1.075 – La limosna

 Se conocían desde hacía muchos años. El mendigo ocupaba invariablemente su puesto en la acera, en un chaflán cercano a la casa del benefactor anónimo. Se saludaban cordialmente todos los días, cuando le daba invariablemente una moneda de cinco pesetas, con la mejor de las sonrisas. Un día el mendigo se atrevió a exponerle su problema (iban a intervenir quirúrgicamente a una hija suya). Le pidió cien pesetas con un hilo de voz. Desagradablemente sorprendido, el benefactor echó mano de su cartera y se las dio… Durante veinte días el mendigo no le volvió a ver. Pasado este intervalo de tiempo, el benefactor volvió con la mejor de sus sonrisas a su habitual costumbre.

Alonso Ibarrola

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