1.751 – Ni chico ni grande

miguel angel flores  Cuando llegó la Nochebuena, la abuela llevaba varias semanas muerta, pero no lo sabía. Nadie se atrevía a decírselo. La familia lloraba a escondidas para evitarle un disgusto. A los niños no se lo expliquéis tampoco, que no se traumaticen, dijo mi cuñada, que había hecho secretariado. La abuela seguía el compás de los villancicos con los nudillos, lo mismo que si estuviera viva, mientras tomaba anís en una copa con forma de campanita al revés.
En medio de un “Ay del chirriquitín, chiquirriquitín”, apareció el abuelo, con su sombrero, en la puerta de la cocina. Ella chilló como se chilla al ver a un muerto. Todos guardaron silencio. Menos los pequeños, que seguían jugando a ser prisioneros bajo la mesa. Cuando se dio cuenta de que nadie más se había asustado, dejó de gritar. Se fue calmando hasta quedar callada y pensativa. Entonces, se levantó, cogió un último pestiño y, agarrándose del brazo del abuelo, echaron a andar lo mismo que cuando iban a la feria. Desaparecieron por la misma puerta de la cocina. Miré bajo el mantel y los más chicos se habían ido durmiendo, aún presos, sin sospechar que la abuela había muerto del todo.

Miguel Ángel Flores

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