3.694 – Receta del terror social

  TIEMPO DE PREPARACIÓN: Variable en función del peso y resistencia mental del individuo.
INGREDIENTES: Individuo mayor de edad, trabajo absorbente, hipoteca a tipo fijo, discusiones en las redes sociales y tareas del hogar sin hacer.
1.- Despierte al individuo al alba. (Café opcional).
2.- Dorar lentamente con un jefe picado al ajillo. (Cinco días a la semana).
3.- Rebozar en el recibo de la hipoteca. (Por ambos lados).
4.- Una vez tostada la superficie, introducir en el horno de Twitter. (Dos horas).
5.- Cercana la medianoche, sofreír en una lista de asuntos caseros pendientes.
6.- Emplatar en una reunión familiar. (Intentar que no se rompa).
7.- Repetir con otro individuo

Manuel Pociello

3.693 – Amor de museo

  Yo creía estar en mi otoño con apenas veinticuatro. Ella me dijo que habitaba el invierno pasados los cuarenta. El primer beso nos mostró el camino. El primer polvo nos ungió de santidad. El vicio nos resucitó.
¿Por qué nos besamos? Porque estábamos desesperados y hartos. Tan hartos y desesperados que habíamos aceptado ir hasta el museo de cera. Ella con su marido impoluto, yo con un ligue de entretiempo.
Mi ligue y su marido fueron al servicio. La casualidad hace milagros. En la espera nuestras miradas se cruzaron. La mía como si necesitara la extremaunción, la suya como si me rogase el pecado original. Fuimos la bendita manzana prohibida.
Antes de que saliera su marido del baño, ella se retocó el carmín, antes de que saliera mi ligue, yo me había ido. Nos saltamos toda ética, fuimos incapaces de pensar más allá del deseo. Hicimos todo mal… salvo intercambiar los teléfonos.
La primavera duró cinco meses. Lo hicimos en tantos lugares como nos fue posible. La humedad se instaló en nosotros. En su rostro habitaban todas las flores. En mi éxtasis ella se deleitaba. La vida derrochaba sentido ¿Qué más podía pedir? Que hubiera durado toda nuestra vida.
Sin embargo, como vino se fue. El deseo es un altar extraño. Ella prefirió la seguridad de su marido, el bienestar de sus hijos. Yo no tuve nada que reprochar. Hicimos el amor por última vez en un rincón del museo. De alguna manera nos querremos siempre.

Carlos Aymí

3.692 – El fondeado

  Pedro López andaba en zumba desde hacía semanas, fuera de órbita. Para él, que carecía de padres, esposa e hijos, hermanos, porque habían muerto o no lo reconocían como pariente, la vida era un tobogán interminable por donde bajaba y bajaba, sin distinguir fechas, ni días de le semana, ni siquiera el día de la noche, sin leer diarios, sin oír noticias que propalaban las radiodifusoras, sin saber lo que ocurría en el mundo ni en su país. No sabía el nombre del general de turno que ejercía el poder ni que acababa de ocurrir un movimiento subversivo en el que habían participados estudiantes, obreros y campesinos Ignoraba que la rebelión había sido sofocada cruelmente y que el general, después de dominar la zona revuelta, había decretado el Estado de sitio en todo el país e impuesto de toque de queda desde la diez de la noche hasta las cinco de la mañana.
Para él, la vida se reducía a conseguir botellas. Al tener una en sus manos, procedía a consumirla de tres a cuatro tragos y, cuando estaba saciado, se tiraba al suelo a dormir la borrachera cara al sol o bajo la oscuridad de la noche, donde le tocara: en el engramado de los arriates, en la acera o en la mera calle, dentro de los mercados, en las gradas de las iglesias, en los espacios vacíos de los portales. Esta vez fue cerca del campo de Marte, junto a la pared de una casa abandonada que acaso había echado al suelo el recién pasado terremoto. Tenía en el cuerpo el peso de varias botellas, de todo el alcohol del día. Fondeó allí a las seis de la tarde. Ya subida la noche, dos soldados, que hacían ronda por esa zona, llegaron a la esquina de la Tercera Calle Poniente y divisaron el bulto.
-¿Qué decís vos, que está muerto?
-De todos modos, tirémosle.
-Déjamelo a mí, que yo lo vi primero y quiero probar pulso.
-No jodás; no se sabe quién lo vio primero, lo vimos al mismo tiempo. Tirémosle los dos.
A Pedro López le cayeron como cinco balazos. Entró a la muerte como entró a la zumba: sin darse cuenta de nada.

