3.273 – La última versión

Javier Saez de Ibarra   En plena noche, se levantó y fue al cuarto de baño. Ahí estaba cuando dos ladrones acuchillaron a su mujer y a su hijo pequeño. Él había sentido el cuchicheo y los pasos de los asaltantes, también supo por los movimientos sordos que hubo una lucha con su mujer, quien debió de despertarse un momento antes de que la mataran. Él buscó entre los utensilios del baño algo que le sirviera de arma; no lo halló. Se quedó de pie tras la puerta, quieto, contenido. Los hombres se tomaron un tiempo para registrar algunos cajones, encontraron joyas, no muchas, dinero, hasta que se dieron por satisfechos. Se marcharon pronto.
El hombre barajó y sostuvo versiones diferentes —digamos, catorce— de estos hechos. Antes de añadir una nueva muerte a la narración.

Javier Sáez de Ibarra
Mar de pirañas. Menoscuarto. 2012

3.272 – El hombre doble

Juan Ramn Jimnez   Yo lo había conocido al piano, una tarde grata, de cerca, en la penumbra gris y dulce del crepúsculo de primavera, en su salón. Me había parecido dulce, bueno, sencillo, vibrante el corazón de la música de su piano, entre sus hijos, su mujer y sus flores.
Luego, el otro día, en su despacho, de lejos, entrando yo por la puerta distante del banco grande, me pareció que lo había equivocado con otro. Estaba más enjuto, más oscuro, recortado, sequiduro entre ropas y hules, y unos ojillos de pimienta, que en nada se parecían a los azules del día antes, me miraban, acercándose, como con desagrado.
Llegando a un punto de la estancia, como en esos cambios de los árboles cuando nos acercamos a ellos, como si hubiera un escamoteo teatral, el hombre de hoy, el del escritorio, se transformaba otra vez, en el hombre de ayer, el del piano, y la sonrisa grande y blanda sucedía al mirar pequeño, duro y desagradable.
Debió notar mi confusión, y le dije lo que era: «Al pronto no lo había conocido a usted. Me parecía usted otro».

Juan Ramón Jimenez
Antología del microrelato español.Ed. Cátedra. 2012

3.271 – La vuelta del otro

 ramon g de la serna  Resucitó el otro. Aquel perdido por el abortivo fulminante; aquel que la dejó a ella amarilla como la cera y a él pálido como el asesino y con la boca más sumida que nunca.
Resucitó ahora, cuando ya en el matrimonio era más entretenido tener un hijo, y habían pensado que eso les uniría en la desunión terrible que reinaba entre ellos. Aunque recordaban vagamente aquel niño ya casi con vida que mataron, tan hermoso, con esa alegría en el rostro de los hijos del amor libre, se notaba enseguida que éste tenía las mismas facciones.
Era el otro que volvía. Volvió a vengarse de que le hubiesen matado y por lo pronto lloraba a todas horas.
Tenían miedo. ¿Cómo les miraría cuando les pudiese reconocer?…

Ramón Gómez de la Serna
Antología del microrelato español.Ed. Cátedra. 2012

3.270 – El perdón

 alonso-Ibarrola2   Cuando la muchacha habló de matrimonio, no quisieron escucharla. Opinaban sus padres que «aquello» era una locura. «¿Qué diría la gente?». A la muchacha no le importaba nada la opinión de la gente. Tampoco le importaba vivir como los gitanos, de ciudad en ciudad, porque su marido actuaba en las plazas de toros. Se querían y eso, a su entender, era suficiente. No lo entendieron así sus padres y un día ella desapareció para siempre. Años más tarde, en el lecho de muerte, el padre los perdonó. El matrimonio acudió junto al moribundo. La hija besó con emoción la frente de su padre y luego aupó a su marido —un famoso torero-enano, figura destacada de un espectáculo cómico-taurino— para que hiciera lo propio…

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/

3.267 – Herencia

paz-monserrat  Antes de ponerse el pendiente frotó el metal que rodeaba el zafiro con un bastoncito impregnado en líquido para limpiar plata. Cientos de estratos de tiempo levantaron el vuelo dejando la superficie luminosa y desnuda. Se acercó, curiosa, y la joya le devolvió el rostro adolescente de su abuela probándose el pendiente ante un espejo.

