1.389 – Pegar a la mujer *

 La hija de Nasrudín fue a su casa un día llorando y quejándose de que su marido le había pegado.
Nasrudín cogió el bastón y le pegó también, Entonces dijo: «Ahora ve a casa y di a tu marido que si pega a mi hija, yo pegaré a su mujer».

Cuentos de Nasrudín

*Repetido otros 28 de diciembre

1.250 – Una segunda oportunidad

 El príncipe era flaco, desgarbado, con una palidez cadavérica, acentuada por sus negras ojeras. Era, además, bastante torpe.
Sin embargo, estaba allí, frente a la Bella Durmiente, sin atreverse a besarla. Cuando finalmente lo hizo y ella entreabrió sus ojos, él estaba distraído siguiendo una mariposa con la vista. Esto le permitió a la Bella Durmiente echarle una ojeada y fingir que continuaba dormida. Había decidido aguardar una segunda oportunidad.

Julio Ricardo Estefan
Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del Vigía. 2010

1.249 – Soy un fantasma

 El castillo iba a ser desmontado, piedra por piedra, y trasladado a un país remoto para ser reconstruido y servir a su nuevo dueño como refugio de fin de semana. Al saberlo, quise quedarme para siempre en el lugar de mis antepasados, pero cambié de opinión cuando oí decir que los terrenos serían recalificados para albergar un gran centro de ocio, provisto de salas multicine, aparcamiento subterráneo y galerías comerciales. Entonces decidí acomodarme entre los rancios muros embalados en enormes contenedores, con la intención de despertar al cabo de unos meses en mi nuevo y redecorado hogar. Sin embargo, fue en la aduana del país de destino donde desperté a los pocos días, porque las severas leyes locales de control de la inmigración y prevención del terrorismo me exigían una serie de documentos e informes que, en mi condición de ectoplasma, no podía aportar aunque quisiera. Tampoco ayudó mucho que dijera que mi trabajo consistía justamente en asustar a los incautos que visitaban mis dominios. Así que me metieron en la cárcel. Y ya ven lo que son las cosas: aquí les hace gracia que alguien como yo no dé miedo a nadie. Y a mí me da miedo solo de pensar que ellos no me hacen ninguna gracia.

Pedro Herrero
Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del Vigía. 2010

1.248 – El último tiro

Al Círculo de las Bacantes y su Departamento de Venganzas Asociadas

La llegada de la Evelyn al Cuarenta y Ocho fue como la de cualquier otra persona, solo que ella llevaba una cartera con tres pistolas cargadas. Tocó el timbre del motel de fachada rosa iluminada con neones azules y entregó un fajo de billetes a la camarera, que le indicó la habitación signada con el número seis. Sin vacilar, sacó una pistola e hizo fuego contra la cerradura, antes de patear la puerta y entrar a la habitación en la que estaba Fernando con otra mujer. La voz de Luz Casal susurraba: «Te has parado a pensar en lo que sufrirás…».
Fernando se levantó, asustado, y la mujer se tiró al suelo, gritando. La Evelyn estaba calmada. En el mundo en el que había crecido, entre narcos y delincuentes, cargar armas y saber usarlas era parte de la vida cotidiana. Por eso, sin hacer caso de los gritos ni de las palabras atropelladas con que Fernando trataba de disuadirla, apuntó y disparó de nuevo, hiriéndolo en el muslo. Luego volvió el cañón hacia la mujer desnuda y vació la primera arma, sin detenerse hasta que el percutor sonó a hueco y ella quedó inerte, envuelta en parte de la sábana, con la cabeza apoyada en el velador.
Después miró al hombre, que le suplicaba que parara, apretando la herida de su pierna, tirado sobre la cama. La Evelyn sacó la otra pistola y apuntó disparando a la pared, a la lámpara, al borde de la cama, acercándose cada vez más a Fernando. Se dio ese tiempo con la tranquilidad y la pericia de los que saben.
Dieciocho tiros salieron de las armas que usaba, ninguno lo suficientemente certero como para provocar la muerte del hombre acorralado en la cama, sin hacer amago de escapar, solo esperando a que aquello terminara.
La Evelyn bajó la mano que sostenía la pistola y caminó hacia Fernando, como si no diera por hecho que la camarera debía haber llamado a la policía. Había silencio en el motel y solo se escuchaba la respiración y los quejidos del hombre, envueltos en la voz de Luz Casal: «…recordarás el sabor de mis besos…».
Cuando estuvo junto a él, la Evelyn lo miró desde lo alto, con la seguridad del que ha ganado una partida. Fernando le pedía perdón, suplicante.
Ella no habló. Solo esbozó una sonrisa y levantó la mano armada. La bala número diecinueve fue a incrustarse en medio de los genitales de Fernando.
La Evelyn salió de la habitación, caminó hasta la puerta del Cuarenta y Ocho y desapareció enfundada en el azul de los neones de la fachada. En la habitación número seis, Luz Casal terminaba la canción: «…y entenderás en un solo momento qué significa un año de amor».

Gabriela Aguilera
Velas al viento. Los microrreelatos de La nave de los locos. Ed. Cuadernos del Vigía. 2010

1.247 – La pluma

 Había escrito varias hojas de papel cuando advirtió que desde hacía un rato la pluma escribía con tinta roja. Siguió adelante y un poco después aquella tinta le pareció sangre. Y era sangre en efecto. Pero continuó porque tenía ideas felices y las palabras fluían con naturalidad. Así siguió hasta redondear lo escrito al tiempo de acabársele la sangre a la pluma y caer muerta de entre sus dedos.

Antonio Fernandez Molina
La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico. Edición de David LAgmanovich. Ed MenosCuarto – 2005

1.244 – La brevedad

 Con frecuencia escucho elogiar la brevedad y, provisionalmente, yo mismo me siento feliz cuando oigo repetir que lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Sin embargo, en la sátira 1, I, Horacio se pregunta, o hace como que le pregunta a Mecenas, por qué nadie está contento con su condición, y el mercader envidia al soldado y el soldado al mercader. Recuerdan, ¿verdad?
Lo cierto es que el escritor de brevedades nada anhela más en el mundo que escribir interminablemente largos textos, largos textos en que la imaginación no tenga que trabajar, en que hechos, cosas, animales y hombres se crucen, se busquen o se huyan, vivan, convivan, se amen o derramen libremente su sangre sin sujeción al punto y coma, al punto.
A ese punto que en este instante me ha sido impuesto por algo más fuerte que yo, que respeto y que odio.

Augusto Monterroso