3.638 – Los guayacanes

  La muerte llegó sin utilizar la puertecita del jardín, por donde el poeta entraba en su casa a huéspedes especiales. Eligió la ventana para penetrar en la biblioteca. Los árboles del jardín eran la vida del escritor.
Bueno…-dijo la muerte.
¡Bueno! -respondió el poeta pero, antes, permíteme despedirme de mis guayacanes.
¿Guayacanes? -preguntó la muerte, y acompañó al poeta hasta el jardín, donde tres frondosos guayacanes, cargados de flores lilas, amarillas y rosadas, eran la fiesta de aquel lugar.
Son lo único que extrañaré -admitió el poeta. Y agregó, señalándolos:
¿Habrá algo parecido… allí?
Varias flores cayeron sobre la muerte.
Creo que no- respondió ella con desconsuelo- ¡Son hermosos! Nunca me los mostraron.
El suelo estaba tapizado de flores y cada instante, descendiendo en espiral, caían más a su lado, llevándolas y trayéndolas el viento.¿Verdad que sí?…Y, además de esto, espera a que se llenen de aves- advirtió el poeta.
Entonces, la muerte, ya sin prisa, lo invitó a sentarse bajo uno de ellos.

Umberto Senegal