3.523 – Las manos

    Fue en un instante de decidida obsesión por el mar cuando sus manos, libres al fin de su voluntad limitadora, decidieron alzar el vuelo. Desde siempre, había advertido cierta rebeldía en sus manos. A veces, en los momentos de mayor austeridad, se movían enloquecidas parodiando el vuelo de una gaviota o el planear dichoso de un vencejo. Cuando esto ocurría debía ocultarlas en los bolsillos de los pantalones acampanados que le gustaba usar. Pero aquella tarde también él tenía deseos de elevarse, de huir de sí mismo en busca de las grandes alturas; y las dejó hacer. Primero, temblaron como si fueran novicias en esto de aletear. Después, vibraron enérgicamente, y al fin, sin dolor, se desprendieron de las muñecas, y tras revolotear en torno a su cabeza se fueron distanciando de él hasta perderse en la línea imprecisa de un horizonte indiferente.
Ni por un instante se sintió mutilado y triste por la pérdida de unas manos que, aun incordiantes, le habían servido desde siempre. Su fantasía pudo más; por ello pensó en cómo se las apañarían en el aire, si serían o no felices, y si alguna vez -ya sólo aves- hallarían parejas. Únicamente, al hacer un gesto, un intento de llevarlas al bolsillo, sintió un vacío muy especial:
—Esto debe ser -se dijo- el dolor de ausencia.
Y siguió caminando.

Rafael Pérez Estrada
Más por menos. Sial Ediciones.2011

3.516 – Busca otro amor

    Voy a cambiar mi número de celular sí, definitivamente, no, no le pienso contestar. Lo bueno que nunca supo mi dirección, sino ya me imagino que estaría aquí diariamente esperando cuando saliera a la calle. Ahí está otra vez la llamada, el mismo número, con ésta van ya 50 llamadas perdidas, y aún así no se da por vencido. Y eso que ya hace más de dos meses que no me paro en ese antro, no he vuelto desde ese día, me han dicho que ahí se lo han encontrado, sentado en la barra con una cuba de hielos derretidos, volteando a la puerta cada vez que llega alguien. Ahí está otra vez, ahora es un mensaje. Al principio sólo me ponía dos o tres palabras: miss you, loviou, vas a venir?, TQM. Pero, ahora se avienta parrafadas y parrafadas de reclamos, reproches y, últimamente, súplicas. Ya me tiene hasta mi madre. Noooo, no cometí la burrada de darle mi correo electrónico, si así de dañado está, ya me hubiera hackeado mi cuenta. Si ya sé que no es para tanto, hasta me parece extraño que aun no le haya caído el veinte. Que no se da cuenta, a mí me gusta salir, divertirme, si conozco alguien escaparme con él buscar un sitio solitario, su departamento, el coche o un motel. Pasar un buen rato, reír, juguetear, un par de besos, caricias, sentir bonito… nada como para azotarse, yo paso del amor, cero enamoramiento… regresar con mis amigos o tomar un taxi, y a otra cosa mariposa, que si te vi… ni me acuerdo.

Pilar Alba

3.509 – La evidencia

     Ayer por la mañana, al regresar a casa tras un viaje de trabajo, me sorprendió encontrar la tapa del váter bajada. Sucedía por tercera vez en pocos meses, coincidiendo siempre con mis ausencias. La primera pensé que, tras quince años de matrimonio, quizás Alberto había decidido hacerme caso. En la segunda ocasión estuve tentada de comentarle algo al respecto, aunque terminé mordiéndome la lengua. Ayer por fin me armé de valor, y sin salir del baño le pregunté, cruzando los dedos: “Cariño, ¿en mi ausencia ha venido alguien a casa?”. Desde nuestro dormitorio, él me respondió con un elocuente silencio.

Joaquín Valls Arnau

3.502 – Indecisión

    Me preguntó si quería casarme con él mientras me ofrecía una preciosa cajita forrada de terciopelo azul, envuelta en papel de celofán. Yo no había acabado aún el segundo plato. En mi opinión, él tenía que haber esperado un poco más (nos acabábamos de conocer) y también dejarme escoger, antes que nada, entre la extensa carta de postres del restaurante. Es así como se hacen estas cosas. Algo no funcionaba bien aquella noche, aunque la cena estaba resultando estupenda y llena de sorpresas, como en un cuento de hadas dispuestas a complacerme.
La cajita tenía forma ovalada y al abrirla pude ver en su interior un anillo refulgente, digno de una princesa. Pero yo no sabía qué tomar después del fricandó. Dudaba entre la copa de fresas con nata, la mousse de limón y el sorbete de moras al Calvados. Además, la cabeza me daba vueltas y más vueltas, como si el brillo del anillo aquel me estuviera hipnotizando.
Entonces él me lo preguntó de nuevo, y esta vez se puso de rodillas frente a mí (era un encanto), delante de todo el mundo.
Al final pedí el sorbete, dije que sí y me casé con aquel apuesto camarero.

Pedro Herrero
Los días hábiles. Serial Ediciones. 2016

3.495 – Superabuelo

    De mi abuelo heredé su sombra. Mi abuelo tenía el don y la gracia. El don porque en su paladar se veía una Cruz de Caravaca. La gracia porque lloró en el vientre de su madre. Así que no le mordían los perros rabiosos y tenía poderes. Por ejemplo, cuando íbamos al colegio, al entrar en el andén del metro, él levantaba la mano y el tren se detenía. Al cruzar las calles se situaba de espaldas al semáforo, se concentraba y hacía que el rojo se apagara y se encendiera el verde. Por las tardes, después de comer dejaba de respirar media hora y yo aprovechaba para ver los dibujos animados. Un día que fuimos al cementerio observé que al entrar en el panteón familiar desaparecía su sombra. Me dijo que aquello no eran poderes, que era por el sol, pero que cuando se fuera con la abuela me la dejaría como recuerdo. Ahora el abuelo se ha ido y he comprendido que me tomaba el pelo con lo del metro, el semáforo y dejar de respirar, pero me cuesta mucho explicar, a los que se dan cuenta, el motivo por el cual tengo dos sombras.

