2.004 – Índice

alejandra-diazortiz23  Estaba hasta los átonos de sus tildes.
¿Cómo fue que su íntimo mundo de mutua admiración se transformó en aquel desolado universo de eterna interrogación? Mientras reflexionaba buscando alguna respuesta, movía la cabeza de un lado a otro, tratando de esquivar la amenaza de su desquiciante dedo índice, erguido frente a sus ojos.
¡Para ya tus pies de página!, quiso gritarle. En cambio, bajó la voz, la cabeza y la razón. Suavemente suplicó:
-Por favor, no me hables con mayúsculas…

Alejandra Díaz-Ortiz
No hay tres sin dos.Trama Editorial 2014

1.989 – Zapatos viejos

alejandra_d_o  La descubrió en el metro. En la línea 10 para ser preciso, cuando iba camino de ningún lugar. Ella, sin saberlo, le indicó el destino.
Era la mujer más hermosa que había contemplado jamás. Su cuerpo aparecía delicado, etéreo; apenas delineado por el contorno de su piel. Pálida, casi transparente. Hasta su nariz le llegó el dulce aroma que despedía su alma.
La escena parecía calcada del cuadro que venía soñando desde hacía una eternidad de insomnios. Se estremeció.
Tuvo cuatro estaciones para desearla. A través de los audífonos de su mp3, el *Urlicht* de Mahler se reproducía como la mejor banda sonora para tan célica epifanía.
«Es imposible criatura tan bella. No puede existir tal perfección», musitó en voz baja.
Y no se equivocó. Con gran disgusto, al bajar la mirada, observó sus zapatos. Eran de confección barata, y con tres puntos de mal gusto. Para su disgusto, el par de manoletinas gastadas delataban unas extremidades gibosas e inversamente desproporcionadas con el resto de su excelsa figura.
Mientras la seguía por los pasillos hacia la salida del suburbano, decidió que los pies serían lo primero que le iba a cortar…

Alejandra Díaz-Ortiz
No hay tres sin dos.Trama Editorial 2014

1.905 – Poo de Llanes *

alejandra-diazortiz23  No, no pensaba en él.
Le pareció algo impúdico pero, perdida en aquella playa donde cualquier sentido se extraviaba, en lo único que podía pensar era en las manos de Francisco, el cocinero que tanto placer le daba hasta tres veces al día.
Por el aroma sabía que en ese momento estaba en la cocina del pequeño hotel Rocamar, lavando las fabes que la noche anterior había dejado remojando en agua fría. Casi alcanzó a oír el ruido de las legumbres al caer dentro de la tartera en las que serían cocidas con otro tanto de agua, ajo, cebolla picada, azafrán tostado y un generoso chorro de aceite de oliva.
No, no pensaba en él.
Pensaba en las almejas bien frescas, que tras un hervorín serían, junto con un sofrito de ajo, cebolla y pimentón, esmengadas con las fabes. Mientras tanto, la espera la mojaba con el vino que, amable, le acercaba Patricio, el hombre de la sonrisa franca.
A lo lejos, entre el mar y la saudade, atisbaba a Eva y Ana pintando las mesas de azul. Aquello le anunciaba el momento de la entrega. Su estómago dio un respingo.
Entonces sí, pensó en él.
Lamentó su prematura huida. De haber detenido el mar un poco más, se habría quedado, como ella -y con ella-, embrujado, tras relamerse las heridas con ese mágico manjar convertido en fabes con almejas…

Alejandra Díaz-Ortiz

* Al placer de Carlos…

1.849 – A grandes males, grandes remedios

Alejandra_d_ortiz  Jana clavó sus ojos en los de Miguel. Aunque húmedos, no se permitió ni un sólo parpadeo. Le estaba pidiendo que se separaran por sexta vez en los cinco años que llevaban juntos. No se habían casado, pero su amarre era aún más estoico que la firma en un papel. Era tan inexorable el nudo que, a pesar de llevar tanto tiempo destruyéndolo, eran incapaces de estar separados. Y, cuando lo habían estado, apenas habían sido unos pocos días, cuando mucho un mes. Sabían que no debían estar cerca uno del otro por una cuestión ya no de salud emocional, sino de simple integridad fisica. Pero eran incapaces de sentirse en la misma vida y no juntar sus miserias.
Miguel le sonrió. Tomó su mano entre las suyas, la acarició cariñosamente. Pausadamente, como midiendo cada palabra, le dijo:
-Mira, la única razón que se me ocurre para dejarte es que aparezca otra mujer…
El fin de semana siguiente, Jana le presentó a Teresa.

