3.518 – Historia sin Lobo

    Este hombre despierta mi hombre. Llega tarde a la cena de autores a la que he sido invitada. Inapetente, apenas si he tocado un par de bocadillos. Saluda y entre el alboroto, queda a mi lado. Es sencillamente un encantador. Toca su flauta y ya me bamboleo y salgo de la cesta. Su olor me abre. Platicamos sin ocuparnos de los otros: de las anguilas que discurren ciegas por su deseo en un libro de Cortázar, de los mingitorios del Bar del Diego «tan inodoros y límpidos que se podría beber agua de ellos». De pronto me pasa la mano por debajo de la mesa. Descubre el bulto que sólo para algunos me crece. «No sabía que las mujeres tuvieran pene», susurra a mi oído. Siento la presión en la entrepierna, casi dolorosa, y le sonrío porque también ha despertado mi hambre. Un camarero coloca un plato de cerezas y quesos en la mesa. Tomo uno de los frutos entre mis dedos y, golosa, comienzo a devorarlo. Mi hombre se levanta y se dirige al baño. Luego de unos segundos en que contesto una pregunta de otro de los invitados, me excuso para ir al tocador. Abro el que no me corresponde. Ahí está mi hombre. No se sorprende al verme pero tiembla y se sonroja con una fiebre repentina. Me aproximo a él y le acaricio sus tímidos senos de doncella encantada. Por fin despiertan. Le digo: «Vaya, vaya… están crecidos» y me inclino a sorberlos. Mi hombre gime rotundamente abierto. Con urgencia, palpa otra vez mi bulto, cada vez más hambriento. Ahora sus ojos son una súplica ardiente. Entonces le ordeno: «Date la vuelta». Sus manos se apoyan en el borde del mingitorio mientras le confieso: «Ahora sí, voy a comerte…»

Ana Clavel

3.511 – Ll

   Lluisa Llorent, la llama de Port Lligat, no halla la llave. Llena de lluvia, una llaga, llama llorando a su llamo que no llega.
Lluwellyn Llorent, su llamo, no le lleva la llave. En la llanura del Llobregat, las llantas llenas, una llamarada su llavero, leyendo a Vargas Llosa, a Llinás y El llano en llamas, Lluwellyn llora sólo por llorar. Todo le llueve.
Moraleja
Nunca dependas de los intelectuales, por más parientes cercanos que sean.

Luisa Valenzuela
Más por menos. Sial Ediciones.2011

3.504 – Aguafuertes, IX

    Cuando le dijeron que Marcelo G. había muerto y tuvo la certeza de que la noticia era literalmente exacta —al menos según los sentidos que es forzoso emplear cuando tratamos de muerte y comprobación— y de que tampoco se trataba de un caso de confusión de identidades ni de simple homonimia, se vio obligado a asumir que él no había sido nunca Marcelo G., que no lo era. Sintió un indefinible horror o vértigo pero también cierto alivio porque, pese a todo, tenía apego a la vida.
Pero si al morir Marcelo G. moría toda noción acerca de su identidad quedando él como en otra parte, intacto… ¿Con la desaparición de qué identidad desconocida quedaría él aniquilado?

Antonio Dafos

3.497 – Lenguaje

    Estamos los dos sentados en un pequeño plató de televisión, dos cámaras nos enfocan. El entrevistador me hace preguntas para un programa cultural al que he sido invitada como escritora. Él no escucha mis respuestas, no parecen interesarle lo más mínimo; sólo espera a que yo termine de hablar para dispararme la siguiente pregunta, que lee nervioso de unos folios que mantiene sobre sus rodillas.
Así que, harta de este estado de cosas, en un momento de la conversación yo también desconecto, y cuando vuelve a preguntarme, contesto algo que no viene a cuento. Pronto mantenemos entre ambos una conversación totalmente absurda.
Extrañamente, es en ese preciso instante cuando el entrevistador y yo nos sentimos más próximos, tanto que incluso podemos llegar a vernos, arropados los dos en nuestros mutuos lenguajes sin sentido.

Julia Otxoa
Más por menos. Antología de microrelatos hispánicos actuales. Sial ediciones-2011

3.490 – Déjá vu

    El matrimonio de Rosalía y Pedro hubiera sido perfecto de no ser porque Pedro se negaba a viajar. Se excusaba diciendo que ya lo había visto sin necesidad de salir de casa, pues la televisión, el cine, los periódicos se lo habían mostrado en exceso. Pero tanto insistía Rosalía que fueron varias las ocasiones en que hicieron las maletas. En una, recién llegados a París, un niño se acercó corriendo a Pedro y le llamó repetidas veces papá. En otra, visitando una pequeña ciudad de Inglaterra, una niña hizo lo mismo, llamándole daddy. Y, claro, ya no hubo forma de sacarlo de casa, pues ahora Rosalía era la primera que se negaba.

