El infierno se había trasladado a la Colina del Suicidio. Bajo un ruido ensordecedor los brigadistas mantenían sus posiciones, esperando a la muerte lo más dignamente posible.
Charlie Donnelly, el irlandés, nunca imaginó acabar sus días junto al Jarama. Tenía veintitrés años y muchos poemas por escribir, pero prefirió luchar por sus ideas.
Tras un olivo, mientras mantenía a raya al enemigo dicen que exclamó: «Hasta las aceitunas están sangrando». Un tiro en el brazo, otro en el costado y el mortal en la cabeza silenciaron su fusil y su pluma para siempre. Hoy descansa sepultado en el olvido.