1.920 – Casting

caniche  Circulaba por la ciudad, en pleno entierro de la sardina, cuando me dieron el stop en un checkpoint con farolillos rojos. Allí, una mujer disfrazada de letraherida, se subió al coche y me indicó que continuara. Llevaba (cómo no) unas Ray-Ban de espejo, una kaláshnikov y un perro faldero. Olía a gasolina: la mujer; el perro parecía recién salido de la peluquería. Sin quitarse el pasamontañas, me confesó enseguida que en realidad era una periodista buscando inspiración. Entendí el disfraz; no lo que vino después: Sacó una libreta, apagó la radio y comenzó a hacerme preguntas quisquillosas que, al rato, me hicieron sentir incómodo al responderlas y lleno de miedos antiguos. Ya estaba a punto de pedirle que se saltara la etapa adolescente, cuando toqué sin querer el fusil y un disparo fortuito activó el airbag (negro, enormísimo), desviando el coche barranco abajo.
A mí me rescataron con un hilo de vida; a ella pude verla, con su disfraz irreprochable, paseando por el filo de la carretera. Justo antes de desaparecer, descubrí la nota que me había dejado en un bolsillo: “Ni para un obituario”, decía. Luego perdí la conciencia, entre ecos de ladridos de aquel estúpido caniche.

Vicente Fernández Almazán
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