Javier Ximens
http://ximens-montesdetoledo.blogspot.com.es/2017/07/superabuelo.html

3.488 – El mundo

    Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
—El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

Eduardo Galeano
Más por menos. Sial Ediciones.2011

3.481 – Los espejos

    Estaba soñando que la perseguían, como cada noche de esa semana y, como cada vez, se dio cuenta de que era una pesadilla. Así que repitió el método que la había regresado tantas veces al alivio de la vigilia: mirarse en un espejo y pronunciar su nombre. Despertó pero no reconoció las sábanas ni las paredes, ni al hombre que dormía a su lado. Algo había salido mal, había que volver a dormir; regresar y abrir otra puerta. Después de encontrar otro espejo y repetir las letras de su nombre, y otro espejo, y otro, y otro más, y de despertar siempre en una cama que no era la suya, entre paredes y unos brazos jóvenes y musculosos, se resignó a vagar entre los inextricables muros del sueño.

Katalina Ramírez

3.474 – Reality

   El hijo que había desaparecido durante más de veinte años entró en el plató en medio de los aplausos del público, pero al descubrir a su madre enjugándose las lágrimas la fulminó con una mirada envenenada. De nada sirvieron las sonrisas de la presentadora ni esas teratológicas fotografías infantiles que avinagraron todavía más la expresión de repugnancia del hijo prófugo, asqueado de que todo el país lo viera cagando sobre su vieja bacinica de hipopótamo en pleno prime time.
– ¿Me vas a decir que no estás contento de ver a tu madre? –quiso saber la presentadora.
– No, porque yo me escapé de casa para no ver nunca más a esa señora.
El realizador colocó un primer plano de la madre sonándose la nariz mientras la melosa sintonía musical del programa endulzó todavía más la siguiente pregunta de la presentadora, quien impostó una voz de fingido reproche:
– Pero tú sabías en qué consistía mi programa y a pesar de todo has venido. ¿Nunca imaginaste que era tu madre la que quería encontrarte después de tantos años?
– Yo vine porque ustedes me pagaron muy bien, pero si hubiera sabido que se trataba de esta señora les habría pedido el doble.
De pronto la madre se arrodilló delante del hijo y se abrazó a sus rodillas gritando:
– ¡Perdóname, «Rambito»! ¡Regresa conmigo, Silvestre! ¡Nunca más volveré a prohibirte nada!
– ¡Déjame, cabrona! ¡Jamás te perdonaré! –rugió el hijo, mientras la audiencia discutía morbosa si «Rambito» era más imperdonable que Silvestre.
Entonces tronó la voz de pito de la presentadora:
– ¡Un momentito! Este programa es para dar una sorpresa, para que se cumplan los deseos de la gente y para reunir a personas que no se ven desde hace años. ¡Este no es un programa para pedir perdón! ¡Aquí nadie viene a pedir perdón! ¡Ese es otro programa! ¡De otra cadena! ¡Y lo presenta una chiquichanca que no tiene nada que ver conmigo! Así que fue-ra-de-mi-pro-gra-ma-pe-ro-ya.
Y entre las ovaciones incondicionales del público, madre e hijo salieron del plató al son de la empalagosa sintonía del programa

Fernando Iwasaki

3.467 – La presa

    Al principio siempre se lo toman a broma, y cuando ven que va en serio, ya no pueden hacer nada. Mi madre los trata muy bien y, mientras beben, les habla con mucho cariño. Nosotros, debajo de la mesa, no aguantamos la risa cuando se empiezan a quedar como tontos. Y les pellizcamos las piernas al ver que ya no pueden moverlas. Me gustan esos días, son divertidos. Me chiflan sus caras cuando despiertan, y quemar la ropa. Pero, sobre todo, que mamá nos guarde a los más pequeños las orejas, y que las fría mucho para que crujan.

Miguelángel Flores
De lo que quise sin querer – Ed. Talentura – 2014

3.460 – Habla Aldonza

    Señora mía Dulcinea, os digo que no. Jamás, ni siquiera en sueños, osaría ocupar el lugar de Su Señoría. El lugar reservado para la egregia dama del Toboso por el caballero a quien llaman Don Quijote. Una pobre aldeana ¿se atrevería a competir con dama tan encumbrada? Lo que el caballero dice es cosa de sueños, imaginaciones de un seso trastornado por lo que llaman poesía. Mi mundo, señora, es mucho más humilde; bien sé que las damas y caballeros lo desprecian. En este mundo mío me tocó entretener a mi vecino, el hidalgo Alonso Quijano, quien en las noches solía allegarse a mi lecho para hacer conmigo su voluntad, como los hombres suelen. De esos amores —si amores fueron— nació mi niño, a quien trato de criar en el amor de su madre y el temor de Dios. ¿Advierte vuesa merced cuán diferentes son nuestras circunstancias? Yo nada sé de mundos de caballerías. He sido la barragana de un hidalgo; nunca fui la figura espléndida de un sueño. Ahora don Alonso usa otro nombre, el nombre que a sus imaginaciones conviene. Quién sabe si no me desea todavía, en sus noches célibes y desaforadas, cuando el alba le quita los deseos de soñar.

David Lagmanovich
El límite de la palabra. Ed. Menoscuarto – 2007