2.205 – Seducción

pedro herrero  Era nuestra primera cita y quise llevarte a un restaurante suntuoso, de aquellos que no muestran los precios del menú en la puerta de entrada. En el vestíbulo tenían un Blüthner en buen estado de conservación. Estaba en un rincón, junto a un sofá Chester de piel marrón y una lámpara Art Déco, cuya luz sumía el lugar en una penumbra cálida, llena de complicidad. Yo sabía que si me sentaba a tocar cualquier cosa en aquel viejo piano (alguna fuga de Bach, un nocturno de Chopin) mientras esperábamos a que nos dieran mesa, tú caerías en mis brazos sin rechistar. Pero entonces te habría gustado por mis habilidades. Y yo quería que me quisieras por lo que soy, no por aquello que soy capaz de hacer. Por eso, cuando más tarde nos fuimos de allí sin pagar la cuenta, y aun así viniste conmigo, supe que era el hombre de tu vida.

Pedro Herrero
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2.187 – Juicio final

 pedro herrero  A poco de haber muerto, recibí una encuesta en la que se me invitaba a expresar mi opinión sobre mi reciente experiencia como ser humano. Ya en vida, solía hacer caso omiso de ese tipo de reclamos, que siempre llegaban después de haber contratado noches de hotel o viajes de vacaciones. De manera que, una vez fallecido, con mi cuerpo en avanzado estado de descomposición, aún me apetecía menos. La encuesta (muy completa, como cabía esperar) solicitaba mi grado de satisfacción -del cero al cinco- sobre aspectos relacionados con mi salud, la edad que había logrado alcanzar, las metas conseguidas. Y añadía un apartado de extensión libre para que comentara todo aquello que pudiera mejorarse en el futuro. Tampoco faltaba la pregunta final sobre si recomendaba esa experiencia a mis amigos. Como digo, yo ya no estaba en situación de atender esas cuestiones, ni siquiera a cambio de los premios suculentos que prometía cierto sorteo. Pero aunque lo intenté con todas mis fuerzas, no supe hallar la manera de darme de baja. Así que ahora, años más tarde, cuando de mí ya no queda ni el polvo, sigo estando al corriente de las últimas promociones.

Pedro Herrero
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2.141 – La conferencia

PedroHerrero  La joven que se ha sentado en la primera fila del auditorio viste una falda negra, no muy ceñida, bajo la cual luce medias negras también, que acaban en una fina blonda trenzada, llena de picardía. Ese detalle tan sugestivo ha quedado patente cuando ha cruzado las piernas, en un gesto fugaz, discreto, presuntamente involuntario.
El conferenciante ha hecho como que no se ha dado cuenta. Pero internamente se ha sentido turbado, sacudido por una visión que -según su criterio- contiene en sí misma la más genuina recreación de la belleza. Aun así, mientras el resto del público va tomando asiento en la sala, hace un esfuerzo supremo por no volver a mirar en la misma dirección, y se concentra en los datos objetivos sobre los cuales piensa argumentar su repaso a la difícil –más bien crítica- situación financiera por la que atraviesa el país.
Pero ¿qué datos objetivos? ¿Qué crisis ni qué niño muerto? ¿Cómo se puede seducir a una dama augurando la ausencia total de perspectivas de crecimiento? ¿Qué mujer caerá rendida a sus pies después de que vaticine, con pruebas tan contundentes que no merecen discusión, el inevitable colapso de la economía?
A todo esto, el público ha acabado ocupando la sala por completo, en respuesta a la enorme expectación creada por la fama del conferenciante. Y este, después de dar las gracias a los presentes por su asistencia, se dispone a empezar su charla reconociendo, antes que nada, que la esperanza es algo que jamás deberíamos perder.

Pedro Herrero
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1.977 – Apocalipsis

Pedro Herrero_110921  El informativo del mediodía arrancó con la noticia del fin del mundo. Tras la sintonía de cabecera y los créditos de rigor, la presentadora anunció que la apertura del último de los siete sellos del Libro, a cargo del cordero elegido para dicha misión, había provocado en el cielo un silencio como de media hora, durante el cual fueron entregadas a los siete ángeles sus correspondientes trompetas, que auguraban el desastre total. En un despliegue de medios a la altura de las circunstancias, que incluyó conexiones en directo con diversos puntos del planeta, el fatídico suceso fue objeto de un seguimiento descomunal, sin precedentes, que batió todos los récords de audiencia registrados hasta entonces, y en el que no faltaron los llamamientos a la calma por parte de las autoridades, ni las valoraciones de renombrados especialistas en el tema. Hubo incluso ocasión de pulsar la opinión de los ciudadanos, merced a improvisadas entrevistas con gente de la calle. Tan amplia fue la cobertura dispensada a la catástrofe, que el informativo del mediodía (el último, a todos los efectos) tuvo un marcado carácter monográfico.

