3.217 – Atlántida

manuel Moyano2   Durante el verano de 1932, mientras nadaba en los bajíos de la isla de Nantucket, fui engullido por una monstruosa ola que me arrastró, inconsciente, hasta el fondo del océano. Desperté en una ciudad submarina, contenida dentro de una gigantesca bóveda de material traslúcido. Sus habitantes eran todos rubios y vestían finísimas dalmáticas de seda. Contemplé con admiración los hermosos edificios, los templos cuyas cúpulas eran de oro puro, los acueductos que medían un millar de pies de altura. Una estatua parlante me habló —en mi propio idioma— de aquella sociedad. Relató que sus miembros vivían en perfecta armonía, y que no existían entre ellos la envidia, la venganza, la violencia ni los celos. En cuarenta siglos, jamás habían conocido la guerra; ni siquiera un simple altercado. Poco después, fui milagrosamente devuelto a la superficie, a la costa de Nantucket. La primera persona que encontré en la playa fue a Wesley, el hijo de la maestra, quien estaba recogiendo mejillones. Cuando le referí los prodigios de que acababa de ser testigo, escupió de medio lado y se limitó a decir: «Eres un ingenuo por creer todo lo que te contó esa estatua, Arnie. Seguro que ahí abajo tendrán también sus problemillas».

Manuel Moyano
Después de Troya. Ed. Menoscuarto.2015

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