1.316 – Náufragos

 Se encontraban en el límite de sus fuerzas. Se había hablado de efectuar un sorteo para que alguien de los seis fuese inmolado, devorado, comido por los demás, pero la idea no prosperó. La balsa se movía en medio del océano, a merced de las corrientes. Por la noche pasaban un frío terrible y durante el día el sol los abrasaba. Cierta noche, de luna llena para ser precisos, uno de los náufragos se dedicó a observar atentamente las nalgas de uno de sus compañeros, que dormitaba boca abajo, cubierto con un sucinto taparrabos. Observando que era el único que se mantenía despierto, se acercó lenta y cautelosamente al cuerpo tendido, bañado por los pálidos rayos de luna y decididamente echó un mordisco a la nalga derecha del compañero. » ¡Ay!», dijo el otro, despertándose sobresaltado. El hambriento, sorprendido, musitó «perdón» y se retiró a una esquina de la balsa, visiblemente turbado.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010

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