Pedro Herrero
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1.967 – Reinserción

Pedro Herrero_110921  El hijo del lechero ha entrado en la farmacia. A la chica del mostrador le ha costado reconocerlo porque, aunque su cara es famosa en todo el barrio, hace tiempo que no le echaba la vista encima. Lo encuentra cambiado, desprovisto de aquella actitud beligerante con la que intimidaba a propios y extraños. Los pequeños surcos que agrietan sus sienes delatan que ha debido pasarlo mal en la cárcel. Ahora es otra persona, capaz incluso de inspirar confianza. Pero cuando deja oír su voz para pedir una caja de Tranxilium-Forte, la chica del mostrador nota el mismo estremecimiento que antaño la hacía sentir vulnerable, a expensas de lo que el destino le tuviera reservado. A más de un vecino ha oído comentar que el joven se ha reformado, que ha aprendido a respetar las normas elementales de convivencia. Ya no hay motivo para pensar que esconde oscuras intenciones; por más que ella se demora en atenderle, en comentar con detalle la posología recomendada para aquel medicamento, en preguntar -con una sonrisa en los labios- si necesita algo más… Todo es inútil: el hijo del lechero se guarda las cápsulas en el bolsillo, da el importe exacto y se despide deseando que pase un buen día.

Pedro Herrero
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1.946 – Contramedidas

Pedro Herrero_110921  El mago me ha invitado a que coja una carta de la baraja y la guarde en el bolsillo sin enseñársela a nadie. Luego ha colocado el mazo ante sus ojos, ha fingido atravesarlo con la mirada y, tras pronunciar en voz alta el nombre de la carta ausente, me ha pedido que la recupere y la muestre al público.
Yo vengo a menudo a este local nocturno. Y no precisamente a dejarme engatusar por las argucias de un intruso con chistera, sino a ser yo el que seduzca a toda hembra apetecible que se me ponga por delante.
Sabía que era solo cuestión de tiempo, que algún día el mago querría hacerme el numerito. Suele rondar por las mesas de la sala y elige grupos concurridos, ante los cuales pueda dejar en evidencia a quien lleve la voz cantante.
Esta noche tengo suerte, soy el centro de atención de varias ninfas predispuestas, con las que llevo un buen rato tomando copas como si fuera un pachá. Por eso respondo a la propuesta del mago con una sonrisa díscola, que él, de momento, parece no querer entender. La entenderá enseguida, cuando de mi bolsillo -previamente lleno de cartas- saque aquella que él no espera.

Pedro Herrero
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1.940 – Algo

Pedro Herrero_110921  Aunque su familia y amigos le decían que tenía que rendirse a la evidencia, la joven casada se negaba a aceptar que su marido hubiera muerto en la violenta explosión del pozo de petróleo. Aunque había visto esa misma situación en las películas, y sabía que en la vida real las cosas también se tuercen de un día para otro, la madre de dos hijos en edad escolar no estaba dispuesta a enfrentarse a un futuro estéril, carente de sentido. Aunque una voz interna la animaba a ser fuerte para poder salir adelante, superando la adversidad, ella se veía incapaz de dar un paso en ninguna dirección. Pero cuando, al cabo de unos días, llamaron a la puerta y apareció su marido, sano y salvo, hubo algo más que un abrazo apasionado, humedecido por lágrimas histéricas. Algo que buscaba respuestas antes de formular las preguntas adecuadas, acerca de cómo había sobrevivido a la catástrofe, acerca de cómo no habían dado con él los equipos de salvamento. Algo quizás irracional, causado por la súbita liberación de un estado nervioso prolongado, acerca de dónde había estado desde entonces, y acerca de dónde estaba en realidad (y con quién) cuando todo ocurrió. Algo extraño, en definitiva, oculto en una atmósfera irrespirable de felicidad espontánea, que dio paso a otro tipo de preguntas, formuladas de noche junto al cuerpo yerto de su marido, más frío que de costumbre. Algo acerca de quién era él en realidad, y por qué había regresado.

Pedro Herrero
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