3.144 – Justo castigo

ADOLFOBIOYCASARES300  Los demonios me contaron que hay un infierno para todos los sentimentales y los pedantes. Ahí los abandonan en un interminable palacio, más vacío que lleno, y sin ventanas. Los condenados lo recorren como si buscaran algo y, ya se sabe, al rato empiezan a decir que el mayor tormento consiste en no participar de la visión de Dios, que el dolor moral es más vivo que el físico, etcétera. Entonces los demonios los echan al mar de fuego, de donde nadie los sacará nunca.

Adolfo Bioy Casares

3.134 – Un hombre sin complejos

adolfo_bioy  El peluquero del club me contaba sus aventuras. Una noche, aprovechando que el marido estaba en el Rosario, salió con la mujer de un verdulero. “Yo era joven, entonces”, explicó, “y de mucho arrastre”. Mirando de lado, hacia arriba, agregó: “Yo era alto” (no aclaró cómo podía ser apreciablemente más alto que ahora). “Fuimos a un baile, lo más paquetones, en el teatro Argentino. Yo era imbatible para el tango y cuando empezamos la primer piecita un malevo con voz ronca me dijo: “Joven, la otra mitad es para mí”. Yo le repliqué en el acto que tomara ahí no más a mi compañera, que yo estaba sinceramente cansado de bailar. Salí del teatro a la disparada, no fuera a incomodarse tamaño malevaje. Al día siguiente la mujer me visitó en la peluquería, que entonces yo tenía por la calle Uspallata al 900, y me prohibió absolutamente que volviera a hacer un papel tan triste en el baile. Otra vez, dormíamos la siesta, lo más juntitos, y tuvimos unas palabras sin importancia. ¿Qué me dice usted cuando lo veo que se levanta de todo su alto, abre el baúl y saca el cuchillo Soligen, para cortar un poco de pan y dulce? Yo lo que menos pensé fue en el pan y en el dulce; caí de rodillas, como un santo, y con lágrimas en los ojos le imploré que no me matara”.

Adolfo Bioy Casares

2.713 – Retrato del héroe

adolfo_bioy  Algunos al héroe lo llaman holgazán. Él se reserva, en efecto, para altas y temerarias empresas. Llegará a las islas felices y cortará las manzanas de oro, encontrará el Santo Graal y del brazo que emerge de las tranquilas aguas del lago arrebatará la espada del rey Arturo. A estos sueños los interrumpe el vuelo de una reina. El héroe sabe que tal aparición no le ofrece una gloriosa aventura, ni siquiera una mera aventura -desdeña la acepción francesa del término- pero tampoco ignora que los héroes no eluden entreveros que acaban en la victoria y en la muerte. Porque no se parece a nuestros héroes criollos, no sobrevive para contar la anécdota. ¿Quiénes la cuentan? Los sobrevivientes, los rivales que él venció. Naturalmente, le guardan inquina y se vengan llamándolo zángano.

Adolfo Bioy Casares
La otra mirada – Antología del relato hispánico. – Menoscuarto Ediciones 2005