3.375 – Hubo un albañil…

     Hubo un albañil muy conocido en Alcalá de Henares. Tuvo tres hijos, y enseñóles su oficio a todos tres, y aunque pensaba muy bien, no reparaba en guardar, comiéndoselo todo. Llegó a morirse, y viendo a sus hijos muy tristes de que no les dejaba nada más que el oficio, díjoles para consolarlos:
—Hijos míos no me tengáis por descuidado de vuestro bien, que además del oficio que os he enseñado, media calle Mayor y cuantas casas he fabricado de mi mano, todas han sido sobre falso; muy presto se irán viniendo al suelo y tendréis obras que os sobren.

Juan de Arguijo
Cuentecillos para el viaje – Editorial Popular – 2011

3.372 – Vértigo cotidiano

    Las nubes flotaban encima de nuestra casa; rosaban el tejado. Blancas, suaves y copiosas, se dejaban arrastrar por el viento y desparramaban su sombra sobre nosotros, como un rebaño inalcanzable de globos. Dejaban un rastro apenas perceptible de humedad en la superficie del techo oxidado. El reloj, el sol, el viento, el maullido de la gata, todo marcaba las seis. Frente a la ventana abierta, Flay y yo nos tendimos sobre los camastros y vimos pasar las nubes. Poco a poco la luz se volvió más tenue y el aire más helado. Vimos aparecer uno tras otro los luceros silvestres. Los cantos y los rugidos de la tierra despertaron al perro. Mamá y papá cerraron las puertas con llave. El perro se puso a ladrar, presa del vértigo y del miedo. Las luces artificiales inundaron la casa. Papá ordenó que cerráramos la ventana. Cuando nos acercamos, percibimos el olor a hierba y flores muertas. Poco a poco la casa descendió hasta tocar la tierra.

Andrea González

3.371 – Inspiración en cápsulas

   Una llamativa publicidad ofrecía una solución para escritores carentes de imaginación. Por unos pocos pesos, se recibía una encomienda por correo postal. “Para poder escribir una buena historia, nada mejor que vivirla”, era el lema del producto. El escritor quiso probar.
Al abrir el paquete, encontró simplemente un frasco de pastillas anaranjadas. Se sentó frente al computador y escribió el título de un cuento como disparador. Apenas ingirió una de las píldoras, comenzó a visualizar una historia inspirada en ese encabezado. Así, en sólo dos días, pudo escribir tantos relatos como pastillas tenía el frasco. Agotado, observó con satisfacción el envase vacío. Aún faltaba una historia increíble. La tituló “Un paseo por la muerte”, y engulló nervioso la última cápsula.

Martín Gardella

3.370 – Acicalamiento

   Cuando las tropas del duque hubieron tomado al asalto el castillo situado en lo alto del promontorio, el duque en persona quiso subir a la torre de vigía para contemplar la magnífica vista que desde allí se divisaba. Incluso mandó llamar a su esposa para que compartiera con él aquella espectacular panorámica, que dibujaba a sus pies un valle de tarjeta postal, con verdes y ondulados prados tapizados de fina hierba y rodeados de frondosas arboledas. “Voy enseguida”, dicen que respondió la mujer, que acababa de bajar del caballo y necesitaba arreglar un poco su indumentaria.
Mientras tanto, las tropas del duque se iban acomodando en las inmediaciones y establecían los primeros asentamientos en el llano y en las colinas cercanas. Creaban las rutas de acceso y las principales vías de suministro; las calles y plazas que recortaban hileras de casas; la organización del comercio y el plan general de infraestructuras; las bases de la corporación municipal y el consejo regulador de las entidades locales; la comisión delegada de bienestar social y la asamblea de participación ciudadana; el mecanismo de inserción laboral y los programas de ayuda a la tercera edad, etcétera.
Cuentan que al duque lo sorprendió la muerte, cuando al fin giró la cabeza pensando que ya no estaba solo.

Pedro Herrero

3.369 – Recibió un caballero…

    Recibió un caballero por criado, al parecer simple, un mozo llamado Pedro, y por burlarse dél, diole un día dos dineros, y díjole:
— Ve a la plaza y tráeme un dinero de huevos y otro de ays.
El pobre mozo, comprado que hubo los huevos, se burlaban y reían de él, viendo que pedía un dinero de ays. Conosciendo que su amo lo había hecho por burla, puso los huevos en la capilla de la capa, y encima dellos un manojo de ortigas, y llegando a casa, díjole el amo:
—Pues, ¿traes recaudo?
Dijo el mozo:
—Sí, señor; ponga la mano en la capilla, y sáquelo.
Puesta la mano, encontró con las ortigas, y dijo:
—¡Ays!
Y dijo el mozo:
—Tras esto vienen los huevos, señor.

Juan de Timoneda
Cuentecillos para el viaje – Editorial Popular – 2011

3.368 – California, 1800

    Ochocientos carromatos aguardaban ante la línea divisoria. Al otro lado se abría un vasto panorama de tierras vírgenes, ricas, fértiles y sin dueño. Quien llegara primero podría escoger la parcela que más le gustara. Bastaba con delimitar con estacas. Los caballos piafaban nerviosos, quizá contagiados por sus dueños. Resultaba un espectáculo grandioso y emocionante observar a los ochocientos carromatos, con sus lonas blancas, cargadas de gente y utensilios, aguardando la señal de salida… Un señor de chistera, blandiendo una bandera blanca en su mano derecha, se subió a duras penas a un barril y explicó a voz en grito que daría la salida, contando «Un, dos, tres…». Se hizo un silencio impresionante en medio del desierto, castigado por el sol. ‘A la de una…», empezó a decir. Exactamente no se sabe cómo ocurrió, pero el hecho es que un carromato se puso en movimiento, y al instante le siguieron en loca carrera los setecientos noventa y nueve restantes, levantando una gran polvareda. Rabioso, indignado, enfurecido, el señor de la chistera, subido en el barril, solo, en medio del desierto, gritaba: «iNo vale, hay que volver a repetir…!».

Alonso Ibarrola
No se puede decir impunemente ‘Te quiero’ en Venecia.Visión Libros. 2010
http://www.alonsoibarrola.com/