Juan Pedro Aparicio
Más por menos. Sial Ediciones.2011

3.483 – La solidaridad está de moda

    Aunque trabajan a pocos metros nunca han cruzado palabra. Un mundo las separa. Pilar, dueña de una boutique, siempre viste de marca y cualquiera de sus complementos conlleva un nombre con muchos ceros. En el caso de María, hablar de trabajo parece ofensivo. Ataviada con vestido azul, pañuelo rojo, y deportivas, mendiga ayuda.
Desde que el lunes Pilar reparó en María vive mortificada. Ayer, intentando calmar su conciencia se acercó, le entregó una bolsa y, sin intercambiar palabra, se marchó. Hoy cada vez que Pilar ve a María con su nuevo pañuelo azul sonríe orgullosa. ¡Ahora sí va conjuntada!

Miguel Ángel Molina López
99×99. Microrelatos a medida.
Ediciones de Baile del Sol. 2016

3.476 – La señal convenida

    Al caer la noche, el comando especial de asalto desciende de las montañas hasta el valle, con objeto de atacar por sorpresa una posición enemiga. Fuertemente pertrechados, los soldados se abren paso en la espesura, precedidos a cierta distancia por el cabo Birdy, un experto en imitar el sonido de las aves, encargado de establecer una posición avanzada de vigía. Después de comprobar que hay vía libre para el ataque, el cabo Birdy cierra las manos en torno a su boca, tensa los labios y emite el gemido profundo y lastimero de la hembra de búho en celo. Es la señal convenida. Pero entonces, desde lo alto de una rama, un búho macho, atraído por el llanto de la hembra, responde al reclamo sexual con vigoroso entusiasmo. El cabo Birdy se queda perplejo y los soldados detienen su avance, confusos ante la duplicidad de mensajes cuyo significado global les genera un mar de dudas. Pasan las horas, poco a poco transcurre la madrugada. El manto oscuro de la noche va cambiando de color, a medida que aparecen por doquier las primeras gotas de rocío. Al alba, que llega envuelta en brumas, los miembros del comando, tiernamente agazapados en la hierba, aún esperan instrucciones. Mientras el búho y el cabo Birdy no acaban nunca de hablar de sus cosas.

Pedro Herrero
Los días hábiles. Serial Ediciones. 2016

3.462 – La pena

    El hombre tiene una pena grande, domesticada como un animal, maciza. Es torpe, el pelo le tapa los ojos, y apenas puede mirar hacia adelante. En las noches de invierno se sienta con el hombre junto al fuego. Él la protege, la alienta, no la deja morir porque la pena se le confunde con su vida misma.
Por las mañanas le abre la puerta hacia el mundo y ella corre por calles implacables, de cara al viento, extremada y oscura en un deseo que no sabe su objeto.

María Rosa Lojo
El límite de la palabra. Ed. Menoscuarto – 2007

3.455 – Feroz

    En el pueblo no se habla de otra cosa que de la preocupante plaga de Caperucitas que asola nuestros bosques.
Desde que desapareció su depredador natural las de rojo provocan accidentes, destrozan los huertos y remueven la tierra buscando raíces después de la lluvia. Por las noches merodean por los polígonos industriales y se acercan a los límites de la ciudad para hurgar en los contenedores de basura.
Algunos municipios organizan batidas clandestinas que reúnen a los habitantes más siniestros de la comunidad.
Cada vez que los ecologistas proponen reintroducir el lobo ibérico, los ganaderos salen a la calle con escopetas y garrotes.
Mientras tanto, ellas deambulan en pequeños grupos, con la mirada alucinada y mostrando una maraña de pelo color miel bajo sus harapientas caperuzas. Si se les acorrala cuando van con sus crías -esas deliciosas y pálidas criaturas- se revuelven y atacan con ferocidad.
En el bar yo no me pronuncio sobre el asunto, pero estoy haciendo mucho más que todos esos charlatanes para solucionar el problema. Cada veintiocho días, siguiendo mi naturaleza, acudo al llamado de la luna llena. Me muerdo el aullido que brota de mis entrañas, y salgo de cacería.

Paz Monserrat Revillo