1.141 – Hércules

Para mi padre, que me enseñó las letras que conforman el nombre de mi hijo.

 De todos mis trabajos, el más arduo es llevar a mi hijo al colegio. No solo por lo mucho que le cuesta levantarse, o por la parsimonia con que desayuna, en un ritual sin prisa, guiado por Bob esponja o los Pitufos, o por lo enormemente difícil que resulta quitarle el pijama y vestirle, peinarle, atarle los cordones de los zapatos y conseguir que entienda que debe dejar de jugar. Lo más cansado, lo que me deja agotado y sin fuerzas es apretarle la mano, pequeña y calentita, que me tiende en cuanto salimos a la calle. Cabe en la mía, se ajusta como una pieza de Lego, y yo consumo casi todas las energías de la jornada en abarcarla, en abrazarla por entero tratando de contener, un poco cada día, la fuerza imparable que le hace crecer, la fuerza que se me resiste cada mañana y que acabará por arrebatármelo entre bandadas de adolescentes, que caminan sin padre al colegio, libres por fin del beso en la puerta, dejando atrás un rastro de semihéroes vencidos, con talones acribillados de flechas y túnicas ensangrentadas.

Pilar Galán

Paraiso posible. Ed. De la Luna libros. Abril 2012

http://editorial-delalunalibros.com/paraiso-posible-pilar-galan-miguel-angel-mu%C3%B1oz

http://www.santiagoapostol.net/revista04/galan.html

Foto de Rufino Vivas (El Periódico Extremadura)

1.138 – Origen

 Mientras dormía notó un pinchazo en el costado, un dolor agudo que le desgarraba el vientre. Se incorporó: la sangre brotaba sin freno manchando la cama. El verdugo le había abierto un agujero en el abdomen y, atareado, hurgaba en su interior. Haciendo palanca con el cuchillo, le arrancó una víscera sanguinolenta. No, no se trataba de ninguna víscera; lo descubrió con los ojos empañados por el dolor: ¡era una costilla! Presionando sobre la herida a fin de cortar la sangría, le preguntó al desconocido: “¿Y qué piensas hacer con esta costilla?”. El otro, que ya sostenía aguja e hilo, le respondió con desgana: “El de arriba anda tramando algo. ¡Ya te darás cuenta!”.

Jordi Masó Rahola
http://nalocos.blogspot.com.es/2012/03/jordi-maso-rahola.html

1.137 – Al punto

 Mientras el señor de la mesa cuatro elige su menú, ignora que en la cocina Everardo acaba de matar a Roco, el gerente en turno, sospechoso de ser el objeto de los excesos clandestinos de Lupita, la camarera. Por las noches, su mujer.El cliente de la tal mesa se decide por una ensalada y un lomo al punto, tras un breve intercambio de sugerencias con la mujer que le acompaña:
-¡Pero, María! ¿Cómo es que piensas pedir pescado? Date cuenta que estamos en la parrilla de las mejores carnes de la ciudad. No sé cómo o qué les echarán, pero ya me gustaría a mí saber su secreto, porque mejores no he comido…
Él ignora que Lupita, la recién ascendida al cargo de «gerente emergente en funciones», está ordenando, en ese momento, que metan a Roco a la cámara frigorífica. Que limpien la sangre del suelo y que atiendan la última comanda. La de la mesa cuatro.
Everardo, el pinche convertido en inesperado cocinero en jefe, apenas y se atreve a mostrar a su nueva jefa la hoja de existencias. Con la cabeza gacha, extiende una temblorosa mano que sostiene el papel en el que, precisamente, se indica que lomo de buey es lo que no hay. Lupita, impasible, deja caer su mano sobre la tabla de picar, justo sobre el arma del delito.
¡Supremo!, declara el cliente, satisfecho al ver su kilo de carne en el centro de la mesa. Al tiempo que se deleita con una buena tajada, insiste a su compañera de mesa:
– ¿Lo ves, hermosa?… Mira si la carne es fresca en este lugar… Fíjate en las manchas de sangre que lleva la chica en el delantal… ¡Hasta parece que acaban de matar al buey!…

Alejandra Díaz-Ortiz
http://alejandradiazortiz.wordpress.com/2012/04/09/al-punto/

1.136 – Alicia

 Ingresó al país de las maravillas sin percatarse de que portaba microbios y virus extraños a los organismos vivos de ese lugar, para los cuales estos no poseían defensas.
Los primeros en sucumbir fueron los conejos y las flores. Luego, la pandemia se propagó al resto de los habitantes, hasta no dejar criatura con vida.
Atormentada por la devastación, Alicia escapó corriendo a su mundo.
Lo que no sabía era que acarreaba nuevos microbios y virus, extraños a los seres vivos del planeta.
Los primeros en sucumbir fueron los conejos y las flores.

Sergio Cossa
http://www.cuentosymas.com.ar/blog/?p=9755
http://sergiocossa.blogspot.com.es/

1.135 – Once del once del dos mil once

 Algunas personas dijeron haber sentido un ligero temblor interno, más un escalofrío que un desplazamiento direccional, pero la mayoría ni lo notamos y solo poco a poco fuimos siendo cabalmente conscientes de que el día del fin del mundo, esta vez sí, había llegado realmente. Como ejemplo, expondré brevemente el caso de mi familia, de mi madre, para ser más concreto. Ella había preparado una cena especial. De nada sirvió que, tanto mi hermano como yo, le recordáramos que no era la noche del fin de año sino del mundo y que bien podía excusar los langostinos. A los postres encendimos el televisor para ver el programa especial que nos habían estado anunciando durante toda la semana que se emitiría ese día en directo desde el Japón. Pero no había más señal que una carta de ajuste y el himno nacional –el nuestro, no el nipón. “¡Al final, siempre acaban echando lo mismo!”, dijo mi cuñada mientras servía el café. Mi madre asintió. “Bueno hijos, pues parece que, después de todo…”. Entonces sonó el timbre de la puerta. Era mi padre, que había regresado desde el reino de los muertos “para el juicio final”, dijo. Y empezamos a atar cabos. Pero hasta que se presentó la bisabuela, mi madre no quedó del todo convencida.

Janial
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1.133 – Convencimiento

 A eso de la medianoche mi corazón dejó de pertenecerte. La fatalidad propicia que siga enamorada de ti, pero ya no soy tuya. He conocido a otro, a otros. Y en el doloroso vacío de mi interior me siento escindida, a la deriva. Debes saber que tampoco eres ahora el dueño de mis ojos, riñones, hígado o intestinos. Ni siquiera yo lo soy. A decir verdad, inexplicablemente, le he perdido la pista a la mayoría de mis órganos internos.

Ángel Olgoso
La máquina de languidecer, Ed. Páginas de espuma,2009