El emigrante

alonso-ibarrola2-300x200 Volvió al pueblo con la carta de despido de la fábrica alemana donde había trabajado durante siete años, en el bolsillo. No le hicieron el mismo recibimiento que en anteriores ocasiones. Le preguntaron, en la taberna, sarcásticamente, por el reloj de oro y el coche. El primero lo vendió, el coche era alquilado… Y por lo que respecta a sus ahorros y la indemnización percibida, lo había invertido todo en un piso en la ciudad. Lo malo es que su cuñado se lo alquiló en un precio superior al que le correspondía, ya que era de «renta limitada». El inquilino denunció el contrato y se negó a pagar. Finalmente, el emigrante tuvo la suerte de colocarse en la misma taberna del pueblo, en la cocina. Trabajaba doce horas diarias, incluidos los domingos. Se quedó con el apodo de «el alemán», y él, entre dientes, solía decir: «¡Qué más quisiera Yo!»

Alonso Ibarrola

Deja un comentario