1.242 – Falta de amor

 La primera nota que me escribiste, la que deslizaste con disimulo dentro del bolsillo de mi abrigo, fue la que produjo el chispazo. Yámame, rezaban unas letras anónimas, escritas con carmín y prisa debajo de un número de teléfono. Te llamé, claro está, no pude resistirme, y al poco ya vivíamos juntos. Desde entonces, lo primero que hago cada mañana al despertar es buscar el mensaje garabateado en un papel que sueles dejarme, apoyado en la cafetera, antes de marcharte a trabajar. Me estremecen tus confusiones sinuosas de bes y uves. Me excitan tus acentos inventados, que se clavan, placenteros, en mis ojos. Me pierden las haches intercaladas a tu antojo, entrometidas, y me encienden las olvidadas, que dejan desnudas las palabras, indefensas. Por eso, cuando no encuentro tus buenos días repletos de errores, revuelvo el piso en busca de cualquier cosa que hayas escrito, en la lista de la compra, en la agenda de teléfonos, en el calendario que cuelga de la cocina o en un papel de tu billetera. Más que lo que me dices, me encanta cómo te equivocas, aunque jamás te lo he confesado. De todos modos, supongo que ya te habrás dado cuenta porque la nota que dejaste esta mañana, mucho más larga que de costumbre, estaba correctamente escrita. Decía que te marchas para siempre y sólo tenía una falta de ortografía. En mi nombre.

Victor
http://www.realidadesparalelos.blogspot.com.es/2012/06/falta-de-amor.html

1.235 – Conspiración

 Para que no se enteren de que me he marchado, sigo este extraño impulso de salir de noche. Abandono a mi mujer y al niño, que quedan durmiendo, y sigiloso, abro la puerta de casa. Me asusto al encontrarme con el vecino. También con maleta. Cuando llega el ascensor, dentro viene el del cuarto. Nos saluda sorprendido con la cabeza. Al llegar al garaje ya están encendidas las luces de varios coches, y al salir a la calle, ya se ha formado un pequeño atasco. Todos hombres solos. Desconcertado, alzo la vista. En los balcones se adivinan caras de mujeres, y todas están sonriendo.

Marco Morcillo Martín
Relatos en cadena. Cadena SER . Santillana Ediciones Generales, S.L. 2010

1.228 – La recordadora

 Cuando fueron avisados de que un fuego de lo alto caería sobre la ciudad donde vivían, para destruirla, se les advirtió también de que en su huida no deberían volver la vista atrás, así que ella, Lot, su marido, sus hijos, los criados y las criadas y las esclavillas, miraban solamente el camino y hacia el horizonte que tenían delante, aunque sentían curiosidad porque las nubes que veían quedaban iluminadas por resplandores, y se oía como un trueno lejano o el rodar de muchas carrozas a sus espaldas.
Entonces ella comenzó a hablar de su infancia, y contó que había tenido una vez un pájaro maravilloso que había muerto, y todavía no estaba consolada; que había tenido luego, ya más adelante, un anillo de oro con una piedra de lapislázuli y se perdió, y aún lo echaba de menos. Y luego quiso decir algo más, como si hubiera perdido también quizás, a lo mejor, un antiguo amor porque sus ojos se oscurecieron y se hicieron de la forma de la almendra, pero calló. Sólo que entonces fue cuando volvió la vista atrás, y sonrió. Pero quedó inmóvil, y vieron todos que se volvía como de una piedra traslúcida como el alabastro, y cuando trataron de despertarla se percataron de que parecía compuesta como de cristalitos de sal. Aunque ella no parecía triste, sino que seguía sonriendo y seguramente recordando, y ya se quedaría allí para siempre así, con esa memoria.

José Jiménez Lozano
La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico. Edición de David Lagmanovich. Ed MenosCuarto – 2005
http://www.jimenezlozano.com/v_portal/apartados/apartado.asp

1.221 – El cuarto oscuro

 Hace poco tuve una pesadilla terrible. Soñé que la madre Dolores me ponía unas cuentas larguísimas que nunca me salían. Sumaba una columna y me olvidaba cuánto llevaba, y tenía que empezar de nuevo y. los ojos de la madre Dolores se ponían rojos como los de los monstruos de los dibujos. Como me puse a llorar la madre me cogió de las orejas y con su carcajada de bruja me encerró en el cuarto oscuro hasta el día siguiente.
Mi esposa no me cree y quiere saber dónde estuve toda la noche.

Fernando Iwasaki
Ajuar funerario.Ed Páginas de espuma. 2009

1.214 – 36 posiciones

 Padre de familia, con mujer y cuatro hijos, casado desde hacía veinte años, llegó una noche a casa excitado. Su mujer se percató de su estado pero, intuitiva, se calló. Aguardó a que los niños se hubieran acostado. Él, entonces, le mostró un librito que le había prestado un compañero de oficina. Un libro danés, por supuesto. Descubría todo un mundo… inédito para ellos. La mujer, escéptica, no participaba de su entusiasmo. «No estamos ya para esas cosas…», alegó por toda excusa. El marido antes de acostarse, en pijama, probó a tocar el suelo con la punta de los dedos. A la cuarta tentativa lo consiguió con cierto dolor en las rodillas. «Mira, mira…», le dijo a su mujer, pero ésta roncaba ya apaciblemente.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010

1.207 – El niño que no sabía jugar

 Había un niño que no sabía jugar. La madre le miraba desde la ventana ir y venir por los caminillos de tierra, con las manos quietas, como caídas a los dos lados del cuerpo. Al niño, los juguetes de colores chillones, la pelota, tan redonda, y los camiones, con sus ruedecillas, no le gustaban. Los miraba, los tocaba, y luego se iba al jardín, a la tierra sin techo, con sus manitas, pálidas y no muy limpias, pendientes junto al cuerpo como dos extrañas campanillas mudas. La madre miraba inquieta al niño, que iba y venía con una sombra entre los ojos. «Si al niño le gustara jugar yo no tendría frío mirándole ir y venir.» Pero el padre decía, con alegría: «No sabe jugar, no es un niño corriente. Es un niño que piensa».
Un día la madre se abrigó y siguió al niño, bajo la lluvia, escondiéndose entre los árboles. Cuando el niño llegó al borde del estanque, se agachó, buscó grillitos, gusanos, crías de rana y lombrices. Iba metiéndolos en una caja. Luego, se sentó en el suelo, y uno a uno los sacaba. Con sus uñitas sucias, casi negras, hacía un leve ruidito, ¡crac!, y les segaba la cabeza.

Ana María Matute
La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico. Edición de David Lagmanovich. Ed MenosCuarto – 2005

1.200 – Hipoteca

 Como si de una gran inmobiliaria se tratase, la religión se presenta como la mejor opción para adquirir una parcela en la eternidad.
La cosa es sencilla. Tú hipotecas tu vida y la inmobiliaria se encarga del resto.
Lo más común es pagar con valores morales hermanados a los valores económicos con que puedas disponer para tal inversión. Son estos últimos los que te pueden mejorar la parcela: a más valores invertidos, más favores celestiales se prometen.
La adquisición es de pura fe.
En lo personal, aún no he conseguido conocer a ningún vecino de aquellos barrios, por lo que, incrédula que es una, prefiero seguir viviendo de alquiler.

Alejandra Díaz-Ortiz
Pizca de sal. Trama editorial – 2012