Alejandra Díaz-Ortiz
Cuentos chinos.Trama Editorial 2009

Foto: Javier Fernandez

1.819 – Senti(dos)

alejandra diaz ortiz  Al escuchar aquella voz en el telefonillo, un latigazo le recorrió la espalda. Su sentido del oído se activó de inmediato. Se miró en el espejo antes de abrir la puerta.
No pudo evitar que su vista se relamiera sobre aquella hermosa mujer que pretendía hacerle una encuesta para alguna cosa que él no quiso entender. El aroma del perfume de ella le desquició el olfato: sintió la imperiosa necesidad de sentir el tacto de su piel.
No lo pudo evitar. Se entregó, sin reservas, al gusto embriagador de morderla y devorarla, dando gracias a la vida por haberle enviado tan exquisito manjar.
Antes de dormir la siesta, tuvo un dejo de arrepentimiento. De esa mujer se podría haber enamorado.
A veces odiaba ser un caníbal…

Alejandra Díaz-Ortiz
Cuentos chinos.Trama Editorial 2009

1.810 – Bodas de plata

alejandra diaz ortiz2  -Cariño, ¿y tú, todavía me quieres?
Su cariño le miró de soslayo. Terminó de poner la cadena para sacar a pasear al viejo y aburrido Blacki, el fox terrier que ladraba a sus soledades desde hacía años. Fue el regalo que Luis le dio a Pilar en su décimo aniversario de casados, cuando aún no era necesario hacer preguntas.

Alejandra Díaz-Ortiz
Cuentos chinos.Trama Editorial 2009

1.743 – Tila

alejandra d o2   Que el amor no tiene nada que ver con el sexo, me lo dijo Aute demasiado tarde…
Cuando llegué a la parada 66 del metropolitano para volver a casa, donde me esperaban mi mujer y los niños, fue imposible no fijarse en su cara llena de tristeza. Era tal el dolor que reflejaba que no pude evitar rodearle con mis brazos, como queriendo asegurarle que «todo está bien». Lejos de rechazar mi gesto, me apretó muy fuerte y comenzó a llorar amargamente. Hipaba, gemía e iba dejando mi camisa empapada sin que yo aflojase el abrazo.
Tras quince minutos de llanto y tres autobuses perdidos, cogí su mano hasta una cafetería cercana. Sin preguntarle nada, pedí una tila (he escuchado que es buena para calmar a las personas) y, para mí, un café. Le indiqué al camarero que en ambas tazas echara un buen chorro de coñac.
Busqué una mesa en el rincón. Nos sentamos. Nos miramos por primera vez a los ojos. Una lánguida mueca apareció en su rostro. Acaricié su mano con dulzura, con mucha calma. Me estremecí. Entonces, una especie de sonrisa desdibujó el rigor de sus labios.
Encendí un cigarro, que coloqué suavemente entre sus dedos. Todo fue instinto: yo no sabía si bebía o fumaba; si deseaba infusiones o abrazos; si quería hablar o seguir llorando, pero seguí haciéndolo con la certeza de que a nada dijo que no.
Durante una eternidad nos estudiamos en silencio.
Las tazas quedaron vacías.
Entre el sexto cigarrillo y un suspiro irremediablemente enamorado, susurré: -Me llamo Luis, ¿y tú? -Pablo…

Alejandra Díaz-Ortiz
Pizca de Sal.Trama Editorial 2012

1.679 – Carta a un editor

alejandra diaz ortiz2  Cariño, tranquilo, no te pongas esdrújulo.
Está claro que a nuestra relación le urge una separata. Desde hace tiempo que los cuerpos no se corresponden con los verbos. La caja se ha convertido en un complicado oxímoron. Los días se transforman en noches cursivas y el calor nos ahoga con su helada puntuación.
Ya no encontramos más puntos a seguir. Me cansan las interrogaciones y la letra capital. Nuestras rimas desentonan y tus acentos, música en antaño, ahora son un manojo de átonos reproches. Para ti, los adjetivos se han vuelto graves. En mí, ya no quedan sustantivos que agregar.
Aunque duela la verdad, esta prosa se acabó. Nuestras diéresis pudieron con la ficción de una crónica condenada a la errata: lo sabíamos a pie de página. ¿Recuerdas nuestro prólogo? Por aquel entonces, ya tuvimos dos llamadas de mala puntuación. Pero insistimos, abriendo las comillas. Es cierto, nos sobraba admiración, pero abusamos de los puntos y seguidos.
No extrañar tus besos ha sido la coma que ha vuelto imposible la lectura, lo sé. No hay cuadratín que valga para pedir disculpas. De hecho, te confieso, no encuentro nada más que restar. Firmemos, pues, un colofón de mutuo acuerdo y, luego, como amigos, abramos el paréntesis.
Vete ya. Seguro encontrarás una musa más dispuesta, esperándote al otro lado de un nuevo folio.
Por último, querido mío, te agradeceré que no subrayes más: ¡no me toques más los versos!
Afectuosamente,

Constanza de Lapsus Pertinaz

Alejandra Díaz-Ortiz

Pizca de sal. Trama editorial. 2012