José María Méndez

3.691 – El clavo

  Después de haber hecho muy buenos negocios en la feria, vender todas sus mercancías y llenar su bolsa de oro y de plata, quería un comerciante ponerse en camino para llegar a su casa antes de la noche. Metió su dinero en la maleta, la ató a la silla y montó a caballo.Detúvose al medio día en una ciudad, y cuando iba a partir le dijo el mozo de la cuadra al darle su caballo:
-Caballero, falta a vuestro caballo un clavo en la herradura del pie izquierdo trasero.
-Está bien, contestó el comerciante; la herradura resistirá todavía seis leguas que me restan que andar. Tengo prisa.
Por la tarde, bajó otra vez para dar de comer un poco de pan a su caballo. El mozo salió a su encuentro y le dijo:
-Caballero, vuestro caballo está destrozado del pie izquierdo; llevadle a casa del herrador.
-No, no hace falta, contestó; para dos leguas que me quedan que andar aún puede andarlas mi caballo así como está. Tengo prisa.
Montó y partió. Pero poco después comenzó a cojear el caballo, algo más allá empezó a tropezar, y luego no tropezaba ya sino que cayó con una pierna rota. El comerciante se vio obligado a dejar allí al animal, a desatar su maleta, echársela a las espaldas y volver a pie a su casa, donde no llegó hasta muy entrada la noche.
-Aquel maldito clavo de que no quise hacer caso, murmuraba para sí, ha sido la causa de todas mis desgracias.
Lectores, corred despacio.

Hermanos Grimm

3.690 – Arco iris muerto

  Un día, un carro se detuvo frente a nuestro edificio por un problema en el motor y, para que anduviera de nuevo, le cambiaron el aceite. Cuando el carro se fue, quedó en la calzada un pequeño pozo de aceite que con el sol cambiaba de colores. Al rato, cuando Teresa llegó del kinder, se quedó parada frente a donde estaba el aceite y después de contemplarlo con asombro durante unos segundos, dijo:
“¡Mira, mami, qué cosa tan triste: un arco iris muerto!”

Armando José Sequera

3.689 – El enemigo verdadero

  Un día me encontré cara a cara con un tigre y supe que era inofensivo.
En otra ocasión tropecé con una serpiente cascabel y se limitó a hacer sonar las maracas de su cola y a mirarme pacíficamente.
Hace algún tiempo me sorprendió la presencia de una pantera y comprobé que no era peligrosa.
Ayer fui atacado por una gallina, el animal más sanguinario y feroz que hay sobre la tierra.
Eso fue lo que le dijo el gusanito a sus amigos.

Jairo Anibal Niño

3.688 – El mandarín y la cortesana

  Un mandarín estaba enamorado de una cortesana.
«Seré tuya», dijo ella, «cuando hayas pasado cien noches esperándome sentado sobre un banco, en mi jardín, bajo mi ventana».
Pero, en la nonagesimonovena noche, el mandarín se levanta, toma su banco bajo el brazo y se va.

Roland Barthes

3.687 – Aldea pereza

 Un ejército de mercenarios invade Aldea Pereza. Ninguno de los nativos mueve un dedo por defender el hogar. Los mercenarios miran, incrédulos, cómo los vecinos dormitan al amparo de las sombras y bostezan ante la evidencia del saqueo. Sólo el alcalde consigue levantar un dedo tímidamente acusador ante los invasores, y balbuce unas palabras para decirles, básicamente, que la infección que padecen es contagiosa y muy rápida.
A los mercenarios no les da tiempo a comprender. Al poco, caen exhaustos bajo el peso de las arcas repletas de monedas.
Dentro de un tiempo, preocupado por su ausencia, el rey que contrató a los mercenarios enviará otra horda a Aldea Pereza para averiguar qué ha ocurrido, y todo volverá a empezar.

Ana Tapia

3.686 – El niño al que se le murió el amigo

  Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre: “el amigo se murió. Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar”. El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las rodillas. “Él volverá”, pensó. Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a cenar. “Entra, niño, que llega el frío”, dijo la madre. Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos, y pensó: “qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada”. Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y le dijo: “cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido”. Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.

Ana María Matute