3.453 – Vigilia*

    Esta mañana, la horrenda máscara que tengo por rostro me ha sobresaltado al mirarme de nuevo en el espejo. Mientras desayunaba en silencio, el ser que se hace llamar «tu hija» me ha rozado con su boca carnosa, poco antes de abandonar la casa, y yo he repetido mecánicamente sus mismas palabras: «Te quiero». Luego, la entidad que dice ser mi mujer ha anunciado que salía a hacer la compra, a lo que he asentido con un leve movimiento de mi apéndice superior. Ha sido un gran alivio quedarme a solas. Así, ha ido pasando un día más. Ya es otra vez de noche y sigo sin poder conciliar el sueño. Los sonidos guturales que esas criaturas emiten en la oscuridad me llenan de zozobra y de espanto. No sé cuánto tiempo más podré seguir ocultándoles que no sé quién soy, que no sé qué soy.

Manuel Moyano
Mar de pirañas. Ed Menoscuarto. 2012
*A Ángel Zapata

3.446 – De los defectos de la sabiduría excesiva

   Huang, discípulo del famoso Tse-Liu, le dijo así: «Maestro, tengo hambre». Éste contestó que él era maestro de sabiduría, no de cocina, y que además ésa era una manifestación indigna de un alma libre. Huang dijo entonces: «Maestro, mi alma es libre, pero mi estómago no se ha enterado de ello». A lo que Tse-Liu lo despidió considerando el desnivel que había alcanzado el diálogo. Con el corazón dolorido, pues apreciaba la buena enseñanza que hasta entonces recibiera, Huang partió a ganarse el pan. Al cabo de unos años había prosperado grandemente. Tenía dos casas, tres hijos, cuatro granjas y una multitud de parientes y animales. Una noche de invierno golpearon débilmente a la puerta de su casa. El propio Huang abrió e hizo entrar a quien así golpeaba, un hombre al parecer de edad, macilento y cubierto de harapos. El hombre no vaciló y dijo: «Soy Tse-Liu y he venido a recibir las enseñanzas que quieras impartirme».

Rodolfo Modern
El límite de la palabra. Ed. Menoscuarto – 2007

3.439 – Niño modelo

    Todas las mañanas el muchacho, huérfano de madre, antes de ir a la escuela, preparaba el desayuno para su padre, postrado en el lecho desde hacía varios años, víctima de una enfermedad incurable, y sus hermanitos. Al volver al mediodía, preparaba la comida y por la tarde, lavaba, planchaba, cosía, y al anochecer, cuando todos dormían, hacía sus deberes. También estudiaba idiomas. Era el muchacho más bueno del pueblo. El párroco se interesó por él y consiguió que le nombraran «el muchacho más bueno del año», en un concurso patrocinado por la emisora regional. Todas las vecinas se brindaron a ayudarle para que pudiera disfrutar del premio, «un viaje a París de diez días, para dos personas». Le acompañó la maestra. En un mes no dieron señales de vida. Luego, su padre, en el lecho leyó lloroso una carta, del hijo, pidiéndole perdón, y advirtiéndole que se quedaban en París.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/

3.432 – La ley de la selva

    Sentado en un rincón de la oscura taberna, el único cliente contempla en silencio el documental que pasan por televisión sobre la vida salvaje en la sabana africana. La joven camarera le ha servido un café bien cargado, con la misma indolencia que muestra la pequeña gacela del reportaje, mientras deambula por el prado lejos de la manada. El chacal la acecha, agazapado entre la maleza, y el locutor del programa asegura que las posibilidades que tiene la presa de romper el cerco del cazador son prácticamente nulas. [post_excerpt] Hay un cruce de miradas entre la fiera y el hombre, que sorbe lentamente su taza de café.También la gacela detiene su marcha, inquieta a causa de un ruido que llama la atención de la camarera, la cual deja un momento lo que está haciendo para fijar sus ojos en la pantalla. La vida, al parecer, se somete a unas leyes tan poco flexibles que acaban cuestionando nuestro romántico concepto de libertad. El locutor tiene una voz sedosa, profunda y convincente, y habla como si él mismo hubiera diseñado el comportamiento de todos los seres vivos del planeta. Ahora el chacal ha pedido la cuenta y la gacela, tras limpiarse las manos en el delantal, acude sin demora a cumplir con su destino.

Pedro Herrero
Los días hábiles. Serial Ediciones. 2016

3.425 – Don Francisco de Quevedo…

    Don Francisco de Quevedo, poeta que compuso el romance de Escarramán, fue estudiante muy pobre en su mocedad; pero andando el tiempo vino a ser rico y a tener un hábito de Santiago. Supuesto esto, visitaba a una señora, a quien los más caballeros de la Corte visitaban muy de ordinario, y cansado de tantos compañeros, díjole un día:
—Vuesa merced, señora doña fulana, ha de morir comida de caballeros, como otras se comen de piojos.
Respondióle:
—Vuesa merced, que sabe de lo uno y de lo otro dígame, por su vida, ¿quiénes comen más: los caballeros o los piojos?

Juan de Arguijo
Cuentecillos para el viaje – Editorial Popular – 2011

3.418 – David

    De día lo contemplaba entre los miles de visitantes de la Academia. Por las tardes se escondía detrás de alguna de las innumerables estatuas del piso superior y en la oscuridad bajaba anhelante hasta estar cerca de David.
Le acercaba un pequeño caracol del mar de coral, una gota del perfume de su pubis, una moneda de espuma o acaso un espejo invisible. Susurraba pétalos de vida y acercaba los latidos de su corazón al níveo, sedoso y firme pecho de su amado.
Una noche, apenas rozó con sus labios el hombro de su adorado, él olvidó siglos de mármol, descendió del pedestal y sus rizos parecieron movidos por un aliento de ángel. Se amaron con pasión de amantes primigenios.
Por la mañana, el vigilante dijo: qué extraño: hoy David sonríe.

Dina Grijalva Monteverde

3.411 – El juego

    La Muerte vino a buscarme, pero yo fui más rápido que ella. Me escondí. Pasó de largo. Desde entonces, han transcurrido los siglos, los milenios. No sé cuánto tiempo hace que nuestras orgullosas ciudades fueron borradas de la faz del planeta. Los pocos hombres que aún quedan sobre la Tierra habitan en lóbregas cavernas y se alimentan de vísceras de cadáveres o de insectos inmundos. Un cuchillo mellado y unos sucios andrajos constituyen todo mi patrimonio. He sido lapidado, apuñalado, aplastado, mordido y lanceado, pero mis heridas se obstinan siempre en cicatrizar. Aborrezco esta existencia indigna más allá de lo imaginable. Hace mucho tiempo que no ceso de buscar a la Muerte; sin embargo, ahora es ella quien se esconde de mí.

Manuel Moyano
Mar de pirañas. Menoscuarto. 2012

3.390 – Prócer

   Aquella mañana, Miguel Hidalgo y Costilla saludó al sol con su habitual semblante. No había nada particularmente distinto en esa ocasión, que ameritara un rostro más afable. Era un 15 de septiembre como cualquiera y la plaza estaba concurrida. Los transeúntes lo miraban al pasar —siempre con respeto— y preguntándose la razón de su ceño permanentemente fruncido. Ignoro si hace ciento noventa y ocho años Don Miguel tendría motivos para lucir esa cara, pero hoy sí, porque las palomas —haciendo caso omiso de su naturaleza de prócer— han cagado en su pétrea cabeza.

Carmen Carrillo