3.649 – Artrosis

  Lo achacaba a la postura adoptada en su mesa de trabajo y a su vida sedentaria… El hecho es que siempre le dolía el cuello, la espalda y las cervicales. Esto último lo sabía hoy el doctor que le atendió fugazmente en la -consulta de la Seguridad Social. La cosa, al parecer, no tenía remedio ni solución. Solamente podría encontrar alivio practicando la natación, relajándose, caminando al aire libre… y con los masajes. iAh, los famosos masajes de los que siempre estaban hablando sus compañeros de oficina a todas horas, entre bromas y risas! Él nunca les prestó atención. Pero ahora su salud le preocupaba. Se interesó por los masajes, y un compañero, solícito y sonriente, le mostró un periódico con decenas de masajistas ofreciendo sus servicios. Jamás hubiera supuesto que existieran tantos afectados por la artrosis. De otra manera, se decía, no se justificaría tanta oferta de masajistas. Probó con uno de los teléfonos reseñados en la sección de anuncios y una solícita voz femenina le informó del horario: de cuatro de la tarde a dos de la madrugada. Le pareció una exageración el horario nocturno. Quiso saber el importe de antemano, pero la voz femenina le dijo: «Eso lo aclararemos aquí, cariño». Le molestó un poco la confianza que se tomaba aquella voz anónima, pero no le dio mayor importancia. Tomó nota de la dirección y al día siguiente se presentó. La enfermera que abrió la puerta de la consulta era muy atractiva. Él le explicó el motivo de la visita, el lugar exacto de las molestias y ella no pareció inmutarse. Le condujo a una salita, blanca, como un quirófano, con su mesa camilla donde le hizo tenderse, boca abajo, tras aconsejarle que se desnudara de cintura para arriba. Se quitó la chaqueta, la camisa y la camiseta, esta última prenda con cierto embarazo. La señorita le preguntó: «¿Servicio normal?». «Normal», respondió él. Y durante media hora aquella experta mujer hizo maravillas con los músculos de su cuello, con su espalda. No parecía fatigarse ni abrió la boca. Entregada por completo a su labor, concentrada, afanosa, hierática, profesional ciento por ciento. Al finalizar la sesión, el paciente se sintió tremendamente aliviado, relajado, satisfecho, feliz. Y la cantidad que la experta masajista le pidió tampoco le pareció ninguna exageración. Le prometió volver otro día. Ella le acompañó hasta la puerta amable y solícita. «Hasta cuando usted quiera», le dijo como despedida. Y cuando el paciente comenzó a descender las escaleras, la masajista tuvo un impulso irresistible y asomándose a la barandilla de la planta, acertó a decir al cliente que se iba contento y feliz: «Oiga, señor, perdone la curiosidad pero me gustaría saber una cosa: ¿es usted policía?». Respondió con un no rotundo con la mano, casi sin pararse en su descenso. En el portal, se detuvo a solas con sus pensamientos y se preguntó: ¿Los policías tendrían descuento? Pero no le pareció oportuno dar más vueltas a la cuestión.

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/