3.162 – La misma fecha

manuel moya   Fue la misma fecha en la que Pablo te dijo que si delatabas a aquellos polis verías su corazón ante tu puerta. La misma fecha en la que aparecieron los tipos con la moto y amenazaron con incendiar tu casa si seguías en tus trece. La misma fecha en la que yo te dije, chica, lo mejor es que te olvides de todo y te vengas conmigo y tú me respondiste, aguantaré, aguantaré, aunque sea lo último que haga en mi vida y yo te contesté casi en broma, no, si va a ser verdad que seré yo quien te mate. La misma fecha, ¿recuerdas?, y ya ves lo sutil y preciso que acaba siendo el destino.

Manuel Moya

3.112 – Serpiente de cascabel*

manuel moya  Fue el mismo día que mi esposo, muy de mañana, me telefoneó diciendo que debía llamar cuanto antes a su papá para que me diera el dinero del rescate, porque de lo contr… y ahí se le entrecortó la voz. El mismo día que viendo despuntar la luna, aparecieron los tipos con el fueraborda y, tras negarme a entregárselo todo, amenazaron con cortarle el cuello a mi esposo antes de la media noche. El mismo día y la misma noche que yo te dije, chico, con esto tú y yo podríamos largarnos muy muy lejos de aquí, y tú me respondiste que si por un casual no estaría pensando en comprar la casita que vimos en aquella playa solitaria de Sumatra y yo te contesté, mientras te iba comiendo por todas toditas las partes, chico, me lo dice el corazón, de aquí a poco me convertiré en tu serpiente de cascabel y te tragaré entero, entero. El mismo día, ¿recuerdas? Y todo, zzshiiiiiii, zzshiiiiiiii, todo se ha ido cumpliendo.

Manuel Moya
Mar de pirañas- Ed.Menoscuarto – 2012

*Para Rocío y Rey

2.971 – Zona de descarga

manuel moya  Durante el día se dedicaba a desenredar minuciosamente la madeja de su cabeza y a veces encontraba versos y otras escapaban liebres por entre unos cabos tan trabajosamente liberados, que a ella le parecían, de tan intrincados, matorrales. Por la noche -¿pero con qué oscuro propósito?- la madeja volvía a enredarse, las liebres copulaban a sus anchas bajo los matorrales y ella se sentía, ignoraba por qué, atrozmente liberada.

Manuel Moya

1.973 – Once años

manuel moya  No lo hice a posta. Salí de aquel pueblo una mañana de abril con todos los catálogos. No había hecho más que doblar dos o tres curvas cuando se desató la tormenta. Creo que me confundí de carretera y como no había carteles, acabé en el quinto infierno. Pasé por tremendas tempestades, por pruebas difíciles y tentaciones sin cuento y de todas escapé. Al llegar a una especie de aldea desierta vi a una anciana y le pregunté el camino a casa, pero ella se encogió de hombros y al cabo apareció con un ciego. El ciego, que se llamaba Tiresias, me escuchó en silencio y me dibujó en un croquis el camino que debía tomar. Al llegar a casa el perro me reconoció, pero vi que la fachada estaba cuarteada y sucia. Llamé al timbre. Una mujer que llevaba en la mano unas madejas de lana, se quedó de piedra al verme con la maleta en el suelo y la carpeta de los catálogos bajo el brazo. Era mi mujer. Te creía muerto, musitó con miedo y dio un paso hacia atrás. Me disponía a entrar en casa, cuando escuché el llanto de un bebé. La miré desconcertado. Han pasado once años, se excusó temblando. Volví sobre mis pasos, me metí en el coche, encendí un cigarro, giré la llave, el motor gruñó. Creo que eso fue todo.

Manuel Moya
Caza mayor. Ed. Baile del Sol.Tenerife.2014

1.948 – Penélope (I)

manuel moya  No podía creerlo. ¡Con mi mejor amigo! Era ella. Perdón, quiero decir, que es ella, que sigue siendo ella, que es ella misma, vaya, a pesar de esa frialdad, de ese escupirme sus palabras. Mire, durante años he seguido su pista por todas partes. Bien, quizás no me porté bien. Quizás se tomó demasiado a pecho aquella aventura, aquellos malos modos. Usted, que es taxista, sabrá perdonar todas estas pequeñas veleidades domésticas. El caso es que de un día para otro me abandonó y desde entonces no he hecho más que buscarla. Portugal, Francia, Italia, Alemania… el mundo no tiene secretos para mí. Allá donde había una pequeña pista, allá que iba yo, con el corazón en un puño, dispuesto a hacerme perdonar. Once años dando tumbos es mucho tiempo, así que, decepcionado y sin un céntimo, decidí regresar. Pero fue marcar el número de mi mejor amigo cuando, zas, se me apareció su voz. Dios, pensé, cómo no se me había ocurrido. Durante un par de segundos, dudé, pero no, no cabía la menor duda: era su voz. “Llama al número 931 22 45 23 —me dijo—. En este momento no podemos atenderle, pero si desea dejar un mensaje, por favor, hágalo después de oír la señal”, añadió con maligna frialdad, pronunciando cada palabra como si me escupiera a la cara.

Manuel Moya
Caza mayor.Ed. Baile del sol.Tenerife.2014

1.280 – Balance

 Mi vida ha sido una constante lucha. Luché contra mis maestros, luché contra mis padres, contra el sistema, contra las oposiciones, contra el conservadurismo burocrático, contra el matrimonio, contra el divorcio, contra las reformas administrativas, contra quienes se obstinaban en desprestigiar las oposiciones, contra quienes abogaban por destruir el sistema, contra mis hijos, contra mis alumnos. Ya digo, mi vida ha sido una constante lucha y siempre (es hora de ir haciendo balance), me ha tocado militar en el bando de los vencidos.

Manuel Moya
http://nalocos.blogspot.com.es/2012/06/manuel-moya-y-2.html

Hasta el fin del mundo (amour fou)

manuel moya Al llegar a la curva de La Estafeta, nos lanzamos ciegamente hacia adelante, pero algo me decía que me volviera. No sé qué era ni por qué lo hice. Desde entonces todos se impusieron volverme a la carrera. Embestí a unos y a otros, y sentí a mi alrededor el acre olor del pánico. Había logrado remontar casi hasta la salida, cuando algo me dijo que estaba cerca, muy cerca de mí. Giré la cara, Dios, y era, era ella. Me molestó que también esta vez llevase el maldito cencerro, pero qué podía hacer, qué podía hacer, más que volverme sobre mis pasos y seguirla, Dios, seguirla hasta el fin del mundo.
Manuel Moya

Huracanes

No, Cristina no ha llegado todavía. La arrastró un huracán ya va para tres meses y de momento no ha vuelto. No es que temamos especialmente por ella, porque se conoce bien los huracanes y estamos seguros de que cuando se canse, volverá. Lo que temo es que a éste le coja afición, como le ocurrió a madre, que después de irse con todos los que pasaban por aquí, ya de mayor, se largó con uno y nunca más quiso saber de nosotros. A mí, que siempre he sido una incomprendida, me dio por los hombres y ya ve usted, aquí me tiene, en el Texaco Girl’s y esperando a Cristina, que, como le digo, tiene que estar al llegar.

Manuel Moya

Perdices

Como todos los días, Salvador Lafontaine cuelga sobre el muro la jaula de perdices y nada le importa que desde hace cuatro años, cuando aquellos días de helada que lo quemaron todo, ya no haya perdices, porque él las sigue escuchando y no admite la menor réplica sobre el asunto. El día para él transcurre de esa forma, es decir, al lado de la jaula, trajinando sobre las varetas de olivo que en sus manos diestras parecen más bien mantequilla o juncia. Un artista de eso, y a ver, a ver qué daño hace. Salvador Lafontaine no se mete con nadie, dicen que por no quebrar el trajín de sus perdices, que se pasan el día refiriendo historias de esos lejanos países que vuelan en la noche.
Los domingos, todos los domingos sueltan por el pueblo dos autobuses llenos de turistas que se llevan el áspero aceite del molino, embutidos caseros, quesos sudados, piñonates y tortas del Carmona y con un poco de suerte las cestas de Salvador Lafontaine, que él cuelga de cualquier forma en el mismo clavo donde los otros días reposa la jaula perdicera. Él de eso vive, de eso y de la paguita de treinta mil pesetas que le sacó Mariano el del ayuntamiento cuando lo dejaron solo en este mundo y a ver de qué se iba a valer. De eso, quiero decir, y de escuchar durante horas sus perdices, temiendo que llegue la noche y al descolgar la jaula descubra que han volado.

Manuel Moya