Paz Monserrat Revillo
Mar de pirañas. Menoscuarto. 2012

3.266 – La inspiración

hipolito-gnavarro2   Hay que imaginarse el escenario: los días todos iguales del Polo Sur, una atardecida eterna que arropa de desvaído azul un universo frío, plano y desamueblado. En el espacio que nos interesa recortar tal vez se puedan suponer, además de la superficie helada y blanca, tres o cuatro pingüinos a lo lejos, si acaso en un ángulo a la izquierda los deshilachados amagos amarillos de una aurora boreal. Poco más. Y frío, un frío abstracto y desacostumbrado para los termómetros.
Pero en el centro de la escena está el iglú, como una redonda y rotunda provocación. Y en su interior, la historia: despaciosos sucederes presididos por el calor. Los padres se aman desnuditos bajo las blanquísimas pieles de oso, la abuela come a lentos puñados de un pescado blanco salpicado de rojo intenso en las agallas y el hijo entretiene su mirada en el alegre bailoteo de las llamas en el fuego del hogar. Esa contemplación ensimismada le ocupa todas las horas; hay poco colegio por esas latitudes. No se trata de perder el tiempo, aunque lo parezca, como no se pierde el tiempo si se observa toda una tarde el vaivén del mar golpeando en la costa o el resto de la noche el cuerpo desnudo de la mujer que hemos amado. Los ojos del niño han subido y bajado al compás de las llamas durante horas y horas, y ahora tiene como dos brasas las pupilas. Afuera todo lo más quedará un solitario pingüino rezagado, el paisaje aún más plano bajo el peso de difíciles constelaciones. Es entonces cuando el niño casi lo susurra: «Bueno…, y yo ahora me pregunto…: ¿qué es un rincón?».

Hipólito G. Navarro

3.265 – El perro

jose moreno villa    Cuando veo a esta llama de atención que es el perro; cuando le veo seguirme con los ojos, saludarme con los brazuelos, espiar, ladrar en mi defensa, mover el rabo alegre a mi llegada, echarse a mis pies hecho un ovillo, todo sumisión, surge al instante en mi memoria la imagen del hombre que, por su voluntad, convertiría en perros a todos los seres que le rodean, a la mujer, al hijo, al inferior jerárquico. Y entonces me voy al perro y le digo con toda la efusión de que soy capaz:
«Mira, perro, yo no te voy a pegar nunca, ni te voy a suprimir la comida, ni a echar de la casa, ni a disminuir mi benevolencia para contigo. No me temas; no seré nunca el superior. Pórtate como te portarías en mi ausencia. No quiero esclavos ni aduladores».
Y el perro me tuvo por idiota.

José Moreno Villa
Antología del microrelato español.Ed. Cátedra. 2012

3.264 – La cueva

iwasaki   Cuando era niño me encantaba jugar con mis hermanas debajo de las colchas de la cama de mis papás. A veces jugábamos a que era una tienda de campaña y otras nos creíamos que era un iglú en medio del Polo, aunque el juego más bonito era el de la cueva. ¡Qué grande era la cama de mis papás! Una vez cogí la linterna de la mesa de noche y le dije a mis hermanas que me iba a explorar el fondo de la cueva. Al principio se reían, después se pusieron nerviosas y terminaron llamándome a gritos. Pero no les hice caso y seguí arrastrándome hasta que dejé de oír sus chillidos. La cueva era enorme y cuando se gastaron las pilas ya fue imposible volver. No sé cuántos años han pasado desde entonces, porque mi pijama ya no me queda y lo tengo que llevar amarrado como Tarzán.
He oído que mamá ha muerto.

Fernando Iwasaki
Mar de pirañas