Lástima, bandoneón.

pedro-orgambideQue nadie me llore, no lo merezco. Yo ya hice lo mío. Si estoy aquí, en el hospital Tornú, hecho una piltrafa, es que soy hombre de la noche, ¿qué va a hacer? Músico, señor. O al menos, así dicen. No me quejo. Lo que viví, viví… ¿quién me quita lo bailado? Yo fui uno de los treinta bandoneones de la Gran Orquesta Típica del maestro Francisco Canaro y anduve por todas partes, señor, por los bailongos más distinguidos. ¿Qué me dice? No es por darme corte, pero frecuenté milongas y salones de clubes con veladas danzantes y los cines de moda de los años treinta. Conocí gente, señor. Y anduve de gira por todos lados. Conocí el mundo. No me quejo. Si estoy así, forfai, es por mi culpa: le di al trago y al faso y a las minas. A la única que extraño es a la Pirucha, créame. Buena mujer, una santa. Y linda como una flor, una mariposa, una serpentina de carnaval. Era un cascabel, siempre riéndose. Pero se agarró un frío v no se cuidó y se murió de una pulmonía doble. Antes de piantarse para el otro mundo, me dijo: «Ñato, cuando me vaya quiero que toques un tango en el bandoneón. Te voy a oír desde el cielo». Pobrecita, no le cumplí. ¿Y sabe por qué? Porque de los treinta bandoneones de la Gran Orquesta Típica, sólo diez tocaban de verdad. Los demás eran de grupo.
Nosotros hacíamos la pantomima, revoleábamos los ojos o los entrecerrábamos como si tocáramos con sentimiento. Pero era mentira, señor, espejismo para engañar a los giles. Y Dios me castigó, digo, porque yo no pude tocar ese tango para la Pirucha y a mí se me pincharon los fueyes, que rezongan como ese pobre instrumento sin música. Lástima, bandoneón.
Pedro Orgambide

Deja un comentario