado salir de allí, hacer carrera universitaria y vivir con holgura en un apartamento del centro aromado por jazmines.
En los días festivos Rogelio solía almorzar en casa de sus padres y, entrada la sobremesa, bajaba a comprar pasteles para la merienda. Aquel día, 1 de noviembre, era costumbre desde su infancia elegir coloridos huesos de santos.
Hacía calor, pese a la madurez del otoño, y una brisa racheada permitía barruntar levante antes de que acabara la jornada. Salió Rogelio a la calle y, al girar la esquina, se detuvo a contemplar el cartel de un comercio recién inaugurado. El suicida ya había dado el salto desde el noveno, dos pisos por encima de la casa natal de Rogelio.
Ningún testigo a aquella hora asomado en las ventanas o las terrazas, ni transeúnte alguno en la calle desierta. Nadie pudo ver al suicida frustrado ponerse en pie, incrédulo, y correr a ocultar su bochorno. La policía cubrió el cuerpo estrellado de Rogelio, se dio aviso al juez, que ordenó con hastío el levantamiento del cadáver, y el vecindario supo por sus padres que no podía haber sido desde su casa en el séptimo piso porque Rogelio había cerrado la puerta detrás de sus pasos para ir a comprar pasteles. Tal vez subió a la azotea. Quién lo diría. Cómo se guardaba su pena.
A Rogelio se le negó la tierra santa por suicida y dos meses más tarde, en mitad de un temporal de levante, vino a compartir su fosa profana el suicida vecino, que al fin había acertado de pleno.
http://antonioserranocueto.blogspot.com/2011/10/un-microrrelato.html
*Para Norberto Luis Romero
El hombre desparejo
Hora punta en los andenes del metro. Un hombre corre precedido por su sombra, que camufla sus perfiles humanos entre el gentío atropellado. El hombre ignora que ha salido de casa desparejo. Llega al trabajo y saluda, pero su saludo suena geminado, porque ya saludó antes su sombra. Es mediodía. El hombre se dispone a almorzar donde suele. En la mesa quedan restos del almuerzo reciente de su sombra. Cumplida la jornada, atardecida la hora, el hombre vuelve a casa. Por su habitación camina descalzada su sombra. A pesar del cansancio, inicia en la cama el ritual del deseo con el cuerpo de la amada, pero ella duerme ya gozosamente satisfecha.