3.554 – El despistado (dos)

  La ciudad, con esa lividez de los lugares sombríos y helados, refleja el color gris oscuro del cielo. El frío se remansa en este hotel donde predomina el mármol. Atardecía, salí a dar un paseo por esas calles desconocidas, y tuve los encuentros que tanto me han conmovido. Primero, el hombre de pelo y bigote blancos, con gabardina de corte arcaico, que ascendía por la rampa de un garaje. Era igual que el pobre Efrén, podía ser el mismo Efrén, estuve a punto de exclamar ¡Efrén!, si no hubiese acompañado su sepelio hace apenas un mes. Luego, junto a un parque, la figura de una vieja sentada, inmóvil, hizo que me estremeciese otra vez, pues en su actitud, en la manera de cruzar sus manos, ofrecía la estampa de mi tía Lola, y cuando estuve junto a ella su rostro me presentó la imagen exacta de la fallecida. Este segundo encuentro me desazonó mucho, pero todavía debía cruzarme con un hombre calvo, de grandes gafas, pajarita, andares lentos, que me devolvió la figura y el rostro del difunto Melquíades. Regresé a este hotel decorado con austeridad que parece inhumana. No he querido cenar y escribo estas notas en mi diario mientras la oscuridad iguala ya cielo y tierra y las luces de los edificios tienen un aire mortecino, a la medida de mi melancolía.

José Mariá Merino
Más por menos. Sial Ediciones.2011

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