3.225 – La puerta

 pablogonz   Calle oscura. Un camión sin luces se detiene sobre los panzudos adoquines. Pausa. Pausa. Y un hombre salta de la cajuela. Joven, con la cabeza rapada y un largo abrigo. No lleva maletas ni armas. Mira hacia el camión que se aleja. Al fondo, arropado por las sombras, resuena el canto de un ave, oscuro. Estupor. Estupor. Y el primer paso hacia la puerta. «Sitúese ante la puerta y espere». «¿A qué?» «Sitúese ante la puerta y espere». El hombre entonces lo hace. Silencio mineral. Y los lentos taconazos que se acercan. ¿Calle larga? ¿Fingimiento? Una sombra densa oscurece su sombra. «¿Es usted un hombre prudente?», pregunta la voz a sus espaldas. «No podría asegurarlo», dice él volviéndose. Un hombre de cabeza grande y boca grande. Vestido por completo de blanco. Manos desnudas. Sin nudillos. Parece un bebé gigante. Es un bebé gigante. «Sitúese ante la puerta y espere». «Eso estaba haciendo». «Muy bien». Y el bebé comienza a pronunciar su grave silencio. Un minuto. Dos. Sepulcros dormidos. Trenes quietos. Y de nuevo la voz: «¿Es usted un hombre apasionado?» «No podría asegurarlo». «Muy bien». Pero la puerta cerrada, aún. ¿Preguntar? No. Pensará de mí que soy imprudente. ¿Volverme y ofrecer la mano? No quiero revelar mi pasión. «¿Es usted un hombre miedoso?» «Sí». «Muy bien». Y entonces la puerta se abre.

Pablo Gonz