918 – Tormento de un marido engañado

 Palacio real de Tebas. Medianoche. Alcmena, desvelada, mira el cielo raso del dormitorio. Su marido, Anfitrión, anda lejos, guerreando con el enemigo de turno. Lenta, silenciosa, la puerta se abre y aparece Anfitrión. Bien, no es Anfitrión, es Júpiter que ha tomado la figura de Anfitrión. En ayunas de la superchería, Alcmena se levanta, corre a abrazarlo.
-¡Has vuelto! Señal de que terminó la guerra.
-La guerra no terminó -dice él mientras se despoja del uniforme-. Me tomé unas horas de licencia para estar contigo. Pero al amanecer debo irme.
-¡Qué gentil eres! –gorjea Alcmena. -Basta de conversación. Vayamos a la cama.
Júpiter es un dios, el más libertino de todos y el más sabio en cuestiones amatorias. Cuando a la madrugada se despide, Alcmena no lo saluda porque todavía boga, sonámbula, por el río de la voluptuosidad. Se comprende que el verdadero Anfitrión, a su regreso, sufra: por más que se empeñe en complacer a Alcmena, ella tendrá el rostro siempre crispado en un rictus de nostalgia y de melancolía.
Cualquier otra mujer, en su lugar, se habría mostrado exigente y después desdeñosa, y recordando los esplendores de la noche jupiterina le habría gritado finalmente a Anfitrión: «Ya veo. Se te agotó pronto el vigor».
Pero Alcmena es una criatura delicada y honesta que hasta el fin de sus días atormentará a Anfitrión con aquel triste semblante de esposa defraudada.

Marco Denevi

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