1.199 – La cita

 De haber sabido lo que ocurriría después, ella habría ido a la peluquería y también se habría comprado un vestido atrevido para estrenarlo ayer, antes de precipitarse en el vacío desde el piso ciento tres del enorme rascacielos, cuando trataba de alcanzar un papel que el viento levantó de su mesa de trabajo y empujó hacia el exterior. Ya en el aire, todo hacía presagiar un porrazo incontestable pero, a la altura del piso cuarenta y dos, su cuerpo cayó en brazos de un joven providencial, de aspecto agradable y musculoso, que vestía un traje ajustado de lycra azul y rojo y una capa de conjunto, muy elegante, que se alzaba tanto como su bello tupé de color negro. A partir de ahí, el descenso fue un paseo delicioso hasta llegar a la calle, donde aquel galán se despidió cortésmente y partió de regreso a las alturas, no sin antes decir que sí, que hoy podrían volver a verse en el mismo lugar y a la misma hora. Y hoy estrena ella un nuevo vestido, elegido a conciencia, y se arregla con esmero para acudir a la cita con su misterioso salvador. Y a la hora convenida se lanza sin temor por la ventana de su estudio, y aprovecha la caída en picado por la fachada del inmueble para dar los últimos toques al maquillaje. Pero esta vez nadie la espera frente a la planta cuarenta y dos. Y al llegar a la catorce, convencida del plantón, se ve obligada a admitir que, si ya es duro bajar de una nube y tocar de pies en el suelo, más duro será tener que hacerlo de cabeza.

Pedro Herrero
Velas al viento. Los microrreelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del Vigía. 2010

1.197 – El triple salto mortal

 El salto mortal es en verdad peligroso, muy peligroso. Para cumplir con los reglamentos, el trapecista audaz utiliza un cable de seguridad fingido, una red que -lo sabe bien- no sería capaz de sostener su peso. Como un adicto necesita su dosis, el trapecista audaz necesita sentir la proximidad de la muerte. En el triple salto mortal la sensación es tan intensa que todos los días de su vida pasan en imágenes delante de sus ojos. Por eso, a medida que su vida se hace más larga, debe prolongar el salto para darle tiempo a la memoria. A los ochenta años, eximio en su arte, atraviesa el océano de continente a continente en un múltiple salto mortal que le permite repasar su vida entera, con detalles.

 Ana María Shua
Cazadores de letras. Minificción reunida.Ed. Páginas de Espuma 2009

1.196 – La pisada de una hormiga

hormiga-comiendo-una-hoja Daba vueltas en la cama, en el sofá, incluso cuando estaba sentado en una silla con la cabeza apoyada sobre una mesa; no podía dormir. Tras cuarenta noches, en las que apenas dormitaba un par de horas, comenzaba a sentirse agotado. Había probado a contar en voz alta, experimento baldío, llegó a una cifra que ni él mismo podía pronunciar; lo intentó con infalibles remedios caseros pero se mostró negado para cuajar alguno de ellos. Deambulaba por la casa a oscuras apurando uno tras otro cigarrillos de tabaco negro buscando tras el humo el camino de los sueños. Las noches se hacían eternas, en el silencio de éstas hasta el andar de una hormiga se puede escuchar. Llegó a establecer amistad con la luna pero cientos de nubes negras quisieron confabular contra él.
Recordó que guardaba, en una vieja cesta de mimbre, algo que le ayudaría. Removió aquella espiral de recuerdos hasta tropezarse con lo que buscaba. Envuelto entre paños un oxidado revólver que fue parte de otro lugar y otra vida. Mas la suerte no le acompañaba, tan sólo una bala que decidió reservar; si la utilizaba hoy ¿cómo podría dormir mañana?
La noche siguió su curso, las hormigas salían a pasear.

Atreyu

1.194 – Tímido

 ¿Llegaré a santo? No fumo. No bebo. Soy casto. Me acuesto temprano. Rezo. El último domingo, precisamente, recuerdo que me asaltó la misma pregunta en la iglesia, al ver a un santo en su nicho, a la derecha del altar central. ¿Y yo por qué no?, me dije. ¡Si no fuera tan tímido…!

Alonso Ibarrola.
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010

1.193 – El semáforo

 De la mano de su padre, el niño espera en el semáforo. Muñeco rojo, no pasar. Muñeco verde, sí pasar. Le gusta ver cómo el muñeco verde acelera el paso paulatinamente a medida que transcurren los treinta segundos y, sobre todo, cómo corre en los últimos cuatro. Ahí empieza la carrera, y el niño siempre gana entre risas al muñeco verde. Ocurre al menos dos veces al día, en el trayecto de ida y vuelta de la guardería, y no pasa de ser un juego inocente. Pero el muñeco verde no perdona. Medio siglo después una furgoneta le ayudará en la revancha.

Antonio Serrano Cueto
http://antonioserranocueto.blogspot.com/

1.192 – Paralelas

 No lo sabe, pero cuenta con una réplica exacta en cada vida. Con cada decisión, su yo se fue duplicando, y con cada nueva mitosis se ampliaron las posibilidades. En una vida recorre las calles realizando encuestas. En otra vida es economista en una agencia de calificación de riesgos, pero tiene un rictus amargo en la boca que le lleva a escindirse en un cooperante que, con lo puesto y una mochila, viaja a un país en guerra. En ese punto, un arrebato místico le conduce al Tíbet donde ayuna y vive en unas condiciones que nada tienen que ver con el traficante de armas que compra una mansión en la Toscana para blanquear dinero sospechoso.
Ningún yo sabe del otro, ni se cruzan sus caminos, pero cuando el cooperante muere de un disparo, el economista siente una molestia en el pecho, como el plop de una burbuja cuando se rompe, acompañada de una súbita tristeza.

Rosana Alonso
Los otros mundos. Ed. Talentura. 2012
http://ralon0.wordpress.com

1.191 – S.O.S.

  Tal vez si hubiera preguntado dónde era el velatorio no habría acabado en aquella sala del tanatorio de Les Corts, besuqueado por desconocidas mientras los hombres se escapaban hacia la puerta para fumarse un pitillo. Sin saber cómo escapar de aquella situación, di el pésame a la viuda, una mujer hermosa, de unos cuarenta años, que me estrechó la mano con mucha entereza y sin una lágrima que pudiera estropearle el maquillaje. Después me acerqué al ataúd, ya tapado, y pude escuchar unos golpecitos tan leves que el murmullo los hacía imperceptibles.
Me volví hacia la viuda y odié haber aprendido morse en el ejército.

Jesús Esnaola Moraza
Relatos en cadena. Cadena SER – Ganador 1 del 16/06/2011

1.190 – Pregunta equivocada

 ¿Y cuándo será el incendio?, inquirió su esposa. El pirómano torció el gesto, contrariado. Desde que su mujer había descubierto su secreto, éste había pasado a formar parte de las conversaciones cotidianas. Hoy, contestó, justo antes de salir de casa. El pirómano acarició excitado la rasposa piedra de su encendedor mientras imaginaba cómo sería el crepitar de su propio hogar. Esta vez su mujer había errado la pregunta. Tal vez si hubiera preguntado dónde…

María Puente Izquierdo
Relatos en cadena. Cadena SER  – Ganador del 9/06/2011

1.189 – La rácana

 —¿Puedo quedarme con sus juguetes?
—Claro que sí, hijita.
Dolores, recordó las tres inexpugnables estanterías de muñecas que se exhibían en casa de su suegra. Aunque sobre todo rememoró su cofre de joyas y el Mercedes negro, amén de su cuenta bancaria.
—¡Qué lástima de la abuela, morir quemada, con lo que debe doler eso!
—Sí, hijita, así es la vida.
—¿Y todo lo que hay en la casa será para nosotras?
—Todo, hijita, absolutamente todo.
—Dime, mamá, ¿Y cuándo será el incendio?

Mercedes Jurado Chía
Relatos en cadena. Cadena SER – Ganador del 26/05/2011