3.344 – Bianchina

    Por Bianchina, tuve acceso sin tardar a ese Paraíso que todo hombre merece al menos una vez en su vida. De inmediato conocí el insomnio. Ese insomnio del que se quejan los enfermos, los viejos y los olvidados. Horas maravillosas de la noche, robadas al sueño, ese sepulturero aprovechador de claros de luna. Por Bianchina descubrí montones de cosas. Los beneficios de la impaciencia. La largura de los minutos. El perfume de una cabellera de niña tendida sobre la hierba en las horas del crepúsculo. El efecto milagroso de un nombre repetido al infinito. Bianchina, Bianchina, Bianchina… Las largas conversaciones tranquilizadoras con alguien que ya no está allí… A Bianchina le gustan los cuentos con locura. Descubrí con éxtasis que la vida es más real cuando se la cuenta que cuando se la sufre. Entonces yo contaba, contaba… Bianchina me escuchaba asombrada. Terminada mi historia, tenía que recomenzarla. Sin cambiar ni la más mínima palabra. Y el asombro de Bianchina seguía siendo el mismo. Comprendí, oscuramente todavía, que el amor que se siente hacia una mujer está en proporción directa con la cualidad de su asombro hacia nosotros. Y si la admiración mata al amor, porque viene del entendimiento, el asombro lo exacerba porque viene del alma.

Federico Fellini
(Citado por José Luis de Villalonga)

3.343 – La guerra de los sueños

    Con los ojos cerrados daba la impresión de ser un muerto en su nave infinita, pero había algo en su faz que invitaba al diálogo: «Qué haces» —me atreví a preguntarle. Y fue grande mi sorpresa cuando, con un tono afanoso en la voz, me dijo: «Estoy construyendo un sueño: el Rey soñará conmigo, y quiero que me encuentre en un sueño digno de él». Y me gustó, debo reconocerlo, la lealtad de aquel soldado.
Días más tarde lo hallé taciturno y pobre: «¿Has caído —inquirí— en desgracia con tu soberano?». «Oh, no —respondió—, el Rey fue generoso, y ambos soñamos una espada de plata, un yelmo de cristal y un halcón silencioso. Después —continuó— el Rey soñó un país sin fronteras, y yo era parte de su sueño, su mano derecha, su cólera y su venganza. Mas el enemigo de mi Señor, aquel que espía sus noches y codicia sus despojos, conocedor de todo esto, soñó también conmigo, y torció mi fortuna. Hoy, el Rey exige validos insomnes y guerreros desvelados, y ahora mis visiones son parte del exilio, un desierto que empieza en la noche y no sabe de amaneceres».

Rafael Pérez Estrada
Antología del microrelato español (1906-2011). Ed. Catedra.2012

3.342 – Una tragedia

    PLANTEAMIENTO
Antes de firmar el contrato de alquiler, el propietario informó a Sancho de que en el piso vivía un fantasma.
—Es un poco travieso, pero no es malo —aclaró, para tranquilizarlo.
Sancho estampó su firma riendo para sus adentros, sin entender cómo un señor tan serio podía creer en esas tonterías.
NUDO
Dejó de reír al poco de instalarse, cuando empezaron a ocurrir cosas raras. Las luces tenían voluntad propia. Los objetos cambiaban de sitio en cuanto uno se daba la vuelta. Las puertas se abrían y se cerraban sin que nadie las tocara. Y para colmo, una mañana al despertarse Sancho vio horrorizado cómo sus zapatillas salían andando solas de la habitación. Incapaz de soportar la situación por más tiempo, decidió cambiarse de casa.
Esa misma noche, en la cama, le sucedió algo asombroso. Sintió que se pegaba a su piel una piel invisible, más suave y más fragante que la de sus amores más memorables. Dulcemente asaltado por aquel cuerpo de éter, envuelto en sus caricias sin carne, se abandonó a unos espasmos eléctricos, abismales, mucho más intensos que cualquier placer que hubiera experimentado hasta entonces. Así descubrió dos cosas: que el fantasma era mujer y que ya no quería mudarse.
DESENLACE
Han pasado cinco años. Cinco años de una felicidad perfecta, que recientemente el propietario ha puesto en peligro con un anuncio fatídico: el contrato de alquiler vence en un mes y no piensa renovarlo.
—Quiero dejarle el piso a mi hijo, que ya tiene edad para independizarse —ha dicho, sin presentir el verdadero peso de sus palabras.
Sancho lleva tres semanas siguiendo al hijo del propietario. Sabe a qué hora sale de casa por la mañana, qué ruta sigue, dónde trabaja.
Sabe también que por las tardes se desvía un poco de su camino para pasar por el parque del Retiro, a esas horas ya casi desierto y sumido en la penumbra.

Rubén Abella
Antología del microrelato español (1906-2011). Ed. Catedra.2012

3.341 – El truco

   «… Y efectivamente, le cortaré la cabeza, señoras y señores».
El prestidigitador hizo una reverencia y el público estalló en carcajadas.
Salió un niño a la arena. Posiblemente el más feo, el peor vestido, el más desamparado de todos los niños que asistían a la función del circo.
El prestidigitador enseñaba la dentadura alrededor de la pista y el niño sostenía una sonrisa casi inmóvil, moviendo la cabeza, levemente inclinada. El prestidigitador le cogió por los cabellos, con la mano izquierda y con la derecha alzó un cuchillo.
—¡Qué horror!
La exclamación solitaria era enérgica y sincera, pero las carcajadas la borraron sin transición.
—Señoras y señores, esto es sumamente sencillo. Ustedes creerán ver lo que no vean…, mi habilidad es mucha, no en balde mi abuelo era verdugo, mi padre…, los tambores… maestros.
Comenzó el redoble, el prestidigitador dio un tajo y la cabeza del niño rodó por el suelo. La recogió en una espuerta y con la otra mano arrastró el cuerpo hacia el interior.
El público se sintió horrorizado durante unos instantes, pero después estalló en una ovación y en una salva de aplausos, mientras unos peones cubrían de arena el reguero de sangre que salía del cuello cercenado.

Antonio Fernández Molina
Antología del microrelato español (1906-2011). Ed. Catedra.2012

3.340 – Sabiduría

    Aquél fue el día más importante de mi vida. Tenía tres años. Estuve perdido durante cinco horas que fueron como cinco siglos.
Cuando me encontraron era un niño feliz que conocía todos los secretos del mundo, de sus hablas y de sus gentes.
Nunca pude recordar el destino de mis pasos inocentes en aquel tiempo extraviado.
Ahora que soy viejo tan sólo reconozco algo parecido al aleteo de un pájaro con el que volaba en la orfandad de un desierto brillante.
Pero hace mucho que los sueños me sustituyen la memoria.

Luis Mateo Díez
Antología del microrelato español (1906-2011). Ed. Catedra.2012

3.337 – Cadena de accidentes

   Todo comenzó un domingo a las nueve de la mañana, con la inesperada muerte de mi vecino, después de una enérgica discusión por el alto volumen de la música. Una señora chismosa presenció cómo él se desplomaba frente a mí sin oponer resistencia. Aunque traté de explicarle que había sido un accidente, ella comenzó a gritarme todo tipo de improperios, tan excesivos como imperdonables. No me dejó, entonces, más remedio que matarla, ya que una testigo confundida sólo hubiera empeorado el asunto.
Apesadumbrado, fui corriendo a ver al cura párroco, creyendo que la confesión me ayudaría a aliviar el peso de mi conciencia. El sacerdote me escuchó en silencio, pero luego tuvo la desafortunada idea de decirme que yo estaba enfermo, que debía visitar a un psiquiatra, que esos pecados eran muy graves. Me pareció exagerada su reacción frente a una simple cadena de accidentes. Por las dudas, decidí asfixiarlo dentro del confesionario. No fuera a ser que su manía por cumplir el octavo mandamiento me terminara ocasionando algún problema.
Es por eso que vine a consultarlo, doctor. Quizás usted pueda recetarme algún calmante o indicarme un tratamiento. Pero luego entenderá que deberé matarlo. No confío en el secreto profesional. Y ya sabe que prefiero no tener testigos.

Martín Gardella

3.336 – Osito

    Era marino y se parecía a Conan el Bárbaro. Yo estaba en paro. Con el finiquito me fui a Amsterdam con mi amiga Marcia. No éramos de esas amigas que hablan sin parar de sus cosas. Nos gustaba beber juntas y ligar por separado.
No recuerdo su nombre. Lo cierto es que no llegué a entenderlo aunque se lo pregunté varias veces. Creo que era alemán. Hablaba un inglés macarrónico y entendí que estaba separado, que vivía en Sidney y que le gustaría vivir en Costa Rica.
Marcia y yo habíamos tomado la penúltima en el bar de nuestro hotelucho junto al puerto. Él estaba en la otra punta de la barra, y sólo se dirigió a mí cuando ya nos retirábamos tambaleantes a nuestra asquerosa habitación. La suya no era mejor, pero me sentía a gusto con aquel bárbaro. Pensé que en sus enormes maletas cabrían mis cuatro cosas, incluso yo misma. Vi un osito de peluche muy viejo encima de una de ellas. Por la mañana me dijo que debía irme, y ya junto a la puerta supe que eran vanas mis ilusiones de que al menos me regalara el osito.

Cristina Grande
Antología del microrelato español (1906-2011). Ed. Catedra.2012

3.335 – El juicio

    El juicio se internó por un inexplorado territorio dialéctico de argumentos y contraargumentos, de criterios y anticriterios, donde los códigos morales fueron anatemizados acaloradamente por unos y defendidos con furia por otros. Todos se creían poseedores de la verdad, de modo que poco era de extrañar que el debate desembocara en una ardorosa confusión. Así, llegado el momento del veredicto, nadie supo quién era más culpable: el maniático que ocultaba su impudicia debajo de la gabardina, o el juez, que exhibía llanamente su pudor…

Günter Petrak