2.094 – El pecador

alonso-ibarrola2-300x200  Cruzaba la calle, cuando de repente un automóvil ha pasado ante mí a toda velocidad, rozando imperceptiblemente mi abrigo. Me he puesto pálido. «Ha podido matarme», he musitado con voz muy queda. Miro en derredor. Nadie, nadie se ha percatado del peligro que he corrido. Pasa ante mí un hombrecillo. Lo detengo. «¡Por poco me mata!». «¿Quién?». Me mira como si estuviese loco. No insisto. Se aleja presuroso, volviéndose de vez en cuando para observarme. ¿Qué debo hacer para suscitar el interés del prójimo? ¿Acaso no es suficiente haber estado a punto de perecer? ¿Necesitan más? ¿Es preciso que me muera… total y definitivamente? Un remolino de gente curiosa. Un guardia que repite nerviosamente: «Circulen, circulen…». Quizá yo esté oyéndolo todo… y sin poder moverme. ¿Será así la muerte? Una horrible duda me asalta…
¿Estoy o no estoy en pecado mortal? No lo recuerdo. El primer mandamiento, el segundo, el tercero… un sudor frío se ha apoderado de mi cuerpo. Acabo de recordar que estoy en pecado mortal. Afortunadamente, y por concesión papal, que figura en un cuadrito en la cabecera de mi cama, y que un pariente me trajo de Roma, basta con que diga «Jesús» y habré salvado mi alma. Más difícil hubiese sido recitar aquel largo acto de contrición… Pero ¿hubiese tenido tiempo, con aquel coche, de pronunciar «Jesús»? Temo que no. Vuelve a apoderarse de mí el sudor frío. Es preciso que me confiese ante un sacerdote. Comienzo cautelosamente a caminar, hacia una iglesia. Por fortuna, no es necesario cruzar ninguna calle. Pegado a las paredes, temiendo que una teja acabe con mi vida, me dirijo fatigosamente al confesionario